Siento un desprecio profundo, inmenso, por todos y cada uno de los participantes en el homenaje al asesino Henri Parot. El asco que me provocan es mucho menor que el que siento por los tibios, los escribas de ese relato falsario en el que la víctima de ETA incomoda y el verdugo «tenía sus motivos» porque era un gudari que luchaba contra la España opresora.

Siento un desprecio profundísimo por esa caterva de políticos que mercadean con las tumbas de nuestra historia más reciente, sepultándolas con el injusto hormigón del olvido, mientras reviven las de una dictadura que nos sacudimos afortunadamente hace cincuenta años. Esos muertos, los de mi generación y la de mis padres, los amigos que perdimos, los familiares que padecieron la quemazón de la goma-2 y que aún hoy llevan en su cuerpo las heridas de la metralla, son gente con una valentía, un coraje, una honestidad y sobre todo, una generosidad, infinitamente superior a las de esa recua de fantoches de ongi etorris y, sin duda, con valores para la democracia infinitamente mayores a los de quienes hoy miran al árbol por si acaso merece que sigan cayendo nueces.

Mañana será otro día para la infamia, una fecha consentida en nombre de una libertad, la de vivir, que una alimaña como Parot arrebató a sus víctimas y también a sus familiares. Les sonará a mil veces repetido, no me pidan que sea original, no veo por dónde articular un argumentario novedoso a algo que sólo me revuelve el estómago y me confirma que allí, en el Norte que tanto quiero, habitan unos orcos que siguen chapoteando en la ciénaga de su odio y, eso es lo peor, tienen el plácet pacato de unas instituciones cobardes, mansurronas y cínicas porque trasvisten de democrático derecho lo que es la rendición del Estado, cuando no la complicidad de los partidos que enarbolan la bandera del progresismo. Otra perversión, qué avance social hay en jalear la muerte y despreciar las vidas que perdimos en aquello que jamás fue una guerra entre iguales, porque unos pusieron la nuca y otros la pistola.

Va todo mi desprecio para ellos, y aún mayor para quienes los justifican, violentando eso que un día debió ser mi dignidad, la de todos nosotros como sociedad.