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Los 40 años bárbaros de DRO

Una caja recopilatoria reúne los grandes himnos del pop-rock español editados bajo su paraguas

NACHO SERRANO MADRID

Para explicar la trascendencia de DRO podría bastar con dedicar las casi mil palabras de este artículo a enunciar una detrás de otra las canciones que ha publicado. ‘Cadillac Solitario’, ‘Cuatro Rosas’, ‘Cien Gaviotas’, ‘Bailaré sobre tu tumba’, ‘Una décima de segundo’, ‘Sin documentos’, ‘Autosuficiencia’, ‘20 de abril’, ‘Flaca’, ‘Soldadito marinero’, ‘Quiero tener tu presencia’, ‘So payaso’, ‘Bonito’… El repertorio es tan impresionante y representa tan bien la cultura popular que hace pensar que no ha habido más sellos en el pop-rock español en los últimos cuarenta años.

Pero aún más impresionante es el hecho de que el sello comenzó como un juego entre amiguetes, un divertimento que nació también como un pequeño acto de rebelión, y que se convirtió en forma de vida.

«Nos fijamos en lo que hacían sellos como Rough Trade, Factory, Stiff Records, Creation o 4AD, y desde nuestra ignorancia intentamos abrir un camino igual en España», explica Servando Carballar, fundador del sello y del grupo Aviador Dro. «Nosotros sabíamos que no éramos unos genios tocando, pero nuestras canciones tenían cierta gracia. Y las de nuestros compañeros de escena también. Teníamos diecisiete o dieciocho años, y con la poca información que nos dieron en la fábrica de vinilos de Iberofón nos pusimos a hacer discos. Así descubrimos que existía la SGAE, las licencias fiscales para convertir maquetas en álbumes, etc.». «La base de todo era el ensayo y el error», añade Paco Gamarra, uno de los creadores del sello GASA –que se unió a DRO–. «Esta es la historia de unos chavales que montaron una compañía para sacar sus propios discos y los de sus amigos. Les gustaba la música y no pensaban en el negocio. Nunca asociaban la falta de ventas al fracaso».

Éxito inesperado

A pesar de su amateurismo extremo, o quizá gracias a él, la cosa funcionó bien desde el principio porque no desaprovecharon el ‘momentum’, como dicen los ingleses. «Era una época en la que había bandas que tenían mucho público, pero a las que las grandes compañías no querían acoger porque pensaban que no iban a funcionar», dice Carballar. «Y cuando empezamos a funcionar, era increíble ver cómo después de fabricar dos mil singles de una banda, nos llamaba Toni Escridiscos, por poner un ejemplo, ¡y nos pedía mil! Nosotros no salíamos de nuestro asombro, y por supuesto no podíamos ni imaginar que estaríamos dedicándonos a ello varios años más. Recuerdo una conversación con Julián Hernández, de Siniestro Total, en la que hablábamos de lo rápido que se iba a acabar la aventura».

En realidad, lo único que fue relativamente fugaz fue la Nueva Ola, un movimiento que, a juicio de Carballar, fue único en su especie porque, a pesar de seguir la estela de la New Wave, gozaba de un clarísimo elemento diferenciador: el sentido del humor. «Es una característica muy distintiva de todos los grupos que formábamos parte de aquello, y que no se ha estudiado lo suficiente. Había muy pocos grupos anglosajones que lo usaran en sus letras, con la excepción de Devo y alguno más. Y huelga decir que una cosa similar en la actualidad se antoja imposible. En aquellos años se podían decir muchas más cosas en una canción que ahora».

Como es natural el éxito de DRO despertó las suspicacias de la vieja guardia discográfica, y ese agridulce recuerdo sigue muy nítido en la memoria de Carballar. «Al principio no nos tenían en consideración, pensaban que éramos un puñado de niños ricos que se aburrirían pronto y que todo acabaría pronto en una explosión multicolor. Los rockeros urbanos como Leño o Asfalto, o el mismo sello Chapa, pensaban que los que representaban el futuro eran ellos y a nosotros no nos tenían en cuenta, porque ni siquiera nos consideraban músicos. ¡Y no lo éramos, éramos punks! Pero la energía que teníamos nosotros, por nuestra juventud y nuestra no dependencia de los criterios clásicos del virtuosismo musical, nos convirtieron en creadores de un nuevo paradigma».

La domesticacióndomesticació de DRO parecía cuestión de tiempo por la dimensión qque estaba alcanzanddo, y de hecho en 1993 fue comprado por Warner. «Crecimos tan rápido que huhubo que pensar en tratrabajar con alguien quque tuviera tentáculoslos para llegar a otros luglugares, pero sin que esoesos tentáculos nos atraatraparan a nosotros», expexplica Carballar. «Sin embembargo, se creo una estrestructura más estándardar de negocio, se perdiódió esee filo de la independpendencia y, con ello, las posibilidades de arriesgar. Por eso yo acabé desvinculándome del proyecto». Aun así, gracias a ese ímpetu inicial del sello, se llegó a ese momento con la suficiente fuerza negociadora como para no claudicar por completo ante los dictados de la multinacional. «Eso es algo que después se ha mantenido con los años y, aunque las cosas hayan seguido cambiando, los propios artistas siguen teniendo una percepción de DRO como algo diferente al resto de las compañías», matiza Gamarra. «No nos diluimos en Warner, sino que nos infiltramos. Eso sí, siempre con buenos resultados por delante. Como decía Alaska, DRO es el único sello independiente que absorbió a una multi y no al revés».

Youtubers y traperos

«A nosotros no nos tenían en cuenta, porque ni siquiera nos consideraban músicos. ¡Y no lo éramos, éramos punks!»

Queda claro que DRO hizo historia. Pero en un sano ejercicio de humildad, Carballar asegura que en realidad su legado y su ejemplo no hubieran tenido recorrido «si detrás no hubiera habido más gente con ganas de hacer cosas desde la independencia». Cita sel los ‘ i ndies’ como Elephant o Subterfuge, «excelsos discípulos que mantienen la misma filosofía», pero se despide con una reflexión muy marca de la casa. «Ahora la revolución de la industria no está en las discográficas, ni debe de estarlo. Está en otros ámbitos como el que representan los youtubers y los traperos, que no necesitan a nadie para darse a conocer».

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2023-06-05T07:00:00.0000000Z

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https://lectura.kioskoymas.com/article/282157885638485

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