Después de la aprobación casi segura de los Presupuestos se abrirá para el Gobierno un periodo de dos años, con un gran signo de interrogación campeando en primer plano: ¿aguantará Sánchez hasta el final de la legislatura?

Hay división de opiniones, como dicen los taurinos. Los factores decisivos son dos: Unidas Podemos y la Unión Europea. El libramiento de los 70.000 millones de euros a fondo perdido que Europa ha prometido se verificará escalonadamente: la ayuda se detendrá en cuanto no se cumplan las condiciones numerosas, y muy precisas, impuestas por la Unión al Ejecutivo español. ¿Se halla Unidas Podemos en autos? ¿Conoce de verdad la letra pequeña? Sería increíble que no. Pero, a estas alturas, estamos ya curados de espanto.

El primer libramiento, de unos nueve mil millones, no se halla sujeto a requisito alguno y ha sido efectuado ya. El segundo se realizará pronto y, a lo que parece, llegará tranquilamente a su destino. Las dificultades comienzan luego. Todo hacer suponer que habremos llegado al final del camino si el Gobierno, lejos de tumbar la reforma laboral de Rajoy, no la profundiza aún más. O no se toma en serio la sostenibilidad de las pensiones, que han sido indiciadas al IPC quizá prematuramente. Estamos hablando de acontecimientos que cobrarán forma dentro de pocos meses. En ese momento la colisión con Unidas Podemos se haría inevitable. ¿Se contentará la fracción comunista con algunas medidas de relumbrón y poca chicha, cediendo en lo esencial? Sánchez tiene a su favor el hecho de que los ministros radicales son, sí, radicales, pero están encantados de haber pisado la alfombra roja de Moncloa y se lo pensarán dos veces antes de volver a su modesta condición civil. Ahí reside la superioridad de Sánchez. Pero también padece una inferioridad. Yolanda y compañía podrían presentarse a las elecciones llamándose a engaño y reclamando una política social de rompe y rasga. Disfrutan, en fin, de una agenda alternativa. Sánchez, no.

Sánchez tendría que mancharse la frente de ceniza y pedir perdón por haber prometido lo que no podía dar. Posición muy frágil, porque lo normal, cuando uno ha incumplido, es renunciar a que lo voten otra vez. En la hipótesis de un órdago, son mejores las cartas de Yolanda que las del presidente.

La lectura de los posos de té, resumiendo, no arroja un vaticinio claro. Si Sánchez no logra neutralizar al ala izquierda de su gabinete, intentará ganar tiempo. Pedirá árnica en Bruselas, probablemente sin éxito, o procurará que la cita electoral, caso de que fuera inevitable, se celebre en el momento mejor para él. Lo último nos conduce a la economía. ¿Hay motivos para el optimismo en el corto y medio plazo? Regular. El INE primero, el FMI después, han rebajado las previsiones de crecimiento del PIB para el 2021. Estaremos por debajo de Francia e Italia y por encima de Alemania, la cual, todo hay que decirlo, en el 2020 descendió menos de cinco puntos, contra los más de diez que nos anotamos nosotros. Más complicaciones: tal cual alegría demagógica, la inflación, etc, nos harán daño. Añádase que casi todo el empleo que se ha creado es público, y se obtendrá un cuadro general no demasiado halagüeño. Todo hace presagiar que ingresaremos en la recuperación con menos fuerza que el grueso de los países comunitarios, y que esto nos pondrá en evidencia delante de los inversores.

Les confío que doy remate a esta columna con cierta sensación de malestar. Tendríamos que estar discutiendo sobre cómo abordar la fragmentación territorial y del mercado, el déficit, la viabilidad del sistema de pensiones, la mejora urgente de la educación, y suma y sigue. Pero no, lo que nos absorbe es una tarea estéril: dar en el hito de lo que hará un señor cuya única preocupación es él mismo. Merecemos algo mejor que dar vueltas alrededor de este sol oscuro y nacido del azar.

Todo hace presagiar que ingresaremos en la recuperación con menos fuerza que el grueso de los países comunitarios