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El mundo se desmorona y nosotros nos enamoramos

OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

‘EL AMOR EN SU LUGAR’

Director: Rodrigo Cortés. Intérpretes: Clara Rugaard, Ferdia Walsh-Peelo, Magnus Krepper, Freya Parks.

Qué película tan excepcional, tan lograda, emotiva y admirable en cada uno de sus muchos ingredientes y en su cuerpo general, y que tiende un hilo de corriente entre la tripa, el corazón y la cabeza. Su mismo título, acertadísimo, refinadísimo, alude a esas situaciones extraordinarias que exigen el acomodo del amor (tantas veces considerado como el sentimiento clave del ser humano) en un lugar preterido, desactivado de su primer impulso y potencia para de ese modo sublimarse. Pensemos, por ejemplo, en qué lugar puso el amor Rick Blaine (Bogart) cuando despidió a Ilsa Lund (Ingrid Bergman) en ‘Casablanca’; desde luego, algo tan grande o más puso delante de él.

Y esta joya de Rodrigo Cortés también es, en cierto modo, una película de salvoconductos, triángulo amoroso y nazis, y la trama ocurre en el gueto judío en la Varsovia ocupada y responde a un hecho insólito y real: una compañía de actores judíos representó durante unas semanas una comedia musical entre el horror, el frío y el aliento de la muerte al otro lado de la puerta del teatro. La película comienza situándose con un largo, inquieto y alarmado plano secuencia que nos introduce en el gueto: la cámara sigue a la protagonista, la joven Stefcia, sin pestañear, que es un síntoma necesario del asombro por lo que vemos allí, gente apelotonada y que deambula como fantasmas o que está tirada y congelada, moribundos y muertos. Es un repaso sin corte a lo real, a la tragedia, y luego Stefcia y la cámara se dirigen al interior del teatro, a la comedia, en la que ella juega un papel estelar, y allí se queda la acción pero ya nadie se podrá quitar de encima el rastro y rostro de lo que hay fuera.

El guion de Rodrigo Cortés y de David Safier comienza un juego a lo ‘Noises off!’, la gran película de Bogdanovich, y muestra lo de delante, es decir, la puesta en escena de la obra de Jerzy Jurandot (la que se representó en 1942), y lo de detrás de las bambalinas, es decir, las pulsiones entre el miedo, la supervivencia y los arrebatos de los actores. La precisión de las entradas y salidas, los conflictos internos de la obra y su espejo en las aflicciones románticas y vitales de los actores protagonistas, las rupturas entre lo cómico y musical con la angustia y dilemas al abandonar el escenario…, un trabajo de exigencia y rigor máximo para la puntualidad del gesto, de la cámara, de los actores, del tono (ahora ligero, ahora denso), de la doble intriga. Ya sabíamos lo que era capaz de hacer Rodrigo Cortés con una cámara, un actor y la claustrofobia de un lugar del que no se puede salir y al que llegará la muerte; su película ‘Buried (Enterrado)’ transcurría entera en un ataúd. En ‘El amor en su lugar’ le cambia el tamaño al ataúd, es un gueto, pero permanece la sensación de que o sales de él o morirás, y es una sensación que convive con la representación de una obra llena de música, humor sarcástico y enredo romántico.

Entradas y salidas

Tras ese alarde de músculo cinematográfico del arranque, el director acopla la autoridad de su cámara (su modo de mirar) a los cambios de tonalidad de las dos historias, a la comedia y música del escenario, y a la pasión y tragedia fuera de él, con una planificación que fluye de un lugar a otro y atenta al colorido y chispa de los números teatrales (magnífica música de Víctor Reyes y unas letras jocosas e intencionadas, las originales de la obra y la de la canción ‘Little Birds’, compuesta por ese genial escritor que es también Rodrigo Cortés) y al enorme dilema que se cierne sobre el trío, triángulo, protagonista entre salidas y entradas a escena. Tiempo teatral y tiempo real. Tiempo y aliento del torbellino amoroso y tiempo trágico de encontrarle su lugar. Tiempo de salvoconductos y tiempo de sacrificio.

Con cuánta sutileza, nervio y emoción se escurre la película hacia su hermoso final, y con cuánto talento lo hacen comprensible sus maravillosos dobles actores, tan poco conocidos como difícilmente olvidables, y en especial ella, Stefcia, Clara Rugaard, asombrosa actriz y cantante que expresa con encanto, tenacidad, fragilidad y dureza ese espíritu del siempre nos quedará París de Rick e Ilsa.

ABC DEL OCIO

es-es

2021-12-03T08:00:00.0000000Z

2021-12-03T08:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282187949301730

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