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Madrid, capital del mundo

Los madrileños han dado un ejemplo de civismo

JOSEMI RODRÍGUEZ-SIEIRO

El mundo entero ha puesto los ojos en Madrid con sus habitantes dando un ejemplo de civismo, de orden y de buen hacer.

Ante las recomendaciones de José Luis Martinez-Almeida pidiendo paciencia, facilitando el transporte gratuito y recomendando el teletrabajo, la ciudadanía respondió de una manera positiva y dio una respuesta extraordinaria para que todo resultase lo menos caótico posible y así fue. Si hubiera que pagar la factura de la publicidad que ha supuesto ante el mundo esta reunión de la OTAN para España y especialmente para Madrid, seguramente sería altamente un capítulo importante.

Hemos vivido fascinados conociendo los pormenores de los medios con los que cuenta el presidente de los Estados Unidos para trasladarse de un lado a otro. El imponente avión, los impresionantes Cadillacs, el nutrido séquito que lo acompaña, cuya parte más visible han sido su mujer y dos nietas que no han parado de producir noticias y que, por ello, merecen un comentario. Desmarcándose del resto de consortes, la americana llegó de avanzadilla, con su propio programa, marcando territorio en sus visitas a la Reina y a la señora de Sánchez, saliendo de compras, llegando tarde a una cita con

Doña Letizia, eso sí, con sempiterna sonrisa y con las dos nietas, que no hubiera pasado nada por haberlas dejado en el Intercontinental viendo la televisión, porque no sabían ni saludar, ni comportarse, ni siquiera vestirse. Si para ir a ver a la Reina una se puso chándal con capucha, qué se pondrá un día normal… La feliz abuela derrochó simpatía en el Qüenco, repitió tres veces del tomate que Pepa cultiva en su huerto de Ávila y alabó su cordero. Llegó a La Granja por sus propios medios, prescindiendo del AVE, «por motivos y exigencias de seguridad» y organizó su propia juerga flamenca en la Embajada de los Estados Unidos.

A los Macron me los encontré en la Castellana, cuando regresaba de una cena a mi casa. Brigitte, de verde, como si se le hubiera caído una mata de pelo en la cabeza y fuese a engullirla peligrosamente. Él con chaleco, asfixiado de calor, chaqueta al hombro, camisa y corbata con el botón superior desabrochado, como si fuese un funcionario de mutualidades de una película de

Berlanga. Más normal paseaba, en mangas de camisa por la calle Velázquez, el primer ministro de Portugal, acompañado de un amigo y seguido por dos agentes de Policía a las dos de la madrugada. El que se lo pasó magníficamente bien fue el consorte de Luxemburgo, que se calzó unas zapatillas imposibles, arregladas pero informales, y se echó literalmente a las calles.

Boris Johnson disfrutó mucho en el Prado, quedándose absorto ante algunos cuadros que parecía conocer, tal vez pensando lo poco que le queda en el poder.

Una pena que lo que se había planteado como una cena de gala en el Palacio Real, se hubiera convertido en una cena de bienvenida. Faltaron el esmoquin y las bandas y las condecoraciones, los trajes largos, la parafernalia de una Monarquía con años de historia. Si esto hubiera ocurrido en Inglaterra, lo hubieran aprovechado con más orgullo y determinación.

Como los errores hay que corregirlos, la próxima vez que se celebre esta reunión u otra similar convendría cuidar el protocolo a la hora de posar para las fotografías, de hacer una entrada ordenada en el comedor, de situarse cada uno en su sitio y de haber esperado a que los Reyes aparecieran los últimos. Convendría también recordar a algún político y señora, que están en una situación de interinidad, que les falta recorrido, tradición y cultura para arrogarse algo que no les corresponde.

GENTE

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2022-07-02T07:00:00.0000000Z

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