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CHIMAMANDA NGOZI ADICHIE

Por Rev. Richard COLES

CUANDO EL DOLOR TE DESBORDA, YA NO TIENES TIEMPO PARA TONTERÍAS

La escritora y activista se encontraba en su casa de Estados Unidos, cuando su padre murió en Nigeria durante el confinamiento. Poco después, perdió también a su madre. Entre el duelo y la reflexión, la mujer que acuñó la frase “todos deberíamos ser feministas”, asegura que nada será igual para ella.

En 2004, estando en Kampala, Uganda, una amiga me dio un libro titulado La flor púrpura y me aseguró que su autora, Chimamanda Ngozi Adichie, era una escritora nigeriana joven y brillante. “La heredera directa de Chinua Achebe”, dijo. Para cuando terminé el libro no solo admiraba a esta escritora extraordinaria, también tenía una idea distinta de África. Su segunda novela, Medio sol amarillo, ganó el Premio Orange de Ficción de 2007 y fue elegida como el mejor libro escrito por una mujer durante los 25 años de historia del galardón. La siguiente, Americanah (2013), fue uno de los títulos del año según The New York Times. Después de eso, recibió una beca de la Fundación MacArthur, moderó una conversación con Michelle Obama en el Southbank Centre de Londres y dio una charla TED sobre feminismo que luego fue utilizada por Beyoncé en la canción Flawless.

Su libro más reciente lo escribió durante el confinamiento después de que su padre, James Nwoye Adichie –profesor emérito de estadística en la Universidad de Nigeria–, muriera a los 88 años en su ciudad natal, Abba. Aunque es una edad en la que la muerte no se hace esperar, el fallecimiento causó un enorme impacto en la hija. El punto de partida de Sobre el duelo (Literatura Random House) es el aterrizaje forzoso de la autora en este mundo alterado; huérfana de padre a los 42 años, tirada en el suelo de su casa de Maryland, llorando por la triste noticia que le ha dado su hermano desde Nigeria a través de Zoom.

Cuando conectamos por videollamada hay mucho de lo que hablar. El pésame para ella es doble porque su madre, Grace, falleció repentinamente el pasado marzo, solo nueve meses después de la muerte de su padre. En un momento así, ¿cómo ha podido escribir algo?

“Es a lo que siempre he recurrido”, explica. “Cuando me pasa algo, escribo sobre ello. Esta vez me sentí muy perdida por lo que estaba sintiendo. No se parecía a lo que yo siempre había imaginado que sería el duelo. El día después de morir mi padre me reí con mis hermanos, y me sentí fatal, horrible, aunque fuera una risa desgraciada, histérica, causada por el dolor”.

Chimamanda, nigeriana, católica, anglófona y miembro de los igbo, un grupo étnico del sureste de Nigeria, vive entre Maryland y Lagos con su esposo, el médico nigeriano Ivara Esege, y su hija de 4 años. “Estaba furiosa con mi país, aunque es obvio que el confinamiento no era culpa de Nigeria o sus gobernantes. Aquel sentimiento remitía a una ira con la que convivo desde hace más tiempo, contra un país que amo, pero que me ha decepcionado mucho y muchas veces”.

En 2015, su padre fue secuestrado camino de una reunión. Tras tres días de negociación –durante los que los captores insistieron: “Pídale a su hija, la escritora, que traiga el dinero”–, se pagó el rescate y se produjo la liberación. “Mi padre pasó toda su vida dando clases en Nigeria, para los nigerianos”, declaró la autora a la cadena BBC, enojada por lo poco que hicieron las autoridades para atrapar a los secuestradores. “Sentí que el país nos había fallado”.

También su condición de igbo complicó el dolor de Chimamanda. “Otras viudas iban a casa de mi madre, que acababa de perder a su esposo, a decirle qué cosas podía hacer y cuáles no, lo que me causó cierto resentimiento”, explica. “Llegamos de Nueva York a tiempo para el funeral, y entonces empecé a sentir mucha gratitud por los rituales del duelo igbo. Yo, que siempre había considerado ridículo que una mujer bailara en el funeral de su padre, me vi danzando en grupo, moviéndome al ritmo de la música y gritando “mi padre se fue, mi padre es un gran hombre”. Me pilló por sorpresa el efecto maravilloso que tenía en mí”.

La descripción evidencia el gran contraste con las ceremonias de duelo europeas, que incluyen luto riguroso y frases anticuadas como “que descanse en paz”. No puede evitar reírse. “El funeral de mi padre fue igbo y católico, como es habitual en la zona de la que somos. Yo me considero una católica con dudas, pero la ceremonia me resultó muy reconfortante. Luego celebramos el entierro en nuestra propiedad, así que de repente tuve que convertirme en anfitriona de una fiesta y no fui capaz de hacerlo. No pude cambiar de estado mental, acabábamos de echar tierra sobre el ataúd de mi padre. Muchos igbo lo hacen, pero a mí me parece algo muy extraño; estás llorando, no ha pasado ni un minuto, y estás preguntando a la gente si quieren otra copa”.

La madre de Adichie murió el mismo día en el que su padre habría cumplido 89 años. Sobre esta pérdida todavía no se ha visto con fuerzas suficientes como para escribir. “En parte, me siento culpable, porque creo que la estoy dejando desaparecer. Me resulta insoportable aceptar que también se ha ido. Lo que hice con la memoria de mi padre, al escribir sobre él, no lo puedo hacer con la de ella”.

En una ocasión Adichie dijo: “En Nigeria no puedo oír mis propios pensamientos”. ¿Tienen ambas cosas algo que ver? “Si alguien viniera a mi taller de escritores y me dijera que en su novela el padre muere, la familia queda devastada, y después muere la madre, no tendría más remedio que decirle que no hay quien se crea algo así”.

Mientras conversamos por videconferencia, aparece la evidencia de su vida doméstica. Las fotos en la pared, las macetas con plantas, la voz sin rostro de su paciente asistente personal. Zoom es un medio particularmente íntimo, pero también distante, que aplana y oculta lo que solo las dimensiones de las que carece son capaces de revelar. ¿Cómo fue para ella conocer la muerte de su padre, y ver su cuerpo sin vida, a través de la pantalla? “Mi hermano me mostró la imagen del cuerpo a través de la cámara de su

En parte, me siento culpable por no escribir sobre mi madre, la estoy dejando desaparecer.

No quise hacer daño al decir que, para mí, una mujer trans es una mujer trans. Hay que reconocer la diferencia.

teléfono, y parecía como de peli mala. Sabía que realmente era mi padre, y se parecía mucho a él, y daba la sensación de estar en paz. ¿Que si habría preferido estar allí, en persona? No estoy segura. Lo que más lamento es que no pudimos despedirnos. Ha hecho que todo sea más difícil”.

Hasta ahora, Chimamanda había mantenido su vida privada cuidadosamente protegida del público. ¿Qué la empujó a compartir con el mundo algo así? “Me dije a mí misma que no podía censurarme. Cuando escribo ficción soy más libre, pero con los ensayos, especialmente si son autobiográficos, siempre me autocensuro. Al morir mi padre me convertí en una persona diferente. Y esa nueva persona no estaba dispuesta a ocultar nada. A su manera, silenciosa y discreta, mi padre me dio espacio para ser. Me hizo sentir que no tenía que disculparme por ser quien era, ni encogerme ante nadie. Con su muerte me convirtió en una persona más valiente”.

Hay que serlo para meterse en guerras culturales que han causado tantas campañas de acoso, boicots y cancelaciones. Las vivió tras sus comentarios sobre las mujeres trans en 2017 y también cuando apoy a J.K. Rowling después de los ataques de los que fue víctima la creadora de Harry Potter. En un ensayo publicado en su web, Adichie relató el incidente que había sufrido cuando dos mujeres anónimas y con las que había trabajado en el taller anual de escritura que imparte en Lagos, la denunciaron por sus opiniones sobre este tema. Titulado Es obsceno, el artículo se hizo viral y su web se cayó por el interés que despertó.

En Estados Unidos he sido consciente de lo que no puedo decir. ¡Y eso que crecí en un país con una dictadura militar!

“Estoy muy decepcionado con el mundo occidental liberal, y eso que es mi tribu”, confiesa la escritora. “Hace tiempo que siento escalofríos al comprobar que una nueva ortodoxia ha acabado con la buena fe. Las discusiones han dejado de ser un intercambio de ideas, no hay ningún afán por comprender al otro. No quise hacer ningún daño al decir que, para mí, una mujer trans es una mujer trans. En todo caso, fue mi forma de decir que debemos ser capaces de reconocer la diferencia y seguir siendo un grupo inclusivo. Fue muy duro para mí, me hundí, me sentí incapaz de escribir. Pero entonces murió mi padre, y poco después, mi madre. Ahí, cuando el dolor te desborda, te das cuenta de que no tienes tiempo para tonterías”.

En la charla TED que dio sobre feminismo en 2012 –y que ronda los cinco millones de reproducciones– Adichie hablaba sobre la ira feminista frente a la que la esperanza nunca se ha rendido por completo. “Vivimos tras una cortina de hierro que hemos fabricado nosotras mismas a base de reglas y silencios. Cuando vine a EE. UU. para ir a la universidad, oía a la gente hablar todo el rato de libertad de expresión. Sin embargo, ha sido aquí donde he sido consciente de lo que no puedo decir. ¡Y eso que crecí en un país con una dictadura militar! Aquí sé muy bien qué no puedo pensar, cuestionar o expresar. Por eso, cuando hablo con jóvenes lo primero que procuro es que se sientan cómodos, para que hagan las preguntas que los incomodan”.

Precisamente en ellos piensa ahora que es consciente de lo que significa recibir un legado. “No puede haber jóvenes que vivan con miedo, en un mundo de meras apariencias, aterrorizados ante la posibilidad de que su tribu se vuelva contra ellos. He sufrido tanto dolor en los últimos meses, que no me cabe toda esa basura. Ya tuve suficiente”.

SUMARIO

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2021-07-31T07:00:00.0000000Z

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https://lectura.kioskoymas.com/article/281784222121955

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