Apocos meses de las elecciones presidenciales en Francia, la candidatura de Eric Zemmour puede ser el factor que incline la balanza y facilite la victoria de Macron o de la derecha republicana. Pero la disrupción que pretende el popular periodista es total y nadie se atreve a hacer predicciones. Desde posiciones racistas y antieuropeas, Zemmour, un agitador muy conocido por su omnipresencia mediática, prepara una campaña centrada en disputar a Marine Le Pen la primacía en la ultraderecha. Aspira asimismo a establecer el marco de todo el debate político, a partir de emociones sencillas e ideas soberanistas. A sus sesenta y tres años, este judío de origen argelino, culto y peligroso, reescribe con destreza el libreto populista y busca enemigos externos. Usa la táctica de presentarse como víctima de la censura para promover con fuerza sus ideas y reivindica un pasado tan irreal como glorioso. Sin haber formalizado aún su entrada en la contienda, las encuestas le sitúan por delante de Le Pen, con posibilidades de pasar a la segunda vuelta.

La izquierda está desaparecida. Emmanuel Macron se encuentra desgastado por la contestación social hacia su agenda reformista. La renovación en esta ocasión viene por la extrema derecha anti-sistema o por la derecha republicana. Los conservadores arrastran una división fratricida y tienen que elegir aún entre media docena de candidatos. El mejor valorado por ahora es Xavier Bertrand, exministro de Sanidad y Trabajo, con un discurso centrado en la seguridad. Si consigue unir a los suyos, su estrategia es dejar que Zemmour acabe con Le Pen y gracias a esta querella conseguir disputar la segunda vuelta a Macron. A cambio, el presidente prefiere una repetición de las elecciones de 2017, con todo el voto moderado movilizado a su favor buscando frenar a la extrema derecha. No ha conseguido convertirse en un líder europeo, a pesar del arsenal de propuestas para impulsar la integración con las que llegó al Elíseo. La reelección le daría una nueva oportunidad. Su mejor destino, trabajar con el canciller Scholz en una Unión cada vez más complicada que necesita adoptar muchas decisiones estratégicas.