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Al otro lado del muro han empezado a derribar ídolos de sus pedestales

LUIS HERRERO

HUBO un tiempo en que los rascacielos imponían más que las catedrales. Crecí con el rumor de que Europa daba sus últimas boqueadas, aplastada por el peso de su propia historia. De su antiguo esplendor solo quedaban vestigios arquitectónicos y rastros biográficos de hombres que se habían jugado a los dados la configuración del orbe conocido. Frente al viejo continente, ya decrépito, se alzaba el nuevo mundo, la tierra de las oportunidades, donde casi todo estaba por estrenar. En sus universidades germinaban ideas innovadoras, en sus calles se alzaban monumentos de cristal que acariciaban el cielo, sus escritores llamaban a la puerta de la popularidad con estilos rompedores y el cine mostraba el rostro de una sociedad pujante que colonizaba poco a poco las modas y las conductas de las nuevas generaciones. Las ciudades automáticas habían eclipsado a las vetustas.

Ahora no sé si aquella percepción juvenil fue un embuste de mi radar, auspiciado por la fascinación desmedida que me producía la antorcha de la Estatua de la Libertad, o si el imperio emergente se ha venido abajo como un castillo de naipes. El otro día me contó Luis Enríquez que Gay Talese, uno de los padres fundadores del Nuevo Periodismo, le había confesado en una entrevista que ambos mantuvieron en Nueva York que llevaba mucho tiempo sin poder decir en ningún medio lo que de verdad pensaba sobre la sociedad de hoy en día. La revelación me dejó anonadado. El mejor explorador de algunos territorios prohibidos, desde la mafia a la revolución sexual de los años 50, estaba amordazado por la tiranía de lo políticamente correcto en el mismo país que le encumbró como uno de los grandes periodistas de todos los tiempos. La denuncia me noqueó, pero al menos agradecí el gesto de que tuviera el valor de denunciarlo.

Talese también le dijo a Luis Enríquez que estaba indignado por la persecución que se había desatado contra Woody Allen y que le parecía lamentable que se arruinaran carreras con acusaciones inconsistentes. Justo entonces recibí el último libro de Allen. Se titula ‘Gravedad cero’, lo que ya es toda una declaración de intenciones sobre su propósito de desdramatizar su situación personal, y recopila 19 relatos, algunos inéditos, en los que su ingenio parece haber resistido sin pestañear la ofensiva liderada contra él por Mia Farrow y su hija Dylan. Javier Ansorena, el corresponsal de ABC en Nueva York, lo entrevistó hace unos días y le oyó decir que la tormenta de las acusaciones no le ha cambiado la vida. Hace películas, escribe libros, toca jazz y cena con sus amigos. Todo sigue igual. Pero no es verdad. Buena parte de Hollywood y de los medios lo han convertido en un apestado.

Si su disimulo es síntoma de rendición, algo terrible se avecina. La batalla contra los carceleros de la generación Woke quedará en manos de los nuevos puritanos que, al otro lado del muro, ya han empezado a derribar ídolos de sus pedestales por hacer o decir cosas que no les gustan. Pincho de tortilla y caña a que de esa guerra de fanáticos no sale nada bueno.

OPINIÓN

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2022-09-29T07:00:00.0000000Z

2022-09-29T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/281608129310838

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