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Miguelón, patrimonio fósil

▶ El análisis de nuestro registro ayuda a entender aspectos físicos del hombre, así como comportamientos y la esencia de lo que nos hace humanos

JOSÉ CARLOS DE LA FUENTE TARRAGONA

«He llegado muy lejos en el dolor». Recuerdo de forma indeleble esa confesión hecha por uno de los mejores deportistas de todos los tiempos, Miguel Induráin, después de ganar uno de sus épicos Tour de Francia. Y es que una prueba deportiva como la ronda ciclista, además de otras cosas, al final depende de cuánto puede resistir el deportista el sufrimiento físico, de su fuerza mental. A pesar de esta prodigiosa capacidad personal hay que decir que, durante gran parte de aquellas hazañas físicas, el genial ciclista navarro corría apoyado por sufridos y casi anónimos gregarios que trabajaban para dejarlo en las mejores condiciones ante sus rivales deportivos.

Medio millón de años atrás, otras gentes, pertenecientes a una versión distinta de la humanidad hoy extinta, también arroparon a los suyos, incluido al otro Miguelón. En el año 1992, a la vez que Induráin escribía su leyenda a golpe de pedalada, en Atapuerca se descubría uno de los fósiles humanos más famosos: el cráneo 5 de la Sima de los Huesos, que sus descubridores nombraron con el apodo cariñoso que tenía el deportista navarro, Miguelón.

Los humanos, desde el momento que cobramos consciencia propia, nos hacemos preguntas acerca de nosotros mismos; la filosofía y la paleoantropología, disciplinas que se dan la mano, intentan responder a eso. ¿Qué nos hace humanos?

Miguelón perteneció a la especie que los científicos describieron como ‘Homo heidelbergensis’, un homínido de nuestro linaje evolutivo que vivió en la sierra de Atapuerca del Pleistoceno Medio, alrededor de hace medio millón de años. A lo largo del siglo XX, la especie se estudiaba a partir de los fósiles escasos, fragmentarios y dispersos por Europa, tomando como holotipo la famosa mandíbula hallada en Mauer (Alemania) en 1907. Sin embargo, los 6.800 huesos aparecidos en la Sima de los Huesos, que suponen el 80% de la especie, con 29 individuos completos, lo cambió todo. A falta de reclasificarlo correctamente, y dado su parentesco genético con los neandertales, se propone llamarlo preneandertal.

Como se reconstruye en el yacimiento Complejo Galería, los cazadores preneandertales gateaban por galerías subterráneas para bajar hasta donde los ungulados caían, al fondo de la sima vertical, abierta en aquella época. Cortaban con sus bifaces los jamones y volvían con ellos al exterior. Debían ser rápidos y eficaces, porque encontrarse en el paso oscuro y estrecho con un león, un oso o una hiena sería fatal.

En el Museo de la Evolución Humana de Burgos se pueden contemplar las piezas originales de Atapuerca. Encarar a Miguelón en la oscuridad de la sala es absolutamente mágico. Del estudio de su cráneo excepcionalmente conservado, con su mandíbula y casi toda su dentición y al que recientemente se le han añadido siete vértebras, los investigadores han podido inferir que murió alrededor de los 35 años, una edad avanzada para su especie. Como hemos visto, la gente como Miguelón vivía peligrosamente y su cráneo presenta numerosos pequeños golpes, así como una infección muy grave provocada a partir de la rotura de una muela en el lado izquierdo que le provocó sin duda atroces dolores durante los últimos meses de su vida.

Otra evidencia extraída del estudio de Miguelón es que este fue atendido durante su convalecencia, porque de no ser así su infección lo habría matado mucho antes. El estudio de fósiles humanos por parte de los científicos, como el mencionado y otros hallados en la Sima de los Huesos, sitúa el origen de la compasión muy atrás en el tiempo. Empatía fósil.

Especies más antiguas ya cuidaban a sus enfermos. Individuos que no habrían sobrevivido debido a la enfermedad o la minusvalía lo hicieron gracias a que otros miembros de su grupo los cuidaban, incluso masticándoles la comida.

Este comportamiento tenía un precio porque detenerse a atender a los necesitados podía poner en peligro la vida de los mismos cuidadores, dado el mundo hostil en el que vivían. Sin embargo, el cuidado parental o cuidar de un anciano desdentado podía acotar un contagio o preservar la preciosa fuente de conocimiento útil que atesoran los mayores.

Los paleoantropólogos, científicos que filosofan con un cráneo en la mano, siguen intentado responder a esas preguntas. Los cráneos les cuentan que la compasión, la humanidad de los homínidos, nos hizo humanos hace milenios. Mientras observas a Miguelón desde su vitrina sientes el inaprensible vínculo, más allá de un apodo cariñoso, entre dos admirables humanos que viajaron lejos en el dolor; y ambos lo consiguieron porque no estaban solos. JOSÉ CARLOS DE LA FUENTE ES AUTOR DEL LIBRO ‘COEXISTENCIA. UN VIAJE POR LAS RELACIONES ENTRE CARNÍVOROS Y HUMANOS’ (PERDIX EDICIONES, 2021)

ABC DE LA CAZA

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2022-12-05T08:00:00.0000000Z

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