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Anatomía de una estación

Atocha tiene ya más vértebra de aeropuerto que alma de apeadero

ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Los poetas del viaje arriesgan que los trenes son siempre trenes nocturnos, alcalde, y esto queda muy bien para un arranque de novela, pero no tanto para la estación de Atocha, donde los trenes vienen y van, día y noche, en promiscuidad alegre. Quiere decirse que el viaje largo, literario y de pormenor, es aventura ya antigua, y acaso extinta, porque la estación de Atocha son varias estaciones, donde se alterna el AVE con los trenes de Cercanías. En rigor, la estación de Atocha es un cruce de andén de alta velocidad y jardín de trópico artificial, según una de sus remodelaciones, cuando metieron dentro de la estación un palmeral, con el consiguiente susto estético, y escénico.

A finales del siglo XIX sufrió un serio incendio y se acometió una de sus grandes remodelaciones. La última fue a finales de los años ochenta, para reensanchar su capacidad. Las estadísticas acreditan que pudieran pasar por aquí más de cien millones de pasajeros al año. Ya es gentío, alcalde. Hoy, la estación es un cruce de t renes que saludan como relámpagos y un centro comercial que abraza todo el bullicio propio de un sitio donde el gentío viene, o va, atareado de maletas. Igual te compras un iPad, mientras llega el tren, que un fular de la última generación del diseño.

La estación de tren arrastra mucho prestigio literario, pero la estación de Atocha tiene ya más vértebra de aeropuerto que alma de apeadero, con lo que se encuentran en el sitio antes las prisas que los romances. Pero romances hay, si uno se fija, y despedidas de película, sólo que con maletería Samsonite y un café de diseño entre amantes que miran el reloj en el móvil, y no el gran reloj de época que preside la estación.

Si miramos al fondo de su biografía, en días posteriores a la inauguración de 1851, nos sale que se llamó embarcadero, término de uso en la época para señalar las primitivas estaciones ferroviarias. Si miramos su biografía más reciente, nos sale la imborrable estampa estremecedora de los atentados de 2004. Entre los días de embarcadero y los días de anteayer mismo, está la vida pasajera de la ciudad, a la que Sabina le puso el estribillo: «Yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid».

MADRID

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2023-02-01T08:00:00.0000000Z

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