ESPAÑA es la rumba bailada alrededor de un jamón, y a tapar la infamia de Mondragón ha venido ese volcán de La Palma que libera a las televisoras de seguir haciendo el canelo bolañés con la performance ‘a la cubana’ de Chueca.

Un volcán es la alegría ‘ostentórea’, que diría Gil, de la naturaleza, como Camavinga, el dios volcánico del Real Madrid, respuesta al fútbol-chicle de ese Pedri a quien el periodismo («Tu est Pedri et super hanc petram…») quiere dar las llaves de Barcelona y España.

—Sobre el volcán,/ a las canicas juegan/ ceguera y llama./ Al entrechocar, pierde/ la que más gana –en palabras de José-Miguel Ullán.

De la filosofía escolar nos hacía gracia que el filósofo Empédocles se hubiera arrojado al «útero tonante» del Etna con la idea de ser inmortal, cosa que en España se consigue con un cestillo de votos en la Academia, donde no sé si hay algún filósofo.

—Tengo sobre mi mesa una tarjeta que reza: «Fulano de Tal. Filósofo. De dos a cuatro de la tarde» –anota Luis Bonafoux, que tantos gerundios hubo de saborear en silencio.

Es otra idea de la inmortalidad, que evita que en las faldas del volcán de La Palma se formen las colas de la Feria del Libro de Madrid, con todos esos autores (los «escritores del pesebre» que dice Cebrián) dispuestos a todo por la gloria. A todo menos a dar el salto de Empédocles, en cuyo pensamiento anida el Konsenso español con sus cuatro elementos chapoteando en el lodo primordial de la corrupción batido por las fuerzas cósmicas del Amor, que tiende a unirlos, y el Odio, que tiende a separarlos, y que ya forma parte del Código Penal, que es el verdadero código político de un país.

—¿Qué consejos le diría a bomberos, a agentes forestales, a toda la gente de Protección Civil, para ver cómo se apaga un volcán? –pregunta a un pobre hombre una Hipatia amenabaresca en la peluquería (la peluquería como ágora de pensamiento) de Ferreras, el octavo sabio de Grecia.

Va por España. Otro jamón. Y que siga la rumba.