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El canónigo malagueño que se enfrentó a Napoleón

FERNANDO ALONSO

Existe en la barriada de Carranque un colegio público que se llama Ciudad de Popayán. Esta es una ciudad colombiana, capital del departamento de Cauca, que fue fundada por el cordobés Sebastián de Belalcázar en 1536. En la actualidad tiene poco más de trescientos mil habitantes. Ahora bien, ¿cuál es la estrecha relación que existe entre Popayán y Málaga para que uno de los colegios malagueños lleve su nombre? Para saberlo tenemos que conocer la sorprendente vida de Salvador Ximénez de Enciso y Cobos Padilla, el canónigo malagueño que le plantó cara a las tropas napoleónicas en Málaga.

La estudió a fondo Gustavo García-Herrera, quien pasó más de una década recabando datos sobre este sacerdote malagueño que acabó siendo obispo de Popayán. Su biografía se lee con pasmo y admiración.

Salvador Ximénez era el sexto hijo de un orfebre platero natural de Mijas que se había afincado en Málaga para ejercer su oficio, un oficio considerado desde antiguo un arte noble e insigne. Los plateros tenían sus talleres repartidos entre las calles Nueva y San Juan (antaño llamada calle del Mar) y eran devotos de San Eloy, venerado en la iglesia de la Concepción, antes de los Clérigos Menores, en la misma calle Nueva. En algunas de estas calles o de sus aledañas nació Salvador en 1765. Sin embargo, nuestro protagonista no se vio atraído por el oficio de su padre, a diferencia de algunos de sus hermanos, que sí siguieron la tradición familiar. A él le gustaban más los libros y los estudios. Como el taller paterno no pasaba por sus mejores momentos, decidió a los veinte años embarcarse para América en busca de mejor fortuna. Marchó como administrador de alcabalas de la ciudad de Montevideo, en el virreinato de la Plata.

Fue en tierras americanas donde Salvador Ximénez empezó sus estudios eclesiásticos a la edad algo tardía de veinticinco años. Se le destinó a Potosí como párroco y allí realizó una importante labor misionera, construyendo un colegio para niños huérfanos. Tras veinte años en tierras americanas, ya sea porque echaba de menos su tierra o por la insistencia de sus hermanos, decidió volver a España en 1805. Sus propios feligreses le pagaron el viaje.

Llegado a Málaga, fue premiado por sus méritos con una canonjía. Ocupó el asiento de San Lorenzo en el coro catedralicio y vivió en las casas reservadas para los canónigos en el Postigo de los Abades. Al poco estalló en nuestro país la guerra contra el francés. Salvador Ximénez se mostró como un patriota exaltado, famoso por sus sermones en la Catedral, en los que se enfrentó al mismísimo Napoleón Bonaparte. Su rabia e indignación no tienen límites y el canónigo malagueño bramaba contra Napoleón llamándole «el más execrable monstruo de la Naturaleza, hidra del infierno, nuevo Atila, monstruo impío, cruel tirano, enemigo declarado de la Iglesia, usurpador de tronos», entre otras lindezas.

En 1810, tras luchar contra las tropas francesas en la Boca del Asno, cerca de Antequera, decidió huir a Cádiz. Volvió a su puesto de canónigo en Málaga y en 1815 fue nombrado obispo de Popayán. En esta ciudad pasaría los últimos veinticuatro años de su vida. Allí fue testigo privilegiado en 1819 de la independencia de Colombia, a la que se opuso con tenacidad en un principio, como patriota y realista que era. Sin embargo, acabó aceptando la realidad de los hechos, porque valoró la justicia de las reivindicaciones de los colombianos. Llegó inclusó a ser amigo de Simón Bolívar, que describió a nuestro obispo como «hombre locuaz, de mucho talento». Hubo, pues, dos momentos clave en la vida de Salvador Ximénez de Enciso: el primero, en 1808, cuando era canónigo en Málaga, en la plenitud de su vida, de reacción desmesurada contra los franceses; y el segundo, en 1819, siendo ya obispo de Popayán, de comprensión y de tolerancia hacia los colombianos que luchaban por su independencia. Estos le están hoy muy agradecidos, porque su intermediación fue trascendental para que la Santa Sede aceptase la independencia de Colombia.

En Popayán la labor del obispo malagueño fue colosal. Puso en marcha el seminario, reconstruyó la catedral, fundó colegios... Ante la ausencia de obispos en las otras diócesis colombianas, el de Popayán era el único que podía administrar el orden sacerdotal, con lo que hoy se le considera padre de todos los sacerdotes colombianos. Pero Salvador echaba de menos Málaga y añoraba pasar sus últimos días de vida en una huertecita cerca de Coín. No fue así. Murió el 13 de febrero de 1841, a los setenta y seis años, en su diócesis colombiana. Desde 1979 las ciudades de Málaga y Popayán están hermanadas en su memoria.

Salvador Ximénez fue nombrado obispo de Popayán en 1815

MÁLAGA EN VERANO A LA SOMBRA DE LA HISTORIA

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2021-07-27T07:00:00.0000000Z

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