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Vetustos carteles

A esa minoría que escribimos novelas o las leemos nos parecen mucho más interesantes los perdedores que los ganadores

LUIS DEL VAL

SUELE repetirse en las redacciones que no hay nada más anticuado que el periódico del día anterior y, aunque la frase posea tintes de ese narcisismo profesional que tiñe la mayor parte de las actividades humanas, es atinado, más allá de la enfermiza endogamia en la que caemos quienes transitamos por los medios de comunicación. Me he acordado de la vieja definición, al contemplar, ayer domingo, paseando por mi ciudad, los carteles de las pasadas elecciones, todavía pegados en los muros o colgados de columnas. Sólo ha pasado una semana, y los contemplaba, no tanto como la inscripción en latín sobre un basamento romano, pero sí con la sensación asumida de un hecho ocurrido hace bastante más tiempo.

Y he advertido en mí una reacción diferente, entre el rancio cartel con la imagen del triunfador y el que muestra el sonriente rostro del recién derrotado. Este último parece mucho más anticuado, como si un calendario mágico lo hubiera convertido en algo perteneciente a un lejano pretérito. Y, puesto que el pasado reciente no es tan remoto como lo ha clasificado nuestra subjetividad –y el protagonista no ha fallecido– me imagino la tortura de ese ciudadano, cuando desde el interior de su coche, o andando por la acera, contemple su cara risueña, explicando que va a ser el alcalde de la ciudad.

A mí se me antoja un cilicio visual insoportable, y no me explico cómo los partidos políticos no contratan, en las campañas, la retirada inmediata de la publicidad exterior, pasadas las elecciones Recuerdo que, en algunas ciudades en las que he vivido, los vetustos carteles se quedaban ahí, soportando la intemperie, mostrando los desgarros del viento y de la lluvia, tal que si fueran la acusación de un pasado vergonzoso, que no existe.

A esa minoría que escribimos novelas o las leemos nos parecen mucho más interesantes los perdedores que los ganadores. No es este el espacio para intentar explicarlo, pero si se detienen a meditar un minuto, ni Madame Bovary, ni la Gervasia de ‘La Taberna’, ni Romeo y Julieta, ni Don Quijote, ni Hamlet, ni siquiera la autoritaria Bernarda Alba, son triunfadores. Y no estoy de acuerdo con Kipling, en que la victoria y la derrota sean dos impostores: los impostores son los que creen que la derrota hay que disfrazarla de victoria, sin reparar en ningún medio, y culpan al resto del mundo de su torpeza.

Por eso mismo, como la inmensa mayoría de los que aparecen en los vetustos carteles no son impostores, evítenles esa humillación prolongada, y descuelguen y arranquen sus efigies. Muchos de ellos participaron en una batalla, que quizás perdieron por culpa de un general soberbio, que ahora quiere convencerles de que su cadáver político, atravesado sobre el caballo de otra batalla electoral, les llevará a la victoria después de muerto.

OPINIÓN

es-es

2023-06-05T07:00:00.0000000Z

2023-06-05T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/281621014726485

Vocento