No parece que todo el mundo en la Iglesia esté dispuesto a nadar contra la corriente. A fin de cuentas, los buenos negociantes no se empeñan en vender lo que el público no está dispuesto a comprar. Esta semana, en Madrid, Valencia y Barcelona, ha estado Rod Dreher, el famoso autor de ‘La opción benedictina’. Invitado por la Fundación Ángel Herrera y Encuentro, su periplo ha tenido como fin promocionar su nuevo aldabonazo a la conciencia de una sociedad adormecida y de un cristianismo con no pocas complejidades. Ahora propone ‘Vivir sin mentiras’, una especie de manual de la disidencia cristiana. No a todo el mundo le convence el pensamiento de este periodista norteamericano de éxito. Hay quien dice que su propuesta es una «fuga mundi» sobre presupuestos conservadores y que propugna una anacronismo histórico en el que subyace una incorrecta digestión del Vaticano II. No nos perdamos en generalidades. De todo lo que Dreher dijo en Madrid me quedo con dos ideas.

Primera, estamos en los tiempos del totalitarismo blando, es decir, del riesgo de un tipo de sociedad donde solo se permite una ideología que todo lo impregna. Vivimos en la ilusión de la diversidad que están generando los guerreros de la justicia social de la izquierda. Este totalitarismo pone en peligro nuestra pretensión natural de conocer la verdad y el ejercido de la libertad. Y, segunda, el papel de la Iglesia. El problema, según el análisis de Dreher desde EE.UU., es que hay líderes de las iglesias que parecen no saber cómo lidiar con esta crisis crónica. Tienen miedo de hablar, que los insulten, que pierdan popularidad, que les pongan frente al paredón. Esto lleva a una actitud pasiva. Es cierto que están desmoralizados por el escándalo de los abusos sexuales. Les cuesta salir de ese bucle. La mayor parte de los sacerdotes, de indiscutible ortodoxia, no quieren problemas. Por lo tanto, la resistencia tendrá que venir de la coherencia y el testimonio de los fieles laicos.