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Empresa y bien común

POR RICARDO CALLEJA ROVIRA Ricardo Calleja Rovira es profesor de Ética en el IESE (Universidad de Navarra)

«La empresa debe respetar las leyes y contribuir a su modo a las demás relaciones básicas (la familia o el cultivo de las diversas dimensiones del espíritu). Además, puede ofrecer oportunidades, personas y recursos que potencien la vida social y contribuyan a la eficacia de los servicios públicos. Más aún, allí donde el desarrollo institucional es deficiente o en situaciones de emergencia, a todos corresponde proveer el mínimo necesario para las personas, sin explotar los vacíos legales»

ESTAMOS en año electoral, período en que los partidos llaman a filas a todas las fuerzas vivas de la sociedad. No se libran tampoco las empresas. Dónde ponga su sede Ferrovial, o qué impuestos pague Zara, son solo algunos ejemplos de lo que puede incorporarse al discurso político. Pero hay aquí cuestiones de interés más general y permanente. ¿Qué obligaciones tiene la empresa con la sociedad y con ‘su país’ en concreto? ¿Se reducen al cumplimiento de la ley o van más allá? ¿Y qué sucede si la empresa puede saltarse y hasta reescribir las reglas del juego a su conveniencia? En definitiva ¿a quién deben servir las empresas y sus directivos?

Con frecuencia repetimos posicionamientos ideológicos, que meten nuestros debates en callejones sin salida. Oscilamos entre la sospecha frente a la actividad empresarial, que debe ser sustituida por la decisión política; y la ingenua afirmación de que la persecución del interés particular en el mercado lleva sin más mediación a un resultado socialmente óptimo. Es importante notar que las prácticas, instituciones y palabras que usamos reflejan no solo un contexto ideológico, sino también una estructura socioeconómica concreta. Que quizá no sobrevivirá a las actuales transformaciones tecnológicas, demográficas y geoestratégicas. Por supuesto, los conceptos legales más frecuentes tienen gran incidencia en nuestras conversaciones sobre el papel de la empresa en la sociedad. Aunque es sorprendente cómo las leyes de uno de los Estados Unidos de América –Delaware, donde se han ‘incorporado’ muchas empresas– han influido en la difusión del principio por el que la empresa está para «maximizar valor para los accionistas». Incluso en otros contextos legales, pensamos en clave de capitalismo a la americana. En parte esto se debe a la gran influencia de las teorías económicas y del ‘management’, que se difunden en algunas facultades y escuelas donde se forman (y a veces, uniforman) las élites empresariales. Como en su día denunciaron Goshal, Mintzberg o Pfeffer, esas malas teorías corrompieron las buenas prácticas directivas y empresariales, contribuyendo a la crisis de 2007.

Aunque es preciso distinguir las aportaciones serias de intelectuales y académicos, de las modas del ‘management’. El premio Nobel de economía Milton Friedman dio fundamento a este capitalismo de ‘shareholders’ (accionistas) en un artículo de 1970 sobre la responsabilidad social de la empresa. El directivo debería limitarse a promover los intereses de los accionistas –que de ordinario será obtener beneficios, aunque no siempre– siempre dentro del marco legal y moral. Así es posible justificar sus estrategias y decisiones, que de lo contrario quedarían al albur de las preferencias personales de los directivos, que al fin y al cabo gestionan recursos ajenos.

Ya desde los ochenta fue tomando forma en la academia un modo alternativo de entender las tareas empresariales, preconizado por Edward Freeman: el que hoy llamamos capitalismo de ‘stakeholders’ (o partes interesadas). Según este modelo, la empresa debe crear valor compartido a largo plazo para los diversos grupos, promoviendo así la sostenibilidad (económica, medioambiental, social). Este nuevo marco ha sido adoptado con rapidez en los últimos años, también por referencia a los Objetivos para el Desarrollo Sostenible de la ONU.

Sin duda muchas cosas buenas se siguen pensando a largo plazo, actuar con respeto a los ecosistemas naturales y sociales –que son un bien común–, y tener en cuenta a los ‘stakeholders’ no accionistas, sin los cuales la actividad empresarial se vería comprometida. Pero este modelo no está exento de problemas y limitaciones: tiende a uniformar los intereses de los ‘stakeholders’, e influye de modo opaco en la conformación de los mismos y en su representación. A veces oculta que hay conflictos entre preferencias inconmensurables y no ofrece un criterio riguroso para solventarlos, abriendo espacio a la arbitrariedad y la manipulación emocional. El fin y medida de las decisiones podría seguir siendo el de siempre: satisfacer al accionista (así lo reconocía Larry Fink, presidente del principal fondo de inversión, en su carta a los CEO de 2022). Entre estos vaivenes terminológicos, subsiste en nuestro discurso político la apelación al bien común. Un concepto antiguo de perfiles confusos, susceptible de manipulación, pero de innegable peso moral y pedigrí filosófico, central en el pensamiento cristiano.

En primer lugar, aclaremos que no se trata de un concepto aislado, sino más bien de toda una filosofía social. Bien común quiere decir que el desarrollo de la persona –su bien individual– es siempre compartido, relacional, comunitario. El concepto nos hace comprender que hay bienes que solo podemos cultivar con otros. Y no solo porque necesitemos de la colaboración ajena para alcanzar resultados que no están a nuestro alcance sino porque las mismas relaciones con quienes colaboramos y a quienes servimos son ya un bien en sí mismas. Así sucede en la empresa. Sin duda es necesario conseguir beneficios (u otra forma de generar recursos para sostener la actividad futura), y esto es además un indicador insustituible y un incentivo. Pero la empresa además aporta bienes y servicios. Y sin embargo, no acaba ahí su razón de bien. Ni siquiera se agota en «crear puestos de trabajo». El trabajo mismo es uno de esos bienes comunes fundamentales de la vida, en los que las personas se relacionan y sirven recíprocamente.

El lenguaje del bien común afirma su primacía sobre el bien particular. Y por tanto, de la sociedad sobre los beneficios empresariales. Esto suele recibir una interpretación unilateralmente política: se identifica el bien común con el bien público, y se deja en manos de la autoridad política su determinación. Un campo peligroso para el intervencionismo. Pero la filosofía del bien común subraya que la sociabilidad humana no queda recluida dentro de las mediaciones políticas, de ámbito nacional: hay una fraternidad universal. Y que el florecimiento humano requiere la libre participación en formas básicas de relacionalidad gratuita: la familia, la amistad, las comunidades de aprendizaje y de investigación, el deporte, la comunidades de creación estética o de vida religiosa, las comunidades de trabajadores, la comunidad cívica, etc. A la política le corresponde procurar las condiciones de viabilidad de esa multiforme vida social, con su potestad legislativa coercitiva y su acción subsidiaria.

La empresa debe respetar las leyes y contribuir a su modo a las demás relaciones básicas (la familia o el cultivo de las diversas dimensiones del espíritu). Además, como los problemas y sus soluciones no son estancos, puede ofrecer oportunidades, personas y recursos que potencien la vida social y contribuyan a la eficacia de los servicios públicos. Más aún, allí donde el desarrollo institucional es deficiente o en situaciones de emergencia, a todos corresponde proveer el mínimo necesario para las personas, sin explotar los vacíos legales.

Es papel de la ética señalar los bienes que debemos cultivar, cómo se articulan entre sí, y ofrecer un lenguaje que permita una deliberación mínimamente rigurosa. No cabe esperar recetas de valor universal, pues se trata de un ámbito sujeto a las contingencias de personas, tiempos y circunstancias. Esto, me temo, no le sirve a ningún programa electoral, ni es el tipo de discurso que queda bien en una memoria de sostenibilidad corporativa. Pero ayuda a decidir y trabajar con rectitud.

LA TERCERA

es-es

2023-06-05T07:00:00.0000000Z

2023-06-05T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/281560885184341

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