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Telebasura, pero muy inteligente

SALVADOR SOSTRES

La Kings League es el reflejo de las virtudes y los defectos de Gerard Piqué. Es una propuesta atractiva, brillante, multitudinaria, que dinamiza el mundo del fútbol, introduciendo conceptos del mundo de la comunicación del espectáculo, y que ha conseguido reunir a mucha gente que en sus distintos ámbitos hace cosas muy bien hechas. El éxito de convocatoria que tuvo el domingo la final en el Camp Nou, pese a que algunas entradas fueron regaladas, puso de manifiesto que Gerard Piqué es hábil, listo, rápido y tiene recursos mentales que muchos empresarios querrían tener.

A su vez la Kings League es un espectáculo basura, chabacano, mezquino en su concepción, y con elementos de bajeza en su estructura, en tanto que se ha llevado por delante el esfuerzo de algunos clubes pequeños, y ha perjudicado a otros clubes no tan pequeños, y Piqué no ha tenido ningún reparo moral para comportarse como un depredador. Lo mismo hizo con la Copa Davis, que bien o mal funcionaba antes de que él llegara, y tras el ‘boom’ inicial que con su gestión tuvo, pasó a perder 40 millones al año y está inmerso en una batalla judicial porque el juguete se le ha roto y se ha puesto a llorar. Piqué, para entenderlo, hay que saber que es un niño rico malcriado. Es un niño de Pedralbes guapo, audaz, con mucho dinero y para quien el dinero es la medida de todas las cosas, y que no tiene ningún escrúpulo para conseguir sus objetivos, que siempre tienen que ver con el dinero. Puede ser que en algún momento, como ha dejado entrever en alguna ocasión, le interese la presidencia del Fútbol Club Barcelona, pero será cuando esté ya privatizado o para ser él quien dé el último empujoncito para acabar con la farsa, con la mentira de que el club es de los socios. Nada es tuyo si no puedes pagarlo. Si para Piqué algún día es importante ser presidente del Barça no será por el honor ni para robar. Será para ganar dinero, mucho dinero, porque el dinero es lo único que en verdad ambiciona –ni siquiera el poder– y la única medida de que para él tienen todas las cosas.

Pero por el camino ha dado algunas importantes lecciones a la UEFA, a la FIFA y a la Liga, entidades con elevadas sospechas de corrupción y podridas de inmovilismo. Ha sido capaz de atraer al fútbol a un público mucho más joven que no suele aguantar los 45 minutos que dura cada parte, y que sin embargo estuvo el domingo siete horas en el Camp Nou. Haciendo qué, esto es difícil de decir. Pero ahí estuvieron.

Los detractores del excentral y empresario dirán que la Kings League no es fútbol, pero es que Piqué también lo ha dicho: nunca ha pretendido compararse con la Champions o con la Liga y ha dejado siempre muy claro que él está haciendo un espectáculo en el que el fútbol es uno de los elementos, ni siquiera el más importante. También dirán, los críticos con la Kings League y su presidente, que será efímera. Tampoco es que Piqué haya prometido lo contrario: durará lo que duren sus ganancias y su capricho, y si este nuevo juguete se le vuelve a romper, llorará un poco pero enseguida se comprará otro que le haga más ilusión.

Consideración aparte merece el entusiasmo con que el presidente del Barcelona, Joan Laporta, acudió al palco. Es oportunismo populista ponerse a votar al grito de «madridista quien no vote», e impropio de su representatividad institucional, aunque esto sean para él palabras completamente desconocidas. En cualquier caso, Laporta y Piqué se han reconciliado. Se enfadaron cuando le presionaron para que se marchara y liberara masa salarial, pero ha durado poco el enfado. No es extraño. Son iguales, sólo miran por lo suyo y tienen una aproximación a la realidad estrictamente utilitaria. Laporta es más bruto, pero también más entrañable. Piqué es más listo, pero más descarnado. Que Piqué convirtiera un negocio privado, un negocio suyo, en un espectáculo que pareció un acontecimiento en el que toda la ciudad estaba implicada, con un despliegue informativo por parte de TV3 sólo visto en alguna jornada electoral, fue también una mezcla de la habilidad del excentral y del infantilismo del submundo comunicativo catalán. Tan infantil como creer que el caso Negreira es un invento de Madrid para destruir al Barça y a Laporta, y hay muchos barcelonistas que se lo creen.

Viendo el domingo al presidente del Barça, y al de la Generalitat, Pere Aragonès, botando como energúmenos era imposible no pensar que tanto el Barça como Cataluña se parecen mucho más a las estrellas –y en declive– de un programa de telebasura de gran audiencia como el que Piqué presentó en el Camp Nou que a los máximos dirigentes de un club de fútbol serio y ya no digamos a esto que sueñan los independentistas de convertirse en un Estado.

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2023-03-28T07:00:00.0000000Z

2023-03-28T07:00:00.0000000Z

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