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Heroico Ureña en la gran victorinada

▶ El torero de Lorca corta una oreja y da una lección de épica en una imponente y emocionantísima corrida en la que De Justo se fue de vacío con un soberbio lote

ROSARIO PEREZ MADRID

Si la Prensa es la artillería de la libertad, la corrida de Victorino llegó con las armas bien colocadas y la munición de la casta. Una señora corrida de toros y una señora Corrida de la Prensa. «¡Enhorabuena, ganadero!», gritaban mientras el criador de bravo sonreía. Hasta el diente de oro del Paleto de Galapagar se adivinaba bajo las nubes negras. Fue la tarde de las grandes emociones, con los últimos héroes de este siglo batiéndose el cobre con toros que vendieron cara su vida. Porque la casta nunca sale barata. Fe de ello daba Paco Ureña, el titán que volvió a nacer. Literalmente y sin literaturas. Tremenda la cogida que sufrió con Playero, un animal andarín, que no quería nada por arriba y se revolvía en los de pecho. Latín sabía este cárdeno, que se tragaba dos muletazos pero al tercero se quedaba y, ¡zas!, no perdonó al de Lorca. Lo malo no fue cómo lo prendió, sino cómo los pitones querían afeitarle la barba y la cabellera al torero, que se cubría la cara con las manos mientras sentía el aliento del toro. Por todos lados lo pisoteó, hasta que una pezuña hundió los 529 kilos de Playero sobre la frente del murciano. Grogui se incorporó, totalmente desmadejado por la paliza y con un bulto como una pelota de tenis encima del ojo izquierdo –aquel cuya visión perdió en Albacete–. Lejos de amilanarse, Ureña, épico en la dureza de pedernal, ofreció todo mientras la alimaña se quedaba cada vez más corta y sin humillar por el zurdo. En tensión se hallaban los tendidos por la gesta, que no sólo se hacía, sino que sucedía de verdad. A morir se tiró a matar. Frente al 6. Con el corazón de la Monumental encogido y el del torero entregado. Por el pecho lo prendió. Como para destrozarlo. Coreaban «¡torero, torero!» mientras ondeaban los pañuelos. Pero el palco no tuvo la sensibilidad suficiente para conceder la oreja al torero descalzo, con la chaquetilla desgajada, el cuerpo quebrado y el valor intacto.

Ureña había brindado aquella titánica obra al Rey, que presidía el festejo. «Majestad, quiero agradecerle todo lo que hace por España, por nuestro país y por la tauromaquia. Por favor, le pido desde el sentimiento de español que nunca desfallezca en todo lo que los españoles necesitamos». Lo que pedía ofreció, crecido como un toro bravo frente al tercero. Sin montera, que ni ajustársela podía por la cogida anterior, saludó muy decidido, con una garbosa media. A la afición dedicó ahora su faena. Qué largo condujo el viaje por abajo en una apertura en la que enseñaba los caminos a este Esclavino. Sensacionales las dobladas y al ralentí el de pecho. Nobilísimo era este victorino, al que toreó fenomenalmente por la derecha, con un cambio de mano que fue esa luz que se enciende poco a poco. De tan despacito y sentido. Siguió por el buen pitón diestro del ejemplar más pesador, que por el zurdo reponía más. « ¡Valiente!» , gritaron. Y Ureña se recreó en muletazos de compás abierto y cerrado, con un pectoral mirando al tendido. Muy roto, totalmente despatarrado, dibujó dos derechazos enormes, de pureza al por mayor, con un remate hasta la hombrera contraria. Loco el gentío con aquel torero que toreaba para dentro, para él mismo, como los flamencos desgarrados, y no para fuera, que es cosa de interesados. Era Ureña en auténtico estado. Bárbaro y aplomado. Pero tanta sinceridad tenía un precio: sufrió un pitonazo en el muslo en la suerte suprema. Aunque no había más petición que en el anterior, ahora sí enseñó el

presidente el pañuelo blanco, como recompensa a su hombría.

Se sentó Ureña en el estribo para ver la lidia del quinto, que brindó a Emilio de Justo. Emotiva la escena, con dos toreros conocedores de ese sufrimiento que forma parte de la gloria, aunque al extremeño ayer se le resistiera. Un galán era este Gallego, ovacionadísimo de salida. El héroe de Lorca buscó el refugio del 6 para protegerse del viento, pero el toro hizo honor a su nombre y ni las cuadrillas sabían si subía o bajaba. Venía andando y salía desentendido. A estribor obedecía, pero a babor lanzaba rayos como los que relampagueaban en el cielo. Insistió Ureña, valentísimo aunque atropellando a última hora la razón en busca de una Puerta Grande que no se descerrajó. Eso sí, la centenaria Oreja de Oro –por votación popular– debería ser suya. Como bien merecería un puesto en Beneficencia.

Inmenso espectáculo

La mirada de Iceta perseguía los naturales al segundo de Emilio de Justo; no habrá visto el ministro una izquierda tan pura en el Congreso. Aunque fue a derechas por donde el cacereño durmió las telas en una magnífica serie, con la que no hace tanto hubiese crujido el graderío. No tuvo día redondo el de Torrejoncillo con un lote de consagración, pues el cuarto era de esos victorinos que hacen surcos en la arena, de clase sensacional. Pero su faena, condicionada por Eolo, fue desigual. Momentos profundos en la última obra de San Isidro, aunque no acabó de conectar con ‘su’ plaza. Para colmo, el acero no se afiló con este sexto, un Director de inmenso trapío y gran juego. De premio. Como una victorinada de altos vuelos que exigía el toreo por abajo. En las raíces, que es donde se palpa la bravura. Inolvidable Corrida de la Prensa con la artillería de la A coronada y con varios descendientes del famoso Cobradiezmos indultado en Sevilla. Inmenso espectáculo. Así se viene a Madrid.

TOROS

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2023-06-05T07:00:00.0000000Z

2023-06-05T07:00:00.0000000Z

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