Kiosko y Más

Viaje a Guadalix: con la quinta de Mr. Marshall

La herencia del celebrado film de Berlanga impregna todos los rincones del pueblo y a todas las gentes. Incluso a los más jóvenes

JESÚS NIETO

El Imperio austrohúngaro era amplio y pasaba por la antigua provincia de Madrid. En Villar del Río/Guadalix de la Sierra, al estar a dos metros de la plaza del Ayuntamiento ya lo llaman «las afueras» la buena gente que pasea contra el termómetro. Con todo y con eso, en la plaza hay jaleo, aunque sea un lunes tonto. Antes, en la rotonda de entrada al pueblo, se han visto dos estatuas que pueden asociarse vagamente con dos del reparto de ‘Bienvenido, Mr. Marshall’. Pero ni Pepe Isbert tenía esa cara ni esas hechuras, ni los sombreros cordobeses se hacen así por barata que sea la fragua. Y ni a una estatua se le cuelga una guirnalda hawaiana. Pero el turismo es el turismo y sabemos que «España es diferente».

La de la rotonda es, por tanto, la primera lanzada berlanguiana de Guadalix de la Sierra en un día de junio caluroso. Porque recordar a Berlanga en una rotonda es ya un ejercicio berlanguiano que habla mucho de cómo somos en España: circulares, sin sentido, y dándole vueltas a lo mismo hasta que nos encontramos. Y se trata de palpar el ambiente en Guadalix de la Sierra, ese pueblo andaluz y castellano (sic) donde hasta en el Ayuntamiento hay carteles con dibujitos y braille que indican eso: que estamos en el Consistorio. Para que quede claro, por si había dudas.

Casino provinciano

En la segunda planta del Ayuntamiento, Berlanga está sin estar, o está estando, que hay un cartel y un foco de cine, presuntamente de Cifes, iluminando las ideas consistoriales de este bello pueblo. Un pueblo donde el ladrillo visto –loado sea Dios– queda en las afueras.

Hay algún chalé con tejado suizo que queda como Cagancho en Almagro,

pero sigamos con ‘la croniquilla’. Guadalix lo merece...

Como en el poema de Antonio Machado, la torre tiene un balcón, pero pusieron otra «torre falsa» a la Iglesia cuando el rodaje, y en el balcón hay una estatua de Pepe Isbert de bronce con mascarilla que le habla al pueblo del silencio, que es el vivir.

En Guadalix de la Sierra lo que hace es un calor como para entrar en Pasapoga con un cura a beber hielo en nieve y con sombrillita. Y sin embargo, moreno, atizonado, y al sol, aparece Alfonso con su vino de Valdemoro en la tasca de Sergio e inasequible a la calor. Lleva el ‘pechamen’ abierto y canoso y quizá sea la viva estampa de la felicidad en esta España vacía. Es esa Españita vacía que no lo es tanto.

Alfonso de primeras no quiere fotos, de segundas no quiere hablar, de terceras acaba hablando y canta con buen tono aquel ‘hit’ de «Americanos, os recibimos con alegría». Alfonso hasta baila la canción que compuso, entre otros, el maestro Ochaíta. «Qué mu

ñeca la Lolita Sevilla», dice Alfonso, que cuando el rodaje tenía cuatro años, pero no pierde comba de nada de las faldas que fueron. Alfonso también da pistas del local del bar y casino del Villar del Río de Berlanga, que lo alquilan por «1.200 euros al mes según en que lo quiera convertir», según la propietaria. Alfonso es niño berlanguiano y rememora con sorna que le dieron «buenas perras» cuando hizo de extra «con las chapas».

Insiste Alfonso en que su padre era el «de la yunta», cuando pasaron los americanos y el pueblo volvió a la normalidad triste de aquella época en la escena final. Y da en la clave. «La película quitó mucha hambre, ¿verdad tú?». El «tú» es la ventana donde un vecino pega oreja a lo que se dice y al teléfono de este humilde cronista, que reproduce la cancioncilla de ‘Americanos...’

Lo de Marcial

Guadalix es un pueblo berlanguiano y Alfonso lo ilustra cuando invita a ‘gintonics’ a los parroquianos a la solanera y el reloj, ese reloj parado en la película, aún no da las 13 del mediodía. En Guadalix de la Sierra, y quizá ya se haya dicho, todos son morenos. En Guadalix/Villar del Río, hasta los nenes que fuman en cachimba conocen a Luis García Berlanga. «Han venido muchos aquí a lo de la película», dicen, como el romano que sabe que en su localidad hay un Coliseo.

Pero ahí no acaba la cosa. Alfonso sale con su vino, y a los parroquianos les vuelve a contar sus recuerdos, sublimados, del rodaje. Tanto que se le pone en contacto con la actriz Begoña

Isbert, nieta del ‘alcalde’, y la «invita a lo que quiera». Alfonso también nos dice que vayamos a buscar a «Chencho, el de la bicicleta, al lado de lo de Marcial». Lo «de Marcial» es una ferretería, y el portal de Chencho está abierto. Se entra, se toca el timbre, ‘fuese y no hubo nada’».

Chencho, el de la bicicleta

Razón de Chencho, el de la bicicleta, dan en el chino de abajo: «Chencho a veces sale y va por ahí, ya no mucho». En el chino de Chencho se oye otra frase berlanguiana al respecto de la subida del pan y de la luz por parte del comerciante asiático: «España es así». Tan así que van pasando clientela por la tienda, se vuelve a tocar al porterillo, y Chencho no aparece. Quizá sea la siesta. Quizá sea el precio de la fama. Quizá que se asomó y vio la cámara.

La cosa es que Chencho, el de la bicicleta, no aparece, y al Pepe Isbert de bronce le cae la solana, y un matrimonio quiere pedir al Ayuntamiento que pongan toldos, «como en Sevilla o en la calle Larios».

La torre del reloj del Ayuntamiento sí da la hora. Los vecinos sestean. Una cigüeña sobrevuela el pueblo y, bajo la estatua de Isbert en el Ayuntamiento, hay un cable pelado que cuelga del balcón sin que nadie caiga en el peligro y en lo berlanguiano. Sigue haciendo calor y la rotonda nos despide con un cartel multilingüe llamándonos «bienvenidos».

Alfonso se ha ido a dormir la siesta con buen cante. Algo parecido a una cigüeña se posa en el reloj –activo– de la plaza. En Guadalix son andaluces sin saberlo. O sabiéndolo.

MADRID

es-es

2021-06-15T07:00:00.0000000Z

2021-06-15T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282570201056552

Vocento