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Recordar

En estos días cuando las cosechadoras empiezan a funcionar bien preparaditas con todos los adelantos del momento, para ir guiándolas sin miedo al sol ni al polvo, compañero a su lado, podemos abrir la hucha de la memoria, y ella nos irá diciendo lo vivido en nuestros veranos, desde la niñez a la jubilación.

Conocimos hacer carriles unos días antes de la siega, algo conocido como desorillar para la que rueda motriz de la segadora hiciese el menor daño posible; lo mismo que preparar los carros con sus armajes, en los que la mies sería traída a las eras y el trillo, a fuerza de vueltas, iría haciendo añicos, dejándolo listo para la bielda.

Para todo lo relacionado con el verano hacían falta agosteros. En la mayoría de las familias los había de continuo. Quienes los necesitaban sabían muy bien cómo, con la paga ajustada, entraba la manutención. Solía ser por dos meses y el trabajo diario, desde el amanecer hasta la cena; trabajos duros, sobre todo cuando los desvanes esperaban la nueva cosecha, que era donde la mayoría la almacenaba.

Como se solían sembrar bastantes leguminosas, había trabajo para arrancadoras, mujeres de todos bien conocidas, que hacían cuadrillas, dispuestas a ganar unos jornales para las numerosas familias de tantos hogares.

No quiero dar nombres, ni falta que hace, pero sí acompañar este sencillo artículo con una vivencia de juventud, para ofrecérsela a todas las madres y abuelas. Eran unas heroinas con mayúscula de tantos trabajos en su vida, sin pedir nada a cambio, y eso es el mejor amor.

Preguntaba un agricultor a uno de sus trabajadores cuántos hijos tenía. «Cuatro tengo, mi amo, y un quinto que viene de camino». «Me di cuenta cuando venían de la arrancá, pasando por el camino de mi era, y pensé: pobre mujer, cómo podrá con trabajos tan fuertes y este calor tan sofocante, estando en estado de buena esperanza». «Fuerte es como un roble, mi amo. Después de comer y descansar un rato, al río se fue con la ropa y la banca,e n el coche de San Fernando». ¿Cuándo le toca?». «Para noviembre, pasadas las vendemias, en las que quiere ganar para comprar nueva cunita, cuando llegue la Navidad». «¡Tienes una mujer que es un cielo!». «Por eso la queremos tanto, mi amo».

Cuando lean esto los niños pueden pensar, «anda, como en la casa de la pradera». Los jóvenes pueden decir, «naranjas de la China». Y tantítisimas madres y abuelas, «esa también fue mi vida, escrita peldaño a peldaño, hasta poder llegar a ese Cielo donde todos los agosteros de Dios estamos llamado, si en nuestro verano de la vida hemos hecho por merecerlo».

Allí quiero, amigo y quinto Godofredo Ortega, encontrarte, después de decirlos hasta luego.

Eutimio Núñez / Soto de Cerrato

OPINIÓN

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2021-07-27T07:00:00.0000000Z

2021-07-27T07:00:00.0000000Z

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