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Vieja normalidad

No es sólo que nada ha cambiado, es que queremos que nada cambie

PEDRO GARCÍA CUARTANGO

MADRID ha vuelto a la normalidad. Casi todas las restricciones que soportamos durante la pandemia han desaparecido. Pero lo más notable es que la gente ha recuperado sus viejos hábitos y se comporta como si el virus nunca hubiese existido.

Los meses de confinamiento del año pasado cuando llegaron a morir casi mil personas al día nos parecen no ya sólo lejanos sino, sobre todo, irreales. Como si ese doloroso y extraño periodo hubiera sido una pesadilla.

Muchos intelectuales, dirigentes y periodistas aseguraron entonces que el mundo cambiaría irremisiblemente, que nada sería lo mismo. Pero lo cierto es que la vida ha vuelto a ser exactamente igual. Ni mejor ni peor de lo que era.

Se dijo entonces que la pandemia cambiaría nuestras prioridades, que seríamos más sensibles ante las desgracias ajenas y que incluso la agenda política sería muy diferente. Nada de esto ha sucedido.

En aquellos días el tiempo parecía alargarse en un confinamiento que permitía eludir los compromisos sociales y centrarse sólo en lo esencial. Uno bajaba a la calle desierta para estirar las piernas con el temor de ser parado por la Policía, mientras ululaban las sirenas de las ambulancias. A las ocho, muchos salían a aplaudir al personal sanitario y los profesionales que seguían al pie del cañón. Por la noche, la ciudad permanecía en un silencio casi fantasmagórico como si sus habitantes hubieran emprendido un éxodo masivo.

Miles de personas hacían cola en El Retiro este fin de semana para entrar en la Feria del Libro, mientras no había ni una sola mesa libre en las terrazas de los alrededores. Daba la impresión de que todos los madrileños se habían lanzado a la calle para disfrutar del buen tiempo.

Lo que estamos viendo estos días no es el anhelo de una nueva vida, basada en la introspección y en una renuncia al consumismo. No, lo que estamos viendo es lo contrario: una voluntad exacerbada de vivir exactamente igual que antes. De cenar con los amigos, viajar, ir al fútbol y repetir nuestros viejos rituales.

No es sólo que nada ha cambiado, es que queremos que nada cambie. Todos aquellos discursos moralizantes, todas esas palabras sobre la regeneración de nuestra sociedad y la metamorfosis de nuestros valores, se han quedado en retórica vacía. Queremos vivir y morir con los mismos vicios de antaño, con el mismo instinto autodestructivo que nos llevó a una crisis que parecía poner en peligro nuestro sistema de convivencia.

Ya lo decía Nietzsche: «La ventaja de la mala memoria es que se regocija en las mismas cosas como si fuera la primera vez». Para nosotros todo es la primera vez. La pandemia ha desaparecido de nuestra memoria. Hemos vuelto a reincidir en los viejos comportamientos como si el pasado fuera una ficción. Quizás esto no sea más que puro instinto de supervivencia.

OPINIÓN

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2021-09-21T07:00:00.0000000Z

2021-09-21T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/281659668180766

Vocento