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FRANCISCO JAVIER GÓMEZ DÍEZ

OBITUARIO Mario Hernández Sánchez-Barba Su obra es una profunda reflexión sobre la disciplina, un esfuerzo complejo de comprensión

El pasado 30 de noviembre fallecía en Madrid, a los 96 años de edad, don Mario Hernández Sánchez-Barba, mi maestro. Cuando desde el diario ABC me solicitaron una nota necrológica no dudé en aceptar. Supuse que me sería fácil o, dada mi natural imprudencia, no caí en la complejidad del encargo. En una esquina de mi biblioteca guardo, en gran parte por la inmensa generosidad de don Mario, casi la totalidad de su obra escrita. Fui su alumno en repetidas ocasiones; publicó mis primeros textos y me empujó a publicar otros tantos; desde hace muchos años –con don Mario todo era mucho– colaboré con él en seminarios, ciclos de conferencias y cursos. Recuerdo infinidad de anécdotas de todo tipo, su genio, su humor, sus enseñanzas… pero no me ha resultado nada fácil escribir estas líneas. Dudaba entre sintetizar su currículum o dibujar su personalidad, y ambas cosas resultan imposibles. Más de treinta profesores y los principales textos de don Mario, recogidos en el libro homenaje publicado por la Universidad Francisco de Vitoria, lo pone de manifiesto.

Con un entusiasmo inagotable, prácticamente hasta el final de su vida siguió escribiendo, dando clases, dirigiendo tesis y ayudando a todos los que a su despacho llamaban. Todo con generosidad y optimismo.

Sin guardarse una idea ni reservarse un proyecto, sin regatear un elogio ni, con total franqueza, una crítica.

Todos los que hemos pasado por la universidad recordamos, con suerte, a tres o cuatro profesores realmente buenos; los demás hacemos dignamente nuestro trabajo. No son pocos los que han tenido la suerte de encontrar un buen director de tesis para concluir con éxito el doctorado. Rarísimos son los que realmente encuentran un maestro. Yo conocí a esos tres o cuatro profesores, entre ellos a don Mario. Él dirigió mi tesis doctoral y, sobre todo, para mi inmensa fortuna, se convirtió en mi maestro.

Recordándole en estas últimas horas me ha dado la impresión de que sus enseñanzas, sus verdaderas lecciones, han sido tan numerosas como sus libros. Si los frutos de la inteligencia se alcanzan con esfuerzo y a largo plazo, don Mario nos lo demostró día a día con trabajo, trabajo y más trabajo. Como el maestro de historiadores que era, tenía claro que la Historia es una disciplina compleja. El primer día que entré en su clase, me hizo una pregunta: ¿Qué es la historia? Era la manifestación de su más profunda preocupación intelectual: sólo se puede hacer historia preguntándonos permanentemente por el sentido de la disciplina. La obra de don Mario es una profunda reflexión sobre la disciplina, un esfuerzo complejo de comprensión. En la estela del que consideró siempre su maestro, Jaime Vicens Vives, huyó de las explicaciones sencillas y criticó a los docentes, que no historiadores, amigos de las explicaciones sencillas. No se fíe, me decía, de nadie que explique las cosas con demasiada sencillez; sin duda, nada estará explicando.

Durante mis estudios de doctorado asistí al seminario que por entonces impartía el profesor Hernández Sánchez-Barba, al que había conocido años antes. Una mañana comenzó recordando el reciente fallecimiento de Dámaso Alonso. No era momento de minutos de silencio, nos dijo, el mejor homenaje para un profesor es continuar trabajando. Sin más, le dedicó la clase que empezaba.

Recordaba esta anécdota el miércoles pasado. Acababa de despedirme de su familia y dejaba a Mario, por fin, descansando. Me dirigía a dar clase, agradecido por su magisterio, por su ejemplo y, muy especialmente, por su amistad.

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2021-12-03T08:00:00.0000000Z

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