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Pantomima líquida

FERNANDO MUÑOZ

A Juan Rulfo le repateaban tanto los adjetivos que cuando Martín Caparrós le pidió definirse con tres no pudo. «Un pobre diablo», dijo primero. «Un pobre miserable diablo», replicó después, en la repregunta. «... Deprimido y desanimado», terminó por sentenciar, dando uno de regalo ante la insistencia. Si los censores del tiempo quisieran limpiar ‘Pedro Páramo’ o ‘El llano en llamas’ no podrían. El mexicano había desbrozado tanto sus novelas que cada palabra pesa varias toneladas. Quitar una hundiría la casa. Parece que se adelantó a un futuro donde lo superfluo es lo único que importa. Agatha Christie, la última víctima de estos ‘lectores de sensibilidad’, escribió en ‘Muerte en el Nilo’ que unos niños «se giran y miran, y miran, y sus ojos son sencillamente repugnantes, y también sus narices, y no creo que me gusten realmente los niños». En la nueva versión el adjetivo simplemente ha volado: «Se vuelven y miran, y miran. Y no creo que realmente me gusten los niños». Ya no hay calificativos sobre esas miradas infantiles, ni sobre sus narices ni demás rasgos físicos. El «odio» a los niños se mantiene, eso sí; porque a veces los cambios consisten solo en limpiar lo superfluo y tirar para delante.

Las miradas con ganas de ofenderse por lo superficial no solo se fijan en los libros. A los Pantomima Full –el dúo que con sus vídeos cortos se dedica a desmontar las incoherencias de los tiempos modernos– los han despellejado por retratar a una pareja joven destruida por la monotonía y el tedio. Dan tanta pereza –la pareja, digo– como los columnistas de la posmodernidad con más carnets por repartir que ganas de reír. De pronto, por eso de llevar la contra al vídeo y a los que se ríen con él, se han puesto a loar las supuestas bondades de una vida sin ganas de ser vivida.

Será por sentirse especial dando la contra al mundo, o quizá por defender una extraña forma de mirar al pasado. Stefan Zweig escribía en ‘El mundo de ayer’ que en el siglo XIX cada individuo vivió «una vida con emociones pequeñas y transiciones imperceptibles. Con un ritmo acompasado, lento y tranquilo. La ola del tiempo los había llevado desde la cuna hasta la sepultura». Un siglo después Zygmunt Bauman definió nuestro presente como «tiempos líquidos». Quizá todo era más sencillo: todos somos pobres diablos y niños que miran con ojos sencillamente repugnantes.

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2023-03-28T07:00:00.0000000Z

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