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Rosalía brilla, a pesar de los problemas de sonido, en el cierre del Primavera Sound

▶ La cantante catalana clausuró el festival con un multitudinario concierto lastrado por problemas de sonido

DAVID MORÁN BARCELONA

Salió Rosalía, se multiplicó la gente como por arte de ensalmo en el Forum y el ciclón ‘Motomami’ tocó tierra en el Primavera Sound. Como en 2019, cuando la catalana se estrenó en el festival con su primer gran baño de masas, pero aún mejor. Con más público. Con las expectativas por las nubes. Rugido de motor, móviles en posición de firmes y ahí estaba Rosalía, escoltada por ocho bailarines y dándole gas a ‘Saoko’.

Poder y gloria desde el primer minuto y fin de fiesta de altura para un festival que, tras el desmadre de 2022, culminó su vuelta a la normalidad con 193.000 asistentes, 253.000 sumando programación en salas y jornada inaugural gratuita, y el estreno de su primera edición madrileña a la vuelta de la esquina. Próxima estación, Ciudad del Rock de Arganda del Rey, donde el Primavera Sound echará a rodar el jueves con Depeche Mode, Kendrick Lamar, Blur y New Order de nuevo a los mandos.

También, claro, con Rosalía, superestrella de proximidad que reinó el sábado en Barcelona, rompió la madrugada y se coronó como astro global de progresión imparable. La nueva reina del Primavera Sound, ni más ni menos. «Esto de hoy en realidad es fuertísimo», dijo Rosalía segundos después de que ‘Bizcochito’ y ‘La fama’ transformasen la explanada del Forum en un gigantesco karaoke. «Recuerdo ver a Grace Jones aquí y soñar con ser cabeza de cartel de un festival, así que gracias, Barcelona», añadió. Sueño cumplido y prueba más que superada. Y, por si alguien aún dudaba de que lo de cabeza de cartel también se le empieza a quedar pequeño, jaleo de palmas y arrebato flamenco con ‘De aquí no sales’ y ‘Bulerías’.

Jugaba en casa y se notaba, aunque al final se echó de menos algo más de ritmo y contundencia arrolladora: lo de Rosalía pudo haber sido un huracán, pero se quedó en vendaval a trompicones. Demasiados altibajos para un concierto de apenas una hora. El sonido, de hecho, flojeó e incluso trastabilló el arranque de ‘Hentai’, balada servida a voz y piano: parte del público se quejó de que no se oía y hubo que parar para resolverlo. Nada que no pudiese resolver una buena inyección de decibelios.

En el guion, ‘La noche de anoche’, ‘Linda’: (sin Tokischa, que no debía de andar lejos) y una ‘Despechá’ con las revoluciones disparadas. Reguetón, mambo, bolero y lo que le echen. De negro riguroso, con las cámaras siguiéndola de cerca y sin demasiadas variaciones respecto a lo que se vio en el Palau Sant Jordi el pasado verano (leves retoques de repertorio y un par de cubos luminosos para reforzar el diseño minimalista del escenario), la catalana maniobró entre la electrónica robusta de ‘Motomami’ y el trote seco de ‘La Combi Versace’, sacudió el Forum con enérgicas tomas de ‘Beso’ y ‘Vampiros’ y puso a Barcelona a bailar con ‘Con altura’. Guiños a sus abuelos, declaraciones de amor a la ciudad y una versión espléndida del ‘Héroe’ de Enrique Iglesias reforzaron el carácter excepcional de una noche coronada por ‘Malamente’, ‘Chicken Teriyaki’ y ‘CUUUUuuuuuute’. Rosalía, en la cumbre. En su salsa.

La justa medida

«Se ha vuelto a hablar de música, y eso es una buena noticia», celebró el sábado por la tarde el director de comunicación del festival, Joan Pons. Y, en efecto, sin aglomeraciones ni amenazas de llevarse la música a otra parte por desacuerdos municipales, la música ha sido este año la gran protagonista. Ahí están, por ejemplo, el deslumbrante y arrollador pase de Kendrick Lamar, seguramente lo mejor que se ha podido ver este año en el Primavera Sound; el enternecedor retorno de los Moldy Peaches; el siniestro ‘carpe diem’ de Depeche Mode; el enésimo tropezón de New Order; la buena memoria de Blur...

El festival, reconocía su director, Alfonso Lanza, ha encontrado su medida ideal: menos gente que el año pasado pero más comodidad. Sin desbor

El festival se estrena a partir de este jueves en Madrid tras reunir a 193.000 personas en el Forum de Barcelona

des ni aglomeraciones. Mejor así. Más tiempo para centrarse en otro de los temas que marcarán la agenda del festival: la renovación del público. Ampliar la base para proyectarse al futuro. A eso, parece, estaba encomendada la jornada de clausura, generosa en volantazos sonoros, idas y venidas del pop mainstream a las músicas urbanas, y cabezas de cartel con más futuro que pasado.

Así, a ojo, la media de edad bajó un par de décadas después del fundido en negro de Depeche Mode del viernes y a los asistentes se les acumulaba el trabajo dejándose arrollar por el rodillo de reguetón deslenguado y picante de la dominicana Tokischa (el escenario, una olla a presión, se le quedó ridículamente pequeño) o partiéndose las caderas con Villano Antillano. Otra opción era maravillarse con el funk marciano, pura fantasía galáctica, de una St. Vincent que estuvo imponente. Retorcida y vibrante en ‘Daddy’s home’ y ‘Birth in reverse’, irónica y deliciosa en ‘New York’ y ‘Sugarboy’. Prince estaría orgulloso.

A su lado, Caroline Polachek, superestrella en ciernes, se pasó de vaporosa y élfica. Venía a presentar el voluptuoso y mutante ‘Desire, I want to turn into you’, pero a su evocación del pop retrofuturista le faltó algo. Le faltó, de hecho, lo mismo que a Lorde el año pasado: una pizca más de magia. Al final, la cosa mejoró con ‘So hot you’re hurting my feelings’ y ‘Smoke’, pero se esperaba más. Más Kate Bush y menos Enya.

Otra manera de acercarse al futuro es hacerlo de la mano de ilustres veteranos, septuagenarios que siguen sonando contemporáneos y relevantes. Por ahí andaba John Cale, haciendo historia a cubierto, recordando a Nico con ‘Moonstruck’ e imprimiendo velocidad a ‘I’m waiting for the man’ mientras le echaba unas miradas a sus músicos que ríete tú de las malas pulgas de Lou Reed. Y, hablando del neoyorquino, también se pudo ver en el Auditorio a Laurie Anderson pilotando una nutritiva y sanadora ‘performance’ músico-poética salpicada de guiños a Philip Glass y la inteligencia artificial. La creación como puro desahogo, grito coral de diez segundos incluido.

A otras horas y en otras escenarios, My Morning Jacket estuvieron soberbios en su acercamiento al rock de raíz setentera; The War On Drugs acortaron distancias, saxofón y distorsión mediante, entre el Springsteen de los ochenta y el indie de estadios; y Måneskin movilizaron a la colonia italiana para reivindicarse como ídolos del rock fotogénico y ‘spinaltapiano’. Puro teatro, rock de patadón al área y sutilezas las justas. Más o menos lo mismo que Calvin Harris colando el ‘Seven Nation Army’ de los White Stripes en su musculosa sesión de electrónica ibicenca.

ABC 2

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2023-06-05T07:00:00.0000000Z

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