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Morata, Luis Enrique... ¿A quién pita el aficionado?

ALBERTO DEL CAMPO TEJEDOR Profesor de Antropología Social en la Universidad Pablo de Olavide

Con la pandemia y sus restricciones nos hemos acostumbrado a pasar con relativa rapidez del cabreo a la resignación. Tal vez el aficionado esté en ventaja dado que el fútbol es una escuela de paciencia. La mayoría de las veces lo que acontece en el campo no colma las expectativas de los hinchas y estos experimentan frustración, desengaño, aflicción. Sin embargo, nada de ello les desalienta para volver al estadio. Una de las razones es que el hincha no va a ver (pasivamente) un partido, sino a formar parte de un espectáculo en que —a diferencia de la ópera o de otros deportes como el tenis— puede participar, catártica o dramáticamente, según el caso. Además, antes y después de los partidos, se improvisan tertulias futbolísticas en los bares, donde cada aficionado es un experto.

El debate más recurrente estos días es Morata. Ya durante el partido entre España y Suecia, y especialmente en las horas y los días siguientes, las redes se llenaron de memes que hacían escarnio del fallo clamoroso del delantero. En uno se veía una gigantesca portería que abarcaba toda la línea de fondo del estadio de La Cartuja, con la irónica consigna: ‘Morata, estamos contigo’. En las horas previas al EspañaPolonia, por las calles de Sevilla otro aficionado lucía con semblante guasón otra pancarta: ‘Morata, yo tampoco la meto’. Los psicólogos saben que las frustraciones hallan en la comicidad un cauce de distensión. Claro que no todo el mundo se lo toma con humor. En la rueda de prensa previa al partido, Luis Enrique zanjó cualquier debate: contra Polonia jugarían «Morata y diez más». El seleccionador mostraba su habitual carácter, que unos interpretan como fidelidad a unas ideas y otros como arrogancia: «Solo Villa y un tal Harry Kane mejoran a Morata».

A lo largo de una vida, por cada hora que el aficionado ve fútbol, hay 99 en las que habla (discute) sobre lo que ha visto. La controversia futbolera es la sal y pimienta de un deporte en el que cualquiera puede esgrimir su argumento porque las sencillas reglas del fútbol son accesibles a todo el mundo. Dice Valdano que este deporte no sería nada sin las palabras. De la misma manera, el fútbol sería otra cosa sin los pitos y los aplausos. Manifestándose, dentro y fuera del estadio, el aficionado se siente que importa, que es parte del juego. Se acuerda de la madre del árbitro o regala todo un repertorio de improperios al rival porque, de alguna manera, considera que tiene la responsabilidad de poner su grano de arena en el destino del partido.

Tras el inexplicable fallo de Morata en el España-Suecia las gradas expresaron su desaprobación con silbidos. Sin embargo, en el siguiente partido, los cientos de aficionados que esperábamos tomando cerveza en las inmediaciones del estadio aplaudimos unánimemente cuando llegó un chaval de unos 12 años, acompañado de su padre, esgrimiendo una pancarta con letras infantiles: «Morata, estoy contigo». Debía ser un aficionado con las ideas claras porque llevaba la camiseta de Sergio Ramos.

El chico saltaría de contento tras el gol de Morata, pero también se disgustaría porque el ‘9’ de España volvió a fallar estrepitosamente donde no se le está permitido al delantero: en la boca de gol. Cuando le sustituyeron, las gradas alternaron comedidamente los pitos y los aplausos. No tanto como signo de la división de opiniones. Más bien la concurrencia quería apoyar a quien, aunque sin acierto, lo había dado todo en el campo, a la par que se censuraba al seleccionador, al que se le dijo de todo menos bonito. Hablar con los aficionados antes y después del partido facilita la hermenéutica de los silbidos: lo que irrita a la gente es que Luis Enrique sea indiferente al entrenador que todos llevamos dentro. Porque lo que el asturiano comunica con sus palabras, su lenguaje corporal y sus actos es que le importa un bledo lo que cada cual opine. Y esto, que puede ser visto como signo de personalidad y coherencia, también es susceptible de ser interpretado, en ciertas circunstancias, como un acto de chulería y soberbia del tipo: «Yo soy el que mando y esto es lo que hay».

Con la tensión acumulada por la pandemia (y por la gestión de la misma) estamos todos un tanto crispados. Además, tenemos mono no solo de ver fútbol sino de participar en él, dado que en nuestras vidas ha reinado últimamente un rol pasivo limitado a acatar las normas del que manda. Ello explica que, necesitados de una válvula de escape, la participación en el estadio sea singularmente sonora, pasional, airada, protestona. Con todo, las más censuradoras pitadas que se oyeron en La Cartuja durante el España-Polonia no fueron para Luis Enrique. El público sacó a relucir su enojo cada vez que, machaconamente, la FIFA anunciaba por los altavoces que siguiéramos el protocolo de las distancias entre las butacas, el uso de las mascarillas y el resto de medidas.

El aficionado frunce el ceño con un tipo achulado como Luis Enrique en una época en que el ciudadano se siente ninguneado. Pero está aún más cabreado con el coronavirus y, sobre todo, con las instituciones encargadas de gestionar el día a día en la pandemia. Creo que pitamos y abucheamos tanto las reiteradas alocuciones anticovid de la FIFA que, cuando Luis Enrique cambió a Morata en el minuto 86, estábamos ya agotados.

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2021-06-23T07:00:00.0000000Z

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