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Retorno a Brideshead

IGNACIO RUIZ-QUINTANO

Hay pocos gozos como el de mirar a la pajarera mediática cada vez que aparece Mourinho en el horizonte. Mourinho llegó a España en pleno Negreirato con la ingrata misión de gritar «¡el rey va desnudo!». Lo hizo y… ¡adiós al tenderete! El guardiolismo, que era el periodismo, se batió en retirada, pero los más viejos aún continúan la guerra, como aquellos japoneses de la selva que nunca se rindieron. Fuera de contexto, sus cogitaciones morales de madres abadesas, muy redondonas de dulces del convento, resultan cómicas. Un ‘remake’ de los setenteros Lussón y Codeso. Uno gusta de cogitar en la silla del barbero, protegidos de la luz los ojos con un paño blanco mientras el barbero le rasura la cara y un limpia de color le abrillanta con un trapo los zapatos.

–Mendilíbar (¡Mendilíbar!) hace grandes a los equipos pequeños y Mourinho hace pequeños a los equipos grandes.

Es para exclamar: «¡Anda, como Guardiola!» (Vamos, como Pep, porque ellos dicen Pep). El otro, más listo, en vez de desacreditarlo como entrenador, lo desacredita… ¡como ciudadano! Debe de creerse Barras, el rey del Directorio, en cuyo comedor los comensales «no eran más que ciudadanos y ciudadanas», y el carné lo daba él. Mas así anda el periodismo español, repartiendo ciudadanía como quien reparte rosquillas de la tía Javiera. En pleno escándalo mundial por Vinicius, la víspera del Sevilla-Real Madrid salió en la TV un Pulitzer con la advertencia definitiva, medalla de oro a la lógica de ganso (supera, con mucho, la visión feminista de Irigaray, para quien e=mc2 es una ecuación sexualizada):

–Mejor que Vinicius no venga a Sevilla que en Sevilla no hemos olvidado el «ea, ea, ea, Puerta se cabrea».

Eso fue un ‘hit’ compuesto e interpretado en su día por el Frente Atlético, pero al diablo con la lógica. ¿Quién es aquí el modelo de ciudadano? Guardiola (vamos, Pep, porque ellos dicen Pep), como lo demostró en el ‘Prusés’, pues, para estos, ciudadano es igual que progre, y Mourinho no es progre, ese individuo rebosante de moralidad cuando no está directamente implicado, tan bien expresado por La Rochefoucauld:

–Todos tenemos la fuerza suficiente para soportar las desgracias de los demás.

Mourinho es un tipo sin la hipocresía de Guardiola y sin la flor, por ejemplo, de Zidane, que no es una flor, sino una criatura incorpórea que se le aparece de madrugada ofreciéndole consejos. Con la Roma acaba de perder una final en los penaltis, como perdió en el Madrid una semifinal de Champions con el Bayern; en la Roma no tiene a nadie capaz de hacerle un gol al arcoíris, pero en aquella fatídica noche del Bernabéu le fallaron el penalti Ramos, Kaká y Cristiano. Sólo depende del talento, que es grande, y para ganar necesita arrasar, que en América viene a ser la «doctrina Powell» para la guerra. En lo peor del Negreirato y contra el «Mejor Equipo de la Historia» ganó una Liga, pero a condición de batir todos los registros de goles y puntos, que nadie ha igualado. Devolvió el orgullo al Madrid y desenmascaró a los medios, que le afearon el ostracismo de Pedro León y los fichajes de Modric y Casemiro, dos pedradas, según las crónicas de la época, al patriotismo español, pues Mourinho era portugués y trabajaba contra los intereses del Combinado Autonómico. Volver a ver a Mourinho ha sido, pues, como otro ‘Retorno a Brideshead’, la novela de Evelyn Waugh, quien, por cierto, no es una dama, sino un caballero (en este punto Ansón introduciría su «¡ojo, corrector de pruebas!»), y al deshacerse de su medalla de plata, en vez de montar el falso número del coubertinismo como Guardiola, nos ha invadido la melancolía.

– Es la medalla del perdedor. Es un buen recuerdo para él. No guardo las medallas que gano, así que no sé por qué voy a guardar las que me dan cuando pierdo.

Así como la blasfemia es un acto de fe al revés, lanzar la medalla de plata al público no deja de ser un homenaje a la excelencia, cuyos espacios son perseguidos en esta decadencia epocal por todos los gandumbas del deporte, la política y el periodismo. El resentimiento de la envidia igualitaria ante la excelencia que esta sociedad fomenta desde la escuela es la sopa primordial del antimadridismo, en cuya marmita tratan de cocer a Vinicius, que encima es negro y se rebota, para escándalo de un pueblo hecho a siglos y más siglos de servidumbre voluntaria.

Las irracionalidades que analizo, nos dejó escrito Scruton, están, como dicen los neurocursis ‘hard-wired’, completamente insertadas en el córtex humano, y no pueden contrarrestarse con algo tan amable como una argumentación.

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2023-06-05T07:00:00.0000000Z

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