Kiosko y Más

«En Rusia las desgracias nos han dado una gran literatura»

► El autor ruso, maestro del cuento, vive en el exilio desde que estalló la guerra de Ucrania, y ahora visita España

Lea la reseña en ABC Cultural BRUNO PARDO PORTO MADRID

Maxim Ósipov (Moscú, 1963) es cardiólogo, pero fuma en pipa. «Esto no cuenta», dice, entre risas y caladas. Hay algo melancólico en su mirada, tal vez el exilio, y un humor al que acude para aligerar el drama, como si fuera alcohol. Huye del sermón, por eso escribe cuentos igual que si fueran sinfonías: le interesa la belleza, la vida, la contemplación. Su máxima es la de Auden: «La poesía hace que nada suceda, sobrevive / en el valle de su creación». Con ese empeño, asegura, ha alumbrado todos los relatos de ‘Piedra, papel, tijera’ (Libros del Asteroide), que funcionan como una suerte de fresco de la sociedad rusa. La misma que ahora ve desde Alemania, lejos de la guerra, lejos del hogar.

—Hace tres meses que dejó su país… ¿Qué recuerda de esos días?

—Yo nunca había pensado abandonar Rusia, pero entonces estalló la guerra. Al sexto día hubo un rumor de que iban a declarar el estado de sitio, por lo que ningún hombre iba a poder salir del país. Y tuve un sentimiento de sofoco, de ausencia de aire... Todo pasó muy rápido. Solo sé que al octavo día ya estaba en un avión.

—¿Había tenido problemas antes de la guerra?

—Ya llevaba años viviendo en Tarusa, muy lejos del meollo. Después de la invasión de Crimea, en 2014, abandoné todas las organizaciones, me distancié de todo. Fue una inmigración interior: en Tarusa sentía que nada ocurría, que nadie venía a pedirme que participara en actividades cuestionables. Pero después me di cuenta de que, incluso en Tarusa, Rusia es un país totalitario. —¿Cómo convivía con la censura? —La censura era muy fuerte en la televisión (yo no podría ir), y no tanto en la radio. Me rechazaron en muchos teatros por motivos políticos. Pero en cuanto a la escritura nunca sentí la censura. Creo que porque las tiradas eran tan pequeñas que no les importaba, igual que las revistas literarias. Pero ahora todo ha cambiado. Tras el estallido de la guerra impera una censura marcial. Mis artículos ya no se podrían publicar allí. —Usted empezó a publicar muy tarde, en 2007, a los 44 años…

—Es que soy muy vago [ríe]. Yo sabía que era escritor, pero lo posponía una y otra vez [y vuelta a reír]. Si hubiera empezado antes tal vez estaría avergonzado de mis escritos de juventud, como les pasa a muchos autores. Además, ser un escritor en Rusia, especialmente un escritor novel, no es algo muy prestigioso, aunque yo estoy feliz.

—¿Sigue escribiendo desde el exilio? —He escrito artículos, pero... Espero que sí.

—Lo pregunto porque su literatura está muy pegada a la sociedad rusa. —Es que es la única sociedad que conozco bien, de corazón. Además, el ruso es la única lengua en la que puedo escribir. Pero veremos. Igual escribo más que nunca. Podría escribir sobre la inmigración. No lo sé. Estoy en una etapa de transición.

—En sus cuentos está muy presente la corrupción generalizada de Rusia. ¿Es algo que le obsesione?

—Lo que pasa es que en Rusia la corrupción está por todas partes, y si escribes sobre Rusia tienes que escribir sobre la corrupción. No es un tema, es el telón de fondo: no puedes obviar la corrupción en Rusia. Y a veces es útil, diría yo. Sin corrupción, tal vez el ejército ruso sería mucho más fuerte. Pero han robado de todo.

—Hay una frase suya que ha hecho fortuna: «En diez años Rusia puede cambiar completamente, pero en doscientos no cambia nada». ¿Lo cree así? —Hay sociedades que se desarrollan dibujando una espiral. Pues Rusia va en círculos. Una y otra vez [y suelta una carcajada]. Por eso cuando lees algo de literatura rusa clásica de hace doscientos años, a Pushkin, por ejemplo, sientes que lo que dice puede aplicarse a la sociedad de hoy.

—¿Hasta qué punto el pasado, la historia, marca la política rusa de hoy? —Nos centramos demasiado en el pasado, y ese es uno de nuestros grandes problemas: centrarnos no solo en lo que pasó, sino en cambiar la historia. La versión oficial de la historia rusa es que todo fue maravilloso, absolutamente todo, salvo aquellos momentos en los que alguien cambió algo. Esa es la norma: no cambiar nada, excepto en casos como los de Pedro I, que conquistó territorios para crear una nación más poderosa. Lenin es malo porque cambió cosas y, lo peor, inventó Ucrania… Es ridículo, pero funciona así. Y cualquier hecho histórico se vuelve político. —Otra constante de sus historias es la religión, la iglesia rusa. ¿Cuál es su peso en esa sociedad?

—Bueno, es muy difícil hacer una generalización… Nikolái Leskov dijo que la sociedad rusa fue bautizada, pero no iluminada. Alrededor del setenta por ciento de rusos se bautizan en la Iglesia Ortodoxa. Y dirían de sí mismos que son ortodoxos rusos, pero si les preguntaras si creen en dios, solo el treinta por ciento diría que sí... Por otro lado, está la política. Había una idea de que no se debía hablar de política en la iglesia, pero no todos la cumplen. Por eso nuestro patriarca y muchos funcionarios de la iglesia no sólo apoyan la guerra, sino que son probablemente los autores en muchos aspectos de esta. Ellos son los autores de la idea del llamado mundo ruso, que es una estupidez.

—Por cierto, ¿por qué cree que Rusia ha dado tantos grandes autores a la historia de la literatura universal? —Es difícil saberlo, del mismo modo que no sabemos por qué los Países Bajos tienen pintores tan geniales, pero no compositores tan buenos como los de Alemania o Austria. Pero es verdad que la lengua rusa es muy flexible, muy libre, muy poética. Y además están todas las desgracias que hemos sufrido en nuestra historia: eso nos ha dado una gran literatura, aunque no a una gran sociedad [ríe de nuevo]. Aunque todos los países son desgraciados a su manera. —¿Tiene esperanza en un futuro mejor para Rusia?

—Yo solía ser bastante optimista porque veía que íbamos en la buena dirección. Cuando la Unión Soviética colapsó conquistamos la libertad, empezamos a hablar libremente, a movernos libremente. Yo era joven, entonces, tenía esperanza. Pero ahora siento que eso se ha perdido, que mi generación es una generación de perdedores. Siempre nos acompaña un sentimiento de pérdida… Es difícil ser optimista.

“Religión

«La Iglesia ortodoxa rusa no solo apoya la guerra de Ucrania, sino que en muchos aspectos es autora de ella»

CULTURA

es-es

2022-07-02T07:00:00.0000000Z

2022-07-02T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282248079255874

Vocento