Kiosko y Más

El ministerio y el misterio de la lengua

JESÚS GARCÍA CALERO

Para quienes han vivido con pasión las polémicas de la tilde de sólo –cuando es adverbio– o la notable tensión entre la RAE y el Ministerio de Exteriores por los cambios que sufrió el programa del Congreso de la Lengua (CILE) –que no fue proverbial, sino narrada a contrapelo– no debe ser una sorpresa lo que dijo ayer el ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, José Manuel Albares, en Cádiz. Venía de dar el primer discurso de un ministro anfitrión en una inauguración del CILE y se dirigía a dar la primera ponencia de jefe de la diplomacia sobre la fuerza del español en Europa: «Nada hay más normal que el hecho de que Exteriores esté presente tanto en la financiación como en el diseño del Congreso». Uno puede esperar que, desde este momento, cada ministro anfitrión hará lo mismo, en aras de las prioridades políticas de cada país en cada momento. Esto supone un cambio relevante.

Hace ciento cincuenta y tres años, en 1870, empezó a hablarse de la diplomacia de la lengua española como algo independiente de los poderes del gobierno. Hay unas lúcidas palabras de un reglamento de aquel año sobre los orígenes de la red de Academias que la RAE desempolvó no hace mucho: «Los lazos políticos se han roto para siempre: de la tradición histórica misma puede en rigor prescindirse; ha cabido, por desdicha, la hostilidad, hasta el odio entre España y la América que fue española; pero una misma lengua hablamos, de la cual, si en tiempos aciagos que ya pasaron usamos hasta para maldecirnos, hoy hemos de emplearla para nuestra común inteligencia, aprovechamiento y recreo. Hoy, pues, que la Academia nada monopoliza, y acaso nada más que su literaria tradición representa, con estos únicos, pero valederos títulos, llamando a todos y oyendo a todos, debe y puede pugnar porque en el suelo americano el idioma español recobre y conserve, hasta donde cabe, su nativa pureza y grandilocuente acento».

Mucho ha llovido desde entonces y el trabajo conjunto de las Academias se prestigia. El Congreso de la Lengua nació por encargo de la Cumbre Iberoamericana –acaba de celebrarse la última en Santo Domingo–, pero fue situado en un ámbito ajeno a la política, impulsado por la RAE, las Academias Americanas y el Instituto Cervantes, tal y como recordó ayer el Rey en su discurso.

Y qué memorable aquel primer Congreso de Zacatecas en 1997 en el que Gabriel García Márquez pidió «enterrar las haches rupestres» pero blandió una espada arcangélica con la que pretendía expulsar del paraíso de los hablantes a la ortografía, como todos recordamos. Gabo no llegó a imponer su voluntad, en parte por la respuesta que recibió allí mismo, en un diálogo entre escritores –no ministros– de la talla de Octavio Paz o Vargas Llosa, los tres Nobel del español en el pulso. Ayer mismo, Sergio Ramírez añadía otra capa al reivindicar en su discurso la literatura y la libertad del idioma español porque han sabido alumbrar incluso las horas más oscuras de la historia del continente, bajo las amenazas de los tiranos y los demonios políticos de cada época, desde Pedrarias Dávila.

¿Y ahora sí debería entrar la política en el CILE? Albares repetía ayer que el Gobierno de España «está absolutamente comprometido con la promoción y proyección de nuestro idioma común con tantos países en el mundo, por tanto nada más normal que el Gobierno de España y en concreto el Ministerio de Exteriores, que tiene el Instituto Cervantes y la dirección general del Español en el Mundo, esté presente tanto en la financiación como en el diseño del Congreso de la Lengua». El compromiso se agradece siempre. El ministro defiende con gran convicción que el español es una prioridad de la política exterior del Gobierno de Sánchez. Nos jugamos mucho en que de verdad lo sea (y ojalá también lo fuera en la política interior). Por otra parte, señaló, Instituto Cervantes tiene la secretaría general del Congreso de la Lengua. ¿Y el Cervantes de quién depende? Para este tornaviaje no hacían falta alforjas.

El español cobra cada vez más dimensión cultural, política y económica en este nuevo siglo. El compromiso y la estrategia son bienvenidos, por supuesto. Pero un ministerio de la lengua no es necesario. Y menos si no parte del misterio de libertad que nos une a través de las palabras y de quienes, como bien dijo Albares, las aman.

Nos jugamos mucho en que el español sea una prioridad en la política exterior (ojalá también en la política interior)

el

CULTURA

es-es

2023-03-28T07:00:00.0000000Z

2023-03-28T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282170770404529

Vocento