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LA ODISEA DE NUEVE EXTRANJEROS EN LAS TRINCHERAS DE LA REPÚBLICA

Unos 35.000 combatientes lucharon en las Brigadas Internacionales. ABC ha charlado con sus descendientes, que, según el Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática, podrán pedir la nacionalidad española

Por MANUEL P. VILLATORO

Para el galo Gabriel Fort, el mundo se tornó negro tras la Guerra Civil. Jamás volvió a ver a su familia. Y no porque le arrebataran la vida mientras lideraba la XV Brigada Internacional. En Brunete, un disparo en el rostro le dejó ciego para siempre. «Recuerdo que me mandaba siempre de vacaciones a España a casa de unos amigos. Cuando volvía, lo único que me pedía era que le describiera los paisajes, el aire, los olores… Adoraba aquellas tierras y le bastaba con eso». El que habla a ABC, con voz viva a través del teléfono, es José, su hijo. Nació en Francia, pero su

padre le puso este nombre en recuerdo del país que más quiso. Ese al que anhelaba regresar algún día, cuando el conflicto terminara, y habría querido volver a ver.

La de Fort es una historia que atraviesa montañas. Es, como recuerda a este periódico Antonio Selva, director del Instituto de Estudios Albacetenses y Codirector del Centro de Estudios y Documentación de las Brigadas Internacionales, una de las muchas que no deberían pasar de puntillas: «Hubo 35.000 vidas, una por cada brigadista que llegó a España». Un cóctel elaborado a base del paso del tiempo y el rencor que padecieron al regresar a sus países ha derivado en la desmemoria. Hoy son ya pocos los que respiran.

Por fortuna, todavía quedan muchos como José; hijos, sobrinos y nietos dispuestos a derrotar al olvido. Los mismos que, según el Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática, podrán pedir la nacionalidad española. Lado oscuro

Lo que sí tuvieron en común todas las historias fue el punto de partida. Tras el inicio de la Guerra Civil el 18 de julio de 1936, el ‘Komintern’ –la Internacional Comunista– y diferentes grupos franceses llamaron a combatir. «Unos mil extranjeros ya habían llegado a España por su cuenta. Ellos fueron la base y avivaron los deseos de otros tantos. Ese fue el germen de las Brigadas, que oficialmente no se formaron hasta octubre. A partir de entonces pisaron la Península unos 35.000 voluntarios», desvela el historiador Giles Tremlett, autor de ‘Las brigadas internacionales: fascismo, libertad y la guerra’ (Debate).

Otras de las muchas cosas que compartieron fue una nula formación militar, como explica el propio Tremlett: «Al principio era desastroso». Muchos no habían hecho un solo disparo antes de entrar en combate; otros tantos fueron utilizados como tropas de choque a pesar de su inexperiencia. Los mandos, en batallas como la del Jarama, los enviaron al matadero frente a las ametralladoras franquistas. Son las dos caras de unas unidades cuyo valor efectivo, según desveló el general republicano Vicente Rojo tras el conflicto, fue exagerado por la propaganda gubernamental: «Se infló su papel combativo». Y es que, en sus palabras, no fueron determinantes para mantener ciudades como Madrid por culpa de su desorganización.

El británico Colin Carritt rememora cómo fue la partida de sus padres a la guerra. Su madre, Liesel Mottek, una refugiada alemana y judía, decidió viajar a España. Noel, profesor de escuela, siguió a su esposa poco después. «Era un hombre tranquilo, sencillo y convencido de sus ideas políticas. Trabajaba como profesor y sus alumnos decían que era muy cariñoso», explica su hijo. La partida del maestro fue tan sencilla como hacer el petate y subirse a un ferrocarril. «Se marchó sin avisar al director de la escuela. Cogió el tren a Londres y, como tenía una hora de espera hasta la llegada al canal de la Mancha, escribió a mis abuelos. No disponía de papel de carta, así que lo hizo en el reverso de un cheque en blanco», afirma.

La suerte le sonrió. «Como tenía pasaporte británico y el Gobierno inglés no había ilegalizado todavía los viajes a España, las fronteras seguían abiertas. No se vio obligado a soportar una caminata a través de los Pirineos como muchos otros», sentencia. Una vez en la Península se alistó en las Brigadas, cosa que no pudo hacer Liesel, pues por entonces no aceptaban mujeres. «Ella se enroló en un grupo de milicianos que combatían en Aragón», apunta Colin. Poco después se unió a ellos el hermano menor de Noel, Anthony. «Tenía tan solo 23 años cuando llegó en abril de 1937». Tras más de una batalla, ambos sirvieron como conductores de ambulancia en la Guerra Civil.

Anthony murió en julio de 1937, durante una gran ofensiva en Brunete en la que participaron las Brigadas Internacionales. «Fue llamado para recoger a los heridos de las posiciones del frente cerca de Villanueva de la Cañada. Tras varios viajes, se produjo un bombardeo aéreo muy intenso. No se le volvió a ver», añade Colin. Cuando se enteró, su hermano recibió permiso para buscarle y pasó días viajando. «Fue de pueblo en pueblo y de campamento en campamento, aunque no logró hallar su paradero ni el de la ambulancia que conducía», añade. El golpe fue duro, pero la pareja continuó en primera línea de batalla hasta 1937. A lo largo de ese año, Noel volvió al Reino Unido.

Al igual que los Carritt, Henry Fraser vivía en Londres cuando resonaron campanas de guerra en la vecina España. «Era bastante bajito, pero de complexión fuerte», desvela a este periódico su hija, Pauline. Ella recuerda su pelo oscuro, sus ojos azules y su amor por el buceo. «Trabajó muchos años como socorrista y estuvo en forma hasta su vejez», explica. Aunque lo que jamás olvidará es su pasión por explicarle «cosas científicas»; tenía madera de profesor. «Un día, a los cinco años, me contó la forma en la que se fabricaba el jabón». En las Brigadas Internacionales se inscribió como químico, aunque ella siempre lo vio trabajar de electricista. Llegó a España el 27 de agosto de 1937 y pronto se vio envuelto en la ofensiva de Aragón en el seno de la compañía de ametralladoras del Batallón Británico.

Lo cierto es que no solía disparar. «Su labor era de las más difíciles. Debía llevar los mensajes desde el frente al Cuartel General de la Brigada. Eso hacía que pudiese ser alcanzado en el camino», añade Pauline. Como otros mu

UNA GUERRA EN LA MEMORIA NANCY WALLACH, CON UNA BANDERA DEL BATALLÓN LINCOLN JUNTO AL MONUMENTO AL COMANDANTE DE LA UNIDAD: ROBERT MERRIMAN

chos, padeció las inclemencias del tiempo en la batalla de Teruel, donde se llegaron a alcanzar los 30º bajo cero. «Me contó que los cañones se congelaron y los hombres murieron de hipotermia», confiesa. El frío hizo que diera con sus huesos en un hospital, pero regresó al frente haciendo autostop cuando pudo levantarse de la cama. Sobrevivió y fue repatriado en 1938. «Yo nací seis años después. Mi padre hablaba mucho de la guerra y de un amigo suyo, Sam Pearson, que murió en el Ebro. Como adolescente, casi me sentía culpable por estar viva cuando él había fallecido», finaliza.

Su compatriota, Sam Wild, decidió acudir también a España. Aunque lo hizo desde Mánchester. Dolores, su hija, confirma a ABC que provenía de una familia muy pobre. Ella le recuerda delgado, pero en buena forma física. De hecho, había sido boxeador. Y es que en las Brigadas había de todo. Desde exconvictos, hasta trileros. Él cambió los puños por un fusil. «Fue ascendido y se convirtió en el último comandante del Batallón Británico», explica. Su peor momento lo vivió cuando intentó defender Belchite de los franquistas. «Tuvo que salir de allí con sus hombres. Me contaba que hizo una marcha nocturna para escapar. Estuvo unos tres días sin dormir. Lo que más le dolía eran sus soldados. Eran hombres que habían pasado por un increíble dolor mental y físico y que se derrumbaron de agotamiento», completa. Regresó en 1938. Saltar el charco

Aunque, si hubo una unidad famosa de las Brigadas Internaciones, esa fue la Brigada Abraham Lincoln. Steven Nelson fue uno de sus miembros, como recuerda su hija, Josephine Yurek: «Intentó entrar en España en marzo de 1937 desde Francia, pero fue detenido y pasó un tiempo en la cárcel de Perpiñán. Cuando fue liberado cruzó los Pirineos y se alistó». Pronto se ganó el cariño de sus hombres y fue ascendido a comisario político. Su mayor prueba la vivió en septiembre de ese mismo año. «Fue herido mientras dirigía un ataque sobre Belchite. Se arrastró hasta una alcantarilla que conducía a una iglesia. Desde allí acabó con el francotirador que había estado disparando contra su unidad». Regresó a Estados Unidos, pero nunca olvidó su paso por España.

A las órdenes de Nelson estuvo, con total probabilidad, Hyman Wallach. Este polaco afincado en Estados Unidos escondió a su familia su marcha a la Guerra Civil. Así lo recuerda su hija, Nancy: «No se lo contó a nadie porque no quería que le disuadieran». En lo que más incide es en que partió a sabiendas de que le traería problemas. «En los pasaportes de los brigadistas norteamericanos ponía ‘No válido para viajar a España’ y se indicaba que, cualquiera que fuera allí, se enfrentaría a multas o penas de cárcel», completa. De entre todas las cosas que le contó su padre, hay una que no se le olvidará: «Siempre hablaba de las penurias, entre ellas el clima gélido. No tenían zapatos ni ropa de abrigo. Y lo mismo a nivel militar», sentencia.

Si en España padeció las inclemencias del tiempo, en Estados Unidos sufrió la gélida indiferencia de un gobierno que receló de él. Wallach,

como otros tantos, se alistó en el Ejército con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, pero fue considerado un «elemento de riesgo» por los altos mandos. Sebastiaan Faber, presidente de los Archivos de la Brigada Abraham Lincoln, así lo explica a ABC: «Entre 1939 y 1941 fueron tratados con suspicacia porque se habían alistado en un ejército extranjero y Hitler se acababa de aliar con Stalin. Sin embargo, tras Pearl Harbor, los recelos terminaron. En ese momento cambió la imagen que la sociedad tenía de ellos».

Aunque la Lincoln también tuvo su lado oscuro. «Hubo cosas muy desagradables que no debemos olvidar. Por ejemplo, cómo mataron a sus prisioneros después de la toma de Quinto. Eso fue un manchón en su historial. En mi libro también cuento algunos episodios como la violación de la mujer del jefe de la unidad por otro oficial. Eso refleja que el ambiente era muy misógino», añade el historiador francés.

Pero ni Gran Bretaña, ni el Reino Unido. El país del que llegaron más brigadistas fue Francia, con un 28,3% del total, según explica el historiador Giles Tremlett. Amor a España

De tierras galas partió Gabriel Fort cuando todavía podía ver. «Acudió con 40 años. Era militar y pensaba que había que detener aquello o comenzaría una nueva guerra mundial», señala su hijo. Pronto se hizo con el mando de la XV Brigada Internacional por su arrojo y su entrenamiento. «Pocos tenían sus capacidades», incide Gabriel. Aunque la contienda le arrebató la vista, también le permitió encontrar el amor. «Tras ser herido en el Jarama conoció a una enfermera, María Teresa, que le cuidó. Ambos regresaron juntos y se casaron. Ella es mi madre», completa.

Tomás Lora Izquierdo, exiliado en Francia, se unió mucho más tarde que Giles a las Brigadas Internaciones. Tal y como afirma a este diario su sobrino, George Bertrant, arribó a la Península el 6 de mayo de 1938 desde Stains, al norte de París. «Dejó la papelería en la que trabajaba para combatir. Lo mataron en la batalla del Ebro, mientras participaba en un ataque de diversión con la XIV Brigada», explica. No lo conoció, pero sí luchó por su memoria. «Tuvimos que esperar a un juicio en 1972 para que su fallecimiento fuese registrado de forma oficial», finaliza. Algo, por cierto, que le pasó a muchos combatientes.

ENFOQUE

es-es

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