Kiosko y Más

Cara a cara con los caballeros calatravos que lucharon en las Navas de Tolosa

Una escuela de arqueología excava por primera vez el cementerio de una orden militar en el castillo de Zorita y halla restos de mujeres y de bebés

MÓNICA ARRIZABALAGA ZORITA DE LOS CANES (GUADALAJARA)

Dionisio Urbina arrastra las palabras, como si quisiera oírse a sí mismo para convencerse de lo que está viviendo en los últimos años. «Aquí te enfrentas a la Historia directamente», dice en el castillo de Zorita de los Canes (Guadalajara), mientras muestra una de las sepulturas medievales que han excavado junto a la iglesia. En ella desenterraron el esqueleto de un caballero de la orden militar de Calatrava en el que aún se apreciaba la marca de arma blanca que le dejó una espada en su brazo y que le costó la vida.

«Todo esto estaba lleno de tumbas», comenta a pocos metros Catalina Urquijo, señalando el patio que llega hasta la torre del homenaje. Allí, los investigadores de ArchaeoSpain, la escuela que dirige esta pareja de veteranos arqueólogos, ha recuperado los esqueletos más o menos completos de unos 50 individuos, aunque hay huesos sueltos de más de un centenar. Es la primera vez que se excava en extensión un cementerio de caballeros de una orden militar y los resultados están siendo sorprendentes. En tumbas superpuestas unas sobre otras, entre los restos de hombres adultos y fornidos, cuya estatura no llegaba a los 1,70 metros y su dieta era más rica en carne que la de la gente común, han hallado también dos fragmentos de huesos de mujeres y de cinco bebés. «La teoría es que solo se entierran los pertenecientes a la orden militar, pero nosotros estamos investigando la práctica, cuánto de verdad hay en eso», comenta Urbina. Y l a realidad es que hubo excepciones, al menos en este antiguo monasterio fortificado.

«Parece ser que había los llamados ‘familiares’, gente que hacía donaciones a la orden y a cambio ésta les concedía ciertos privilegios, como el de enterrarse en el cementerio de los calatravos», especula el arqueólogo.

En el cementerio no han encontrado ningún tipo de ajuar que arroje luz sobre estos restos. Tampoco en l as tumbas de los monjes guerreros, que se enterraban con una humilde mortaja. Solo han hallado tres hebillas de cinturón que revelan que algunos fueron enterrados con su vestimenta, aunque no se ha conservado. Y apenas han encontrado unas pocas monedas, que permiten datar el uso de la necrópolis desde el primer cuarto del siglo XIII hasta el siglo XVI. La moneda más antigua se remonta a la época de las Navas de Tolosa.

Sede fugaz de la orden

Desde Zorita partió la plana mayor de las huestes de la orden de Calatrava hacia la célebre batalla que abrió el camino a Andalucía a los cristianos. La derrota en Alarcos años antes, en 1195, y la consiguiente pérdida de Calatrava había obligado a la orden militar a replegarse en el castillo de Zorita, que se convirtió durante breve tiempo en su sede central.

La fortaleza que construyeron los árabes a principios del siglo IX y que tras sucesivos cambios de manos de musulmanes a cristianos conquistó definitivamente Alfonso VII trescientos años después, había sido cedido a la orden de Calatrava en 1171. Al convertirse en su convento principal, sufrió importantes cambios. Los freires rehicieron o levantaron una iglesia de ciertas proporciones, que tal vez fuera almenada, en el lugar de un antiguo templo más pequeño. Tal como recogen los investigadores en el libro ‘El castillo de Zorita. Historia y arqueología’ (El Tercer Sello), recientemente publicado, en las excavaciones en el suelo de la iglesia se halló un Cristo de madera románico muy deteriorado, así como restos de un altar original, que así lo indican.

Un capitel de Recópolis

Actualmente, en la cripta tallada en la roca, donde los miembros de la orden se reunirían en ocasiones especiales o pasarían noches de vigilia antes de armarse caballeros, se conserva un capitel de mármol procedente de la vecina población visigoda de Recópolis. «Está horadado arriba, por lo que no descartamos que fuera usado como soporte para la Virgen de la Soterraña, pero después sirvió de soporte para el pequeño altar de la cripta», explica Urbina. La talla de la Virgen, del siglo XIII, fue llevada al pueblo de Pastrana por orden de la princesa de Éboli

en el tiempo en que doña Ana de Mendoza fue dueña del castillo.

En la iglesia, reconstruida en los años sesenta, quedan los capiteles originales, cada uno diferente y con una pequeña argolla debajo. «Seguramente, el templo estuvo cubierto de tapices», comenta Urquijo.

Por una puerta lateral de la iglesia hoy tapada se accedía a un singular claustro en forma de ‘L’ por la necesidad de ajustarse al espacio que se tenía. Los investigadores han desenterrado en parte este corredor porticado y han descubierto restos de sus columnas, entre los escombros de las estancias aledañas.

Restos de batalla

Dionisio Urbina se detiene y retira una planta para enseñar «algo que nos mete de lleno en la Edad Media». Allí descansan unas bolas de cañón que fueron disparadas desde el cerro de al lado. En el muro del castillo aún se ve la reforma que tuvieron que hacer para cubrir el boquete que abrieron. «Te da idea de cómo era la vida aquí», añaden los arqueólogos. Aunque el castillo fue abandonado paulatinamente y se fueron llevando todo lo que tuviera utilidad, han encontrado una punta de lanza en una estancia que creen que fue una panadería, tres puntas de flecha de ballesta en el interior de la iglesia y más bolas de cañón. «Son restos de batalla», aseguran.

En las últimas excavaciones de este verano han llegado hasta el suelo original del claustro, que destapan para mostrarlo con orgullo. «Es absoluta primicia», dicen. También han hallado las puertas a dos estancias que daban a este pasillo porticado, una de ellas el refectorio de los calatravos. Y bajo el patio del claustro han vaciado un impresionante aljibe excavado en la roca que data probablemente de la época musulmana. «Calculamos que aquí se acumulaban entre 200.000 y 300.000 litros de agua», señalan. Fue utilizado después como bodega (hay restos de tinajas selladas con la cruz de Calatrava) y se excavó en su interior un pozo que baja unos 15 metros.

No es el único subterráneo que han descubierto desde que comenzaron a excavar en el castillo en 2014. Bajo el atrio de la iglesia hoy desaparecido han encontrado una sala abovedada y pasillos que conectan con una pequeña habitación cuadrada. «Podría ser un almacén, una bodega del vinagre o la cárcel», especula Urbina, que se inclina más por esta última idea ya que desde la entrada del castillo se podía acceder a esas estancias subterráneas que no iban a ninguna parte.

En la iglesia existe otra puerta hoy cegada. Comunicaba con el ‘corral de los condes’, así llamado porque en él el alcaide del castillo retuvo como prisioneros a Nuño de Lara y Ponce de Cabrera una vez que fueron a reclamar la fortaleza. Así lo cuenta una leyenda que quizá se basó en un hecho histórico. Con la construcción de Calatrava la Nueva, poco tiempo después de las Navas de Tolosa, Zorita dejó de ser la sede principal para quedar como un castillo más de la orden. «Entonces se empezó a usar este espacio como cementerio y la puerta se tapó para no salir directamente a las tumbas», relata Urbina. Los arcosolios de ese muro sur de la iglesia, donde aún se conserva un sarcófago vacío y que debieron de albergar los restos de personajes importantes, ya indicaban a los investigadores la ubicación de la necrópolis. Lo que no se imaginaban es que llegaba hasta la torre del homenaje e incluso la pequeña capilla que había fue construida sobre tumbas. Tampoco se esperaban dar con tantos restos en el osario. «Entre los excavadores de habla inglesa es archiconocido ese rincón como la ‘crazy corner’», comentan divertidos Urbina y Urquijo.

Un alquerque en una tumba

A pocos metros, junto a la puerta de la iglesia, los arqueólogos han descubierto una curiosidad en la última campaña. Lo que creían que era una tumba es en realidad la tapa de una sepultura fuera de su sitio que tiene algo grabado. Urbina sopla para retirar la tierra y muestra unas líneas en la losa, casi imperceptibles. «Es un juego del alquerque, parecido al tres en raya», anuncia. Han encontrado incluso alguna que otra pieza. ¿Un juego en un cementerio? «Sabemos por textos de la época -explica el arqueólogo- que los visitadores de la orden de Calatrava se quejaban a finales del siglo XV de que cuando la gente del pueblo subía los domingos a la misa mayor del castillo los varones solo entraban en la iglesia en el momento de la comunión y que se pasaban el resto de la ceremonia hablando y jugando». He aquí la prueba de sus quejas.

La necrópolis de la orden de Calatrava creció de tal forma que no solo llegó hasta la torre del homenaje. Fue elevándose en niveles de enterramiento hasta dejar su entrada en un piso inferior, con ventanas cegadas por la tierra. Desde su base, Urquijo estima que «debió de ser una torre tremendamente alta pues tenía al menos dos pisos más». La entrada comunica con la sala capitular de la orden, una impresionante estancia conocida como ‘la sala del moro’ por la figura de la clave de la bóveda. «En realidad, es una pantera reutilizada, que pertenecería a una fuente tal vez árabe», aclara Urbina. Unas escaleras de caracol conducen hasta lo más alto de la torre, la atalaya perfecta para ver las estrellas observar la vecina Recópolis y Zorita a sus pies, tal como lo harían los caballeros calatravos.

ABC 2

es-es

2022-12-05T08:00:00.0000000Z

2022-12-05T08:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282196539981721

Vocento