Pasan muchas cosas y muy rápidamente, pero es probable que la carta firmada por los responsables de prensa del Congreso pidiendo ‘tomar medidas’ contra los medios díscolos sea uno de los documentos que explique la situación actual. Dos que firman una moción se vuelven de la misma condición y ahí está el PSOE encamado con Bildu, la CUP y los golpistas. Que ese conjunto de siglas pida «decoro» es como si Freddy Krueger, el Carnicero de Boston y Andrei Chikatilo se reúnen para firmar un manifiesto en defensa de la vida.

Han sido periodistas quienes han inmortalizado el ‘momentum’, sin querer han hecho su trabajo, logrando además la caricatura definitiva del abajofirmante. No podía ser de otra forma. El sometimiento de los medios de comunicación a los partidos, a su corrupción y estupidez explica, tanto como los cambios tecnológicos y culturales, el enanismo de una profesión que se empequeñece, genuflexa, a la velocidad de mengua del político nutricio.

Trump demostró el fracaso de los medios, aunque el enjambre de tontos no nos dejara aprender la lección. Vimos sus ruedas de prensa: beligerancia y activismo cómico contra él por los mismos que babean ante Biden. En lo de los periodistas no hay solo sumisión alimenticia, algunos están ideologizados de puro burros. No han visto, leído, conocido otra cosa que el mantra y no hay más lianas por las que trepar. Ha sido asombroso verles estos años participar en atropellos como el juicio de La Manada con la convicción de estar salvando al mundo.

Merecen solidaridad 7nn y ‘Estado de Alarma’, aunque no son nombrados. A la censura y el matonismo se une el desprecio de no conceder existencia al otro, una práctica habitual. Solo ellos existen. Sus periodistas e intelectuales orgánicos copan tertulias y honores, sus artículos salen en los exámenes, sus opiniones en los libros de Historia y cuando fallecen dan nombre a las calles.

El tibio y oneguístico comunicado de la Asociación de la Prensa (chicos, llévense bien) confirma, por si no estuviera claro, que tienen de su lado estructura e institucionalidad. El tingladete es cada vez más cutre.