Kiosko y Más

Ayman, el niño que se hizo nadador entre bombas

El sirio, ganador de su serie de 200 mariposa, encarna la superación de muchos deportistas obligados a entrenar en condiciones muy difíciles

PÍO GARCÍA

En las pruebas más concurridas de la natación suele haber una serie pintoresca en la que se juntan nadadores que vienen de países exóticos y que por unos días comparten piscina con los gigantes de su especialidad, casi todos procedentes de naciones ricas, con hermosas instalaciones y jugosas becas.

No se trata de recordar el caso de Éric Moussambani, aquel guineano que saltó a la piscina en los Juegos de Sídney y que casi se ahoga. Hablamos de nadadores que conocen la técnica, que entrenan muchas horas al día y que consiguen ganar pruebas regionales, pero a los que separan distancias cósmicas de los grandes nombres de su disciplina. Por la competición suelen pasar de puntillas, como si fuesen deportistas de relleno o una cuota que el COI tiene que cumplir para alardear de solidaridad, pero algunos de ellos honran con su ejemplo el auténtico espíritu olímpico. En la primera serie de los 200 mariposa compitieron un sirio, un iraní, un jamaicano, un tailandés, un eslovaco y uno de las islas Seychelles. Ganó el sirio. Ayman Kelzi nació en Alepo en 1993. Solía ir con sus padres a la piscina y desde pequeño le entró el gusanillo de la natación. Entrenaba con fruición, pero las cosas se empezaron a torcer en 2011, cuando la primavera árabe desembocó en una terrible y confusa guerra civil que todavía dura. Alepo, su ciudad natal, fue una de las más castigadas. Nadar entre bombas se había convertido en un oficio de riesgo, así que a los 9 años Ayman decidió coger el tren y trasladarse solo a la capital, Damasco, para participar en un campus de natación que iba a durar un mes.

No pudo volver. La guerra se recrudeció y las comunicaciones con Alepo se cortaron. Estuvo cuatro años sin ver a sus padres. Ni siquiera podía hablar por teléfono con ellos. Alejado de su familia, apretó los dientes y siguió entrenando. No era fácil. Las bombas destrozaban cada cierto tiempo el techo de la piscina y las instalaciones quedaban a cielo abierto, con la calefacción inutilizada.

El agua estaba helada, a una temperatura que a veces no superaba los 13 grados, pero Ayman y sus compañeros se zambullían y nadaban lo que podían. No solían aguantar más de 2.000 o 3.000 metros porque se congelaban. Si la situación estaba tranquila, Ayman practicaba incluso de noche. Como los cortes de luz eran frecuentes, su entrenador se ponía con la linternita del móvil en el otro extremo de la piscina para que Ayman completara sus series. Cada cierto tiempo había que suspender las sesiones porque se oían tiroteos cercanos.

Aunque su país sigue abierto en carne viva, Ayman Kelzi consiguió escapar de aquel horror cotidiano. Ahora vive en Thanyapura (Tailandia), en un centro de alto rendimiento para nadadores de países sin recursos que dirige el canario Miguel López con el apoyo de la Federación Internacional de Natación. A las órdenes del técnico español, Kelzi entrena ocho horas al día sin distracciones.

DEPORTES

es-es

2021-07-27T07:00:00.0000000Z

2021-07-27T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282291028265327

ABC