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Al Gobierno lo mató la prensa (de izquierdas)

Toda ideología necesita que los suyos le saquen amarillas antes de que la sociedad imponga la roja y expulsión

DIEGO S. GARROCHO

¿ Qué ha pasado y por qué ha pasado? Esta pregunta condensa al menos un tercio de los enigmas de la metafísica y es el interrogante que todavía tortura a los analistas de Ferraz y de Podemos. Mientras algunos se palpan la trayectoria de la cornada y constatan la movilidad de las extremidades, gran parte de la izquierda sigue sin encontrar una respuesta a lo sucedido en las elecciones municipales y autonómicas. Y los humanos, cuando se enfrentan a lo inexplicable, primero se mueren de miedo y luego recurren al mito. Ficciones como la ola reaccionaria y las conspiraciones ocultas han sido la única fábula con la que algunos progresistas fueron capaces de dar razón de lo ocurrido.

Esta ausencia de respuestas ante un fenómeno sencillo (gran parte de España rechaza las políticas del Gobierno de coalición) no sería posible si durante cuatro años los prescriptores de opinión progresistas no hubieran hecho dejación de sus funciones críticas. La izquierda va camino de extinguirse por un exceso de disciplina en la que sus intelectuales de corte en lugar de alumbrar ideas correctoras se han dedicado a justificar todo lo que hicieran los suyos. No importa si se trataba de indultar, de rebajar las penas a los malversadores afines o de modificar el Código Penal ‘ad hominem’, de resentir la separación de poderes o de tolerar una gestión deshumanizada del drama de la valla de Melilla. Cualquier gobierno necesita que los suyos le saquen tarjetas amarillas antes de que la sociedad imponga la roja y expulsión. Una expulsión que, dependiendo de lo rotunda que sea la derrota, no será del campo sino de la competición.

Si la prensa de izquierdas hubiera sancionado a la ministra Montero cuando señaló que los efectos después probados de su ley estrella eran propaganda fascista, tal vez ahora todavía podría surtir algún efecto la amenaza del monstruo de dos cabezas de la «extrema derecha» y la «derecha extrema». Aquella inmovilidad ha hecho que para el gran público el fascismo hoy día no sea más que un íncubo de las ensoñaciones de la izquierda. Aunque bien pensado, el amago no habría colado ni por esas. Intentar asemejar a un Sémper o un Feijóo con los de los cuernos de búfalo es algo que el votante medio acoge con mofa, sonrojo y reacción.

Cuando este Ejecutivo caiga, y los signos anuncian que caerá, una corte de prescriptores, académicos y opinadores se preguntarán espantados cómo ha podido pasar lo que ha pasado, porque todo lo que se sitúa lejos de su voluntad se antoja inexplicable. Y mira que era sencillo: a la gente le importa España y le importa que los políticos mantengan su palabra. Pregunten en cualquier bar y comprobarán que cualquier español medio sabe algo que desconoce toda la prensa de izquierdas.

OPINIÓN

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2023-06-05T07:00:00.0000000Z

2023-06-05T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/281672554334037

Vocento