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Los tres grandes proyectos que César tenía en mente

JUAN CARLOS MATEU

César Manrique se marchó cuando la luz de su creatividad no paraba de acumular vatios en su cabeza. Por ella rondaban proyectos únicos que se esfumaron como materia oscura en su universo de colores después de que se apagara para siempre el haz de su desbordante imaginación aquel aciago 25 de septiembre de 1992.

Seis meses antes pudo disfrutar de uno de los días más felices de su vida, con la inauguración de su Fundación, en Lanzarote, garante de la inmortalidad de su legado y de la difusión de su obra artística, su mensaje vitalista y su propuesta medioambiental. Es posible que entonces pasara por su mente la frase que corona la pirámide de objetivos cumplidos a lo largo de una vida: ya me puedo morir tranquilo. Y el destino se lo tomó al pie de la letra.

Pero Manrique renovaba sus objetivos con la misma facilidad con la que su creatividad construía parajes únicos. Después de diseñar el Parque Marítimo de Santa Cruz y el Parque del Mediterráneo de Ceuta, últimas grandes obras que no pudo ver acabadas, al artista le llovían las ofertas. A sus 73 años, le daba vueltas a tres proyectos que le entusiasmaban: un gran lago en El Confital (Las Palmas de Gran Canaria), un mirador sobre La Caldera de Taburiente, en La Palma, y un auditorio natural en Marbella. Le sobraban las ideas, pero le faltó tiempo.

En la capital grancanaria se llegó a elaborar el anteproyecto de unas espectaculares instalaciones que guardaban ciertas similitudes con el Lago Martiánez del Puerto de la Cruz, su obra cumbre, aunque con más servicios. El lugar propuesto fue El Confital, una zona de La Isleta que presentaba un aspecto muy deteriorado, con proliferación de chabolas en la costa.

El Ayuntamiento le encargó el proyecto en 1991 y César comenzó a imaginar otro de sus oasis en un lugar imposible, su gran especialidad. Su idea para transformar por completo la zona consistió en un macroproyecto que incluyera un gran lago central con toboganes y esculturas junto al mar, un solárium con forma de anfiteatro natural, un centro de información construido a base de piedra y cristal en lo alto de la ladera y, en la zona de la punta, una torre con un restaurante giratorio y una sala de fiestas con impresionantes vistas. El norte de la instalación se reservaría para un campo de golf de nueve hoyos con una arquitectura típica canaria como casa club y varias canchas deportivas.

Esa era la fastuosa apuesta del creador conejero para su primer proyecto en Gran Canaria, pero su repentina desaparición impidió que se materializara. No obstante, quedó el anteproyecto que recogía su propuesta completa, elaborado por los ingenieros tinerfeños Juan Alfredo Amigó y José Luis Olcina, pero razones técnicas y políticas acabaron por convertirlo en papel mojado.

En sus últimos días, el artista también ideaba un mirador en La Cumbrecita, en el municipio palmero de El Paso, un paraje boscoso con impresionantes vistas panorámicas al Parque Nacional de La Caldera de Taburiente.

La singularidad del proyecto, que llegó a ser dibujado, radicaba en que el pequeño edificio por el que se accedía a una gran balconada suspendida en el vacío se amoldaba a los pinos del lugar, de tal forma que los troncos de algunos de ellos quedaban en el interior de la construcción mientras sus copas se elevaban al cielo por encima del techo. De esa manera se evitaba la tala de árboles. Una sorprendente solución que sacaba a relucir, una vez más, la sensibilidad medioambiental de Manrique.

El tercer proyecto que no pudo ejecutar le llegó unos días antes del fatal accidente. El Ayuntamiento de Marbella, entonces presidido por Jesús Gil, le encargó la construcción

La muerte repentina del artista truncó tres construcciones de impacto que se disponía a acometer: un gran lago con campo de golf en La Isleta, un espectacular mirador en La Caldera de Taburiente y un auditorio en una cantera de Marbella

de un gran auditorio en una cantera al aire libre. Manrique, Amigó y Olcina viajaron a Málaga, donde les esperaba, para su sorpresa, el Rolls-royce del alcalde en el aeropuerto, toda una declaración de intenciones que reflejaba el interés del regidor marbellí por contratar los servicios del artista lanzaroteño. Visitaron la cantera de Nagüeles, con paredes de roca de hasta 60 metros de altura, y César no pudo disimular su entusiasmo por levantar allí una construcción icónica que causara impacto. Pero cuatro días después la muerte le esperaba en un cruce junto a su Fundación.

Fechas más tarde, el Ayuntamiento contactó con su equipo de ingenieros para ofrecerles la posibilidad de seguir adelante con el proyecto, pero este renunció por respeto al artista. Aquella cantera que sedujo a César sirve de marco actualmente para una de las citas musicales más destacadas del calendario veraniego: el festival internacional Starlite.

Manrique no llegó a tiempo de sus tres últimas creaciones en Gran Canaria, La Palma y Marbella, tres lugares que abrían por primera vez sus puertas al arte vanguardista del lanzaroteño. Esta vez la ilusión y el ímpetu del genio no bastaron. Mientras su mente no paraba de fabricar ideas innovadoras, pintar colores y buscar espacios imposibles, su destino le esperaba sobre el asfalto a la vuelta de la esquina.

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