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Guido Reni, ‘el divino’: una vida en busca de la belleza

▶ El Prado dedica la primera antológica en España al genial artista boloñés, que tocó el paraíso con sus pinturas. Reúne préstamos excepcionales

NATIVIDAD PULIDO

¡Que se mueran los feos! La pintura de Guido Reni es un catálogo de Cristos, Vírgenes, santos, angelotes, fornidos héroes y trágicas heroínas... todos bellísimos. Da igual que sean torturados, sacrificados o a punto de suicidarse. No pierden su atractivo. Incluso los viejos de sus cuadros, con la piel flácida, arrugas y el cabello cano, son hermosos. Conocido como ‘el divino’, un sobrenombre al alcance de muy pocos en la Historia del Arte (Apeles, Rafael, Miguel Ángel...), se le consideraba un genio capaz de tocar con su arte lo sobrenatural. Su carrera se tornó un esfuerzo descomunal en busca de la belleza. Sus contemporáneos sentían un altísimo aprecio por su pintura, «celestial, más allá de lo humano». Creían que no solo se acercó a la perfección, sino que incluso fue capaz de trascenderla.

Guido Reni (Bolonia, 1575-1642) fue uno de los artistas más célebres y admirados de su tiempo, con relevantes mecenas y encargos de las Cortes de Madrid, París y Londres. Pero en el siglo XIX, con el Romanticismo, su pintura cayó en el ostracismo. Le critican una ‘afeminación’ del arte. La pintura boloñesa barroca era desterrada del Louvre. No fue hasta mediados del XX cuando se restituyó la figura de Guido Reni, con una exposición en 1954 en su ciudad natal. A ella siguieron en los 80 otras en Estados Unidos y en Europa. Contribuyeron a su restitución especialistas como Roberto Longhi, Denis Mahon y, en España, Alfonso E. Pérez Sánchez. Hoy, Guido Reni es muy apreciado por coleccionistas e investigadores.

Casualidades de la vida, apenas un centenar de metros separan las exposiciones de Lucian Freud en el Thyssen y la de Guido Reni en el Prado, dos artistas muy distintos entre sí, casi antagónicos en sus biografías y en su estilo pictórico, pero que hicieron del cuerpo humano el eje central de su trabajo. El primero pintó la carne trémula; el segundo, la carne idealizada. Dos caras de la misma moneda, pero ambas igualmente geniales.

Salvado de las llamas

El Prado dedica al maestro boloñés una gran antológica, la primera en España, con casi un centenar de obras (73 de Reni), cedidas por 44 prestadores de diez países. Incluidas obras monumentales como ‘El triunfo de Job’, de la catedral de Notre Dame de París, que logró salvarse del incendio y se exhibe por vez primera tras su restauración. Fue encargada a Reni por el gremio de los Setaioli (sederos) de Bolonia para su capilla en Santa Maria dei Mendicanti.

No ha resultado fácil para el Prado llevar a buen puerto esta exposición. Por primera vez en la historia del museo, la licitación para el servicio de embalaje y transporte de obras de una muestra temporal quedaba desierta con un valor estimado de 865.000 euros. Hubo que convocar de urgencia una segunda licitación, elevando esta vez la oferta un 15%, hasta los 993.950 euros. Finalmente, el coste ascendió a 1.150.000 euros. La muestra, organizada en colaboración con el Städel Museum de Fráncfort y que ha sido patrocinada por la Fundación BBVA, ocupa las salas A y B del edificio Jerónimos. Podrá visitarse hasta el 9 de julio. El comisario de la exposición, David García Cueto, jefe del Departamento de Pintura Italiana y Francesa hasta 1800 del Prado, la ha distribuido en once ámbitos. Arranca con un autorretrato de Guido Reni, con poco más de 20 años (colección privada de Londres), en el que ya se muestra orgulloso. A su lado, un precioso tondo, ‘La unión del dibujo y el color’, del Louvre, alegoría de los elementos esenciales de la pintura, un principio irrenunciable de su arte.

Recientes aportaciones historiográficas arrojan luz sobre el artista. Hoy se conoce mejor su biografía. De padre músico, comenzó como discípulo en el taller de Denys Calvaert. Más tarde prosiguió sus estudios con los Carracci, siendo el alumno más destacado de la Accademia degli Incamminati. Su viaje a Roma en 1601 supuso un antes y un después en su carrera. Iba en busca de su admirado Rafael, otro ‘di

vino’, pero muy pronto se cruzó en su camino el artista más radical y moderno de todos, Caravaggio. Quiso medirse con él y superar sus creaciones. Se le llegó a considerar el anti-Caravaggio. Pero Reni pronto se alejó de su estilo. Cuentan que tuvieron sus más y sus menos y que acabaron enemistándose. Cuelgan juntas en el Prado las versiones de ambos de la victoria de David sobre Goliat. Reni retrata a un David amanerado, ataviado con pieles y un tocado con plumas; el de Caravaggio es mucho más crudo. En la misma sala, la más hermosa de la muestra, cuelgan dos San Sebastián. El de Reni, del Prado, junto a uno de Ribera, de la antigua Colegiata de Osuna. El primero ha sido restaurado: se ha eliminado el burdo repinte añadido en el paño de pureza en el XVIII. Preside la sala otra pintura monumental: ‘La matanza de los inocentes’, de la Pinacoteca Nacional de Bolonia, icono de la ciudad italiana.

Lección de anatomía

También en Roma, Reni pudo admirar versiones monumentales, sobrenaturales, de la anatomía humana. Es el caso del ‘Torso Belvedere’ y los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. El maestro boloñés abordó este asunto en una galería de pinturas mitológicas, como ‘Hércules y la Hidra’, de los Uffizi de Florencia; ‘La caída de Faetón’ o ‘Júpiter y los gigantes’. La pintura religiosa ocupa un lugar muy destacado en la iconografía pictórica de Reni: un grupo de santos, el Calvario de Cristo (su ‘Ecce Homo’ se mide con el de Tiziano), o la ‘Inmaculada Concepción’, del Metropolitan Museum de Nueva York. Esta perteneció a María de Austria, hermana de Felipe IV, y fue donada a la catedral de Sevilla, donde estuvo hasta la invasión napoleónica, cuando salió de España. Préstamo excepcional, cuelga junto a la ‘Inmaculada de El Escorial’, de Murillo.

El artista sevillano fue uno de sus principales seguidores. También, Velázquez y Zurbarán.

El deseo y la sensualidad son el ‘leitmotiv’ de otra de las salas más destacadas. Por vez primera se exhiben juntas las dos versiones de ‘Hipómenes y Atalanta’: la del Prado, recientemente restaurada (hoy una de sus obras más célebres, estuvo depositada en Granada hasta 1964), y la del Museo di Capodimonte de Nápoles. ¿Cuál es mejor? ¿Cuál pintó primero? En opinión del comisario, detalles en los pies y los rostros hacen que la del Prado «tenga una identidad ligeramente superior». Se podrá debatir en un congreso internacional en junio.

En una pared cercana, ‘Baco y Ariadna’, localizada en una colección particular suiza, tras perdérsele la pista durante dos siglos. Se muestra ahora por vez primera. En otra, ‘Apolo y Marsias’, obra de gran violencia con dos anatomías masculinas contrapuestas. Y en un espacio anexo, ejemplos de su representación del cuerpo infantil, con un ejército de amorcillos y angelotes, y una metáfora del amor encarnada en ‘Muchacha con una rosa’, obra que colgó en el despacho de verano de Felipe IV en el Alcázar de Madrid.

La Bolonia del siglo XVII era un gran centro de producción de seda. De ahí que no resulte extraño el interés de Guido Reni por demostrar su virtuosismo pintando ricas y exquisitas telas, que contrastan con la piel de las mujeres. Así se aprecia en una espléndida galería de diosas, santas y trágicas heroínas de la Antigüedad: Cleopatra, Lucrecia, María Magdalena, Salomé...

Reni llegó a atesorar un gran taller, con muchos discípulos y aprendices, una máquina de producción artística en la que se hacían copias de sus creaciones más célebres, algunas autógrafas, otras no, pero autorizadas por él. Cuelgan en el Prado versiones de San Juan Bautista, Cleopatra o Santa Catalina de Alejandría. También se incluye uno de sus escasos cartones conservados, ‘Erígone’, que el artista utilizó para preparar la figura de la gracia en ‘Aseo de Venus’, de la National Gallery de Londres. La exposición se cierra con una etapa final en la obra de Reni que se conoce como ‘non finito’. Acuciado por las deudas de juego debido a su ludopatía (naipes y dados), las últimas obras de Guido Reni sufren un cambio radical: las formas se deshacen, el dibujo casi desaparece, su paleta se reduce y se apaga (semejan grisallas)... ¿El motivo? Falta de tiempo o de energía. Necesitaba ganar dinero y por ello se producían obras en su taller de forma frenética. Hay quienes aprecian en esta etapa la belleza de lo inacabado. La última obra, ‘Anima bienaventurada’, de los Museos Capitolinos, es una metáfora de un artista que buscó la belleza de lo humano y lo sobrenatural y tocó el paraíso. Junto a las pinturas y dibujos de Reni se exhiben obras de artistas que influyeron en el maestro o en los que dejó huella. Muchas de sus composiciones pictóricas fueron llevadas a la escultura por Alessandro Algardi, conocido como ‘Guido en mármol’.

¿Misógino y virgen?

En la biografía de Guido Reni hay tantas luces como sombras, al igual que en las pinturas de Caravaggio. Su leyenda negra le atribuye una gran misoginia. Narcisista y supersticioso hasta el extremo, dicen que temía ser envenenado por alguna mujer (cuestión de brujería), lo que hizo que despidiera a todo el servicio femenino de su casa. No dejaba que las mujeres tocaran nada en su estudio, tan solo su madre. También hay teorías sobre su (no) sexualidad: hoy podría atribuirse su supuesta virginidad a una homosexualidad reprimida, pero entonces se consideraba un ser de naturaleza angelical. El comisario considera «un error aplicar categorías morales y éticas de hoy a épocas anteriores» y explica que tenía «una visión idealizada de la mujer, como Petrarca».

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