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Las 79 cartas de amor de la musa de la Transición al jefe de los espías

El archivo del general Manglano recoge su romance epistolar con Carmen Díez de Rivera entre 1962 y 1966

JAVIER CHICOTE y JUAN FERNÁNDEZMIRANDA

«Dentro de poco seré tuya y tú mío. Mi vida, ¿por qué no buscas algún sitio para meternos? (...) ¿Vas a hablar con mi padre? ¿Tú crees que tu familia querrá que te cases conmigo? Cuántas preguntas, ¿verdad? Bueno, te dejo, mi dueño y señor. La princesa te abandona por escrito. Mi señor, te doy mi boca, mi cuerpo y mi todo. Cuídate, tu mujer». Carmen escribe a su amado Emilio desde Suiza. Es una de las 79 cartas que él guardará más de medio siglo. Es una historia de amor epistolar: «Encanto, es el atardecer. Tu carta ya ha salido. ¡No me dejes! Te quiero, voy hacia ti».

Carmen, una mujer rubia y atractiva, se apellida Díez de Rivera y con los años se convertirá en la musa de la Transición. Su vida quedó marcada siendo muy joven, cuando descubrió que el hombre con el que se iba a casar era en realidad su medio hermano. El choque emocional la llevó a vagar en busca de su destino, viaje en el que conoció a Emilio Alonso Manglano, un hombre fuerte y varonil que muchos años después sería nombrado director del Cesid.

Mientras Emilio se debatía entre el sacerdocio o el amor, Carmen entraba y salía del convento. Dos personas adultas con una profunda pero insuficiente vocación religiosa luchando contra la tentación del amor.

Comienza el romance

Entre 1962 y 1966, Carmen y Emilio llegaron a escribirse a diario. Carmen lo hizo desde Madrid, Oxford (Reino Unido), Suiza y Costa de Marfil; Emilio, principalmente, desde sus distintos acuartelamientos en Madrid, desde sus cursos de verano en Santander o desde su Valencia natal. Las cartas que provenían del extranjero llegaban en sobre del correo aéreo, ribeteado con franjas azules y rojas. El papel, liviano, casi transparente, estaba escrito a una sola cara, pues la tinta lo impregna por completo.

«Siempre estás a mi lado y dentro de mí. Ya jamás estoy sola. Vienen años duros, una separación, una espera triste, pero pasado esto estaremos siempre juntos». Manglano recibió esta carta el 21 de agosto de 1963 en el Pabellón de la Playa de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander. Carmen no soportaba dejar de contactar con su amado, y un día después volvió a escribirle: «Estoy deseando volver a España, aunque la revista no me apetece un pimiento».

Y dos días después, una postal «desde casa del amigo Shakespeare» con tres sellos de una jovencísima Isabel II, naranja, azul y rojo. Carmen llamaba a su novio «Tufi, mi pequeño Tufi», y siempre que podían, sobre todo cuando ambos estaban en España, hablaban por teléfono. Ella se queja ante la ausencia de la voz de su amado: Me pregunto dónde estás. ¡48 horas de silencio! De 5 a 6 es buena hora de teléfono. ¿Por qué este silencio? Y venga mirar el reloj y tú callado, Tufi!!!».

Planeaban su vida en común, pensaban en el futuro: «Yo tengo 25 años, y si no he restado mal, pues los números no son mi fuerte, tenemos 16 años de diferencia. ¿Es eso? […] Ya sabes que yo soy un poco antimilitar, no antiespíritu militar, sino por modus vivendi. Tu sueldo base será siempre el militar, y 21.000 (pesetas al mes) parecen bastante para una persona y poquísimo para un hogar. Yo no es que quiera vestirme de oro o cenar en Jockey, pero tampoco quiero estar contando las pesetas».

Carmen, que fue una mujer adelantada a su tiempo, regresó a Madrid y se incorporó a la Revista de Occidente. El 22 de mayo de 1963 le escribe: «Mi querido, mi muy querido Emilio […]. Te ofreces por completo, eres capaz de morirte por darme vida. Pero, Emilio, ¿cómo puedo yo dejar que tú te ahogues para salvarme a mí? Yo no te odio, cómo podría odiarte. Si lloré fue porque tú eres para mí todo».

Mensajes profundos, casi trágicos, se intercalaban con apuntes de lo más frívolo: «Querido Emilio, estreno contigo este lujoso papel que me han hecho en la Revista de Occi

Pasión y angustia

«La princesa te deja por escrito. Te doy mi boca, mi cuerpo y mi todo. Cuídate»

«¡48 horas de silencio! ¿Por qué este silencio? Y venga mirar el reloj y tú callado, Tufi!!!»

«Tu sueldo base será siempre el militar, y 21.000 pesetas es poquísimo para un hogar. Yo no es que quiera cenar en Jockey, pero tampoco quiero contar las pesetas»

«Eres capaz de morirte por darme vida. Pero, Emilio, ¿cómo puedo dejar que tú te ahogues para salvarme a mí?»

«Me tendrás siempre pidiendo por ti hasta que en el día de la Resurrección nos encontremos y el dolor pasado nada nos parecerá al lado de esa eternidad»

dente. ¿Verdad que es lujosísimo?»

La llamada de Dios

Para ella son «días lentos y aburridos». Le escribía hasta dos cartas en una sola jornada, y a través de ellas iban surgiendo las dudas, las desavenencias, el desamor: «Emilio, no sé si esta carta te hará daño. Tengo vértigo, miedo, no puedo entender. ¿Por qué he de dejaros? Si voy al Señor, porque creo que debo ir, Él me llama y voy a ver qué quiere de mí. ¿Qué querrá de mí? ¿Me querrá para siempre?».

Carmen siente la llamada de Dios. El amor entre ambos se torna existencial: «Bueno, Emilio, no te desanimes. Si te consuela y te ayuda, piensa que me tendrás siempre pidiendo por ti con enorme cariño hasta que en el día de la Resurrección nos encontremos y el dolor pasado nada nos parecerá al lado de esa eternidad que tendremos para gozar de Él juntos».

Manglano también es un mar de dudas, y por motivos muy similares a los de su amada. En noviembre de 1963 se ha ido a un retiro espiritual. Toma notas en un pequeño cuaderno color azul: «El demonio existe, y no hay que tomarlo a broma. Está detrás de cada uno de nosotros y proponiendo todo aquello que va contra la ley de Dios». El militar se enfrenta al mal: «No quiero proponer cosas grandes (por ahora). Voy a luchar por vencer cosas pequeñas dentro de mí». Y piensa en su futuro: «Mi carrera, Carmen, mi vanidad, mis ganas de vivir bien, mi ambición. He ofrecido a Dios mi vida. Que me diga qué es lo que debo hacer».

En 1963 Manglano debe tomar una nueva decisión trascendental: dejarlo todo y ser cura, o casarse con Carmen. En su cuaderno, Emilio anota los pros y los contras: «Sacerdocio. Me gustaría: sí. Por qué: por predicar y tener ganas de ser un sacerdote bueno. Dios me ha llamado: no (…). Carmen. La quiero: sí. ¿Me gustaría estar casado con ella? Sí».

Esa llamada de la Providencia que ambos notan llevaría a Carmen hasta una misión en Daloa, Costa de Marfil. Manglano ha tomado el camino contrario. El amor sigue su curso: «Querido Emilio: Recibo tu carta en la que me «das de alta». Me dices que hace tres años que nos conocemos. ¡Me parece mentira!». También durante el primer semestre de 1966: «Mi querido Emilio, cada noche te escribo páginas y más páginas que luego no te mando porque todo se reduce a esto: te quiero, te necesito y te echo cada minuto más de menos». Pero los renglones se tuercen: «Emilio, por favor, déjame y guardemos silencio. Aquí soy feliz, más feliz de lo que he sido hasta ahora, y tú, querido Emilio, eres una incógnita».

En agosto de ese año ha pedido a la hermana superiora volver a España y que le busque una sustituta. El romance es como el Guadiana: «Quisiera estar a tu lado, cerca de ti, en ti». Carmen se ha debatido entre la llamada de Dios y la del amor a Emilio. Pero, al final, ninguna de las dos funciona. El 13 de diciembre de 1966, aún en Daloa, le escribe para agradecerle su última carta. El tono se va volviendo cada vez más frío: «Te había escrito una larga carta, pero ahora parece innecesario enviártela. Lo importante es que nuestro recuerdo nos ayude y que si alguna vez podemos sernos útiles lo seamos».

Más tarde Carmen escribe desde Lucerna, en Suiza. Responde con crudeza a una carta de Emilio Alonso Manglano. La tinta rezuma dolor: «Qué poco te conozco como hombre, qué poco te he mirado como hombre y cuánto me gusta que lo seas. Tu carta es de hombre, de los que a mí me gustan, de los que me enamoran, de los que me hacen castañetear. Está claro que me refiero al hombre que escribió y no a lo escrito. Si el final de tu carta no dijera lo que dice: que tu decisión ‘está tomada’, yo intentaría dejar hablar a la mujer que despiertas como hombre, pero tu última parte de la carta es rotunda y cortas mi palabra».

El amor de Manglano con la que sería la musa de la Transición se tornó imposible, a pesar de que hasta tres veces consiguió sacarla del convento. El romance fracasó al negarse Emilio a aceptar el alto precio que le imponía el padre de su amada: que abandonase el Ejército para casarse con ella a cambio de un trabajo donde ganase más dinero. Él se negó, pero la situación no eliminó su anhelo de formar una familia, como haría con los años.

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2021-10-16T07:00:00.0000000Z

2021-10-16T07:00:00.0000000Z

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