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«Ahora lo que todo el mundo quiere es jubilarse»

ANTONIO ARCO

Carmelo Gómez Actor Alejado del cine y la televisión, uno de los mejores actores españoles vive volcado en el teatro. Libre, inmanejable, hipercrítico consigo mismo y con la realidad que le rodea: «Demasiados sinvergüenzas alrededor, demasiada gente sin escrúpulos»

Puede ser Carmelo Gómez (Sahagún, León, 1962) el más fiero de los hombres o mostrar ante el mundo, desnuda sin complejos, su alma profundamente herida. Puede dar pánico o conmover, puede hacer que le odies o que saltes confiado junto a él en parapente. Pasan los años y este excelente actor sigue moviéndose en el infierno como un ángel. Alejado, incomprensiblemente, del cine y de las series de televisión, triunfó en el teatro con ‘Todas las noches de un día’, de Alberto Conejero y dirigido por Luis Luque, dando vida a un personaje en las antípodas de la imagen poderosa que lo adorna en algunas de las icónicas películas del cine español que ha protagonizado con un éxito arrollador, como ‘Días contados’, dirigida por Imanol Uribe, o ‘El perro del hortelano’, un acierto redondo de Pilar Miró. En ‘Todas las noches de un día’ encarnaba al sensible, misterioso, frágil, huidizo y fantasmal jardinero Samuel. Ahora, recorre los escenarios del país con su proyecto más personal: ‘A vueltas con Lorca’. Y tiene la suerte de que la magia del teatro no lo suelta de su mano.

– ¿Qué tiempos vivimos?

– Tiempos difíciles, con demasiados sinvergüenzas alrededor. Demasiada gente sin escrúpulos. – En sus últimos trabajos en teatro da vida a personajes muy sensibles, nada que ver con esos hombres duros que usted encarnó a la perfección en el cine. –Hace ya tiempo que entré en una deriva de búsqueda de la fragilidad, y puedo decirle que ahora me siento mejor que haciendo personajes fuertes, que tienen muy pocos matices los pobres, porque siempre tienen que estar resolviendo problemas y exhibiendo una personalidad arrolladora. Me interesa ahora más el trabajo minucioso de abordar la fragilidad, que es una fortaleza sin duda alguna. En eso estoy, y por eso he terminado con Federico [ García Lorca], porque él constantemente está en esa fragilidad y en el mundo primoroso de las pequeñas cosas y de los pequeños acontecimientos.

– ¿Por qué no hace cine y series de televisión?

– No lo sé. Lo que sí sé es que hubo una época en la que hacía pruebas y no las pasaba. Y me dije: ‘Si después de 48 películas no paso las pruebas, es que quizás alguna tecla se ha roto dentro de mí y ya no suena’. Y decidí que no volvía más a hacer pruebas, ni a pasar por ningún tipo de tiranía de ese orden. Por otro lado, es cierto que el cine ha cambiado radicalmente y que ahora casi todo mira hacia las series. Tengo esperanza en las grandes plataformas, más que en las cadenas de televisión, que son absolutamente terribles, jerárquicas y de mano dura. Veremos...; lo que no quiero hacer ya es determinados personajes, porque no deseo repetir el esquema. Estoy un poco harto de ese cliché de macho, de tipo duro.

– ¿Echa de menos rodar películas?

– Es lo que más me gusta. Hace poco he hecho una con Imanol Uribe, sobre la matanza [en 1989] de los jesuítas españoles en El

Salvador; se llama ‘La mirada de Lucía’. Cuando me lo propuso le dije: ‘¡Contigo me voy al fin del mundo!’. Lo volví a pasar muy bien y a sentir que el cine es mi hogar, como lo es también el teatro.

«No tengo vocación de títere»

– ¿Es usted conflictivo?

– Si conflictivo es quien se opone a determinados atavismos, sí, lo soy. Y en el trabajo, a un director que, de pronto, quiere poner ahí un huevo giratorio, yo le puedo decir que yo ahí no veo para nada un huevo giratorio. Y si me dice que es su propuesta y punto, yo tengo la libertad de decirle que no quiero estar en esa propuesta. No tengo vocación de títere. También soy muy reivindicativo en cuanto a las condiciones laborales, y no me gusta, ni tolero, que me lleven y me traigan como un paquete, como un producto. ¿Sublevarse cuando las cosas no se hacen bien está mal? No lo creo.

– ¿Qué no es?

– No soy servil, ni acomodaticio. – Y a cambio, ¿qué?

– Quiero mucho a mi gente, muchísimo.

– ¿Qué le distingue?

– Soy un personaje sonámbulo, duermo poco y me paso el día soñando. También me cabreo mucho y soy ciclotímico; de pronto lo quiero todo y, de pronto también, al día siguiente digo ‘¡lo dejo todo, no puedo más!’. Soy un poco inestable en ese sentido, pero muy trabajador. Y creo que tengo talento, aunque muy por encima está mi capacidad de trabajo. Soy frágil en un envoltorio fuerte. Siempre he sido una persona frágil, temerosa. Me afecta todo. El cine me colocó en otro lugar.

– Incluso en el de ‘sex symbol’. – Yo no he sido consciente de eso, y no es que me quiera hacer el tonto, porque todo el mundo me lo decía. Pero ni me lo he creído, ni he jugado a eso, de modo que me ha sido fácil soslayar ese asunto, que ha llevado a mucha gente a pensar o a tratarme como si yo fuese especial o estuviese fuera del grupo, y yo no quiero ni estar fuera del grupo, ni ser especial.

Soñaba con ser panadero

– ¿Vive como llegó a soñar?

– He vivido siempre mejor de lo que soñé, he conseguido más cosas en la realidad de las que era capaz de soñar. De niño soñaba que sería panadero, y hacía mis panes de barro... Cuando, años después, [el aclamado director de escena] Miguel Narros, en clase de interpretación, me decía que podría hacer grandes cosas, yo es que no me lo podía creer y pensaba que estaban todos alucinando y que se estaban dejando llevar por mi voz, por mi presencia... Pero sí, aquí estoy, haciendo esta función que para mí es muy importante porque me pone delante del público, algo que siempre quise. Empecé a hacer teatro por las calles, con un puntero y unos dibujos, contando historias en verso. Nunca hubiese imaginado estar hoy en los escenarios haciendo lo que me pide el cuerpo y nada más que lo que me pide el cuerpo.

– ¿Cómo era de niño?

– Un niño frágil, pequeño, que no salía mucho a la calle por miedo a la violencia de los demás niños; era feo y enjuto, me llamaban mono. Así es que, mucha veces, me quedaba en casa y, en un corral inmenso que teníamos, pasaba las horas hablando solo. Creo que en esos momentos de recogimiento, de darme cuenta del daño que podemos causar a los otros, curiosamente desarrollé una ternura interior que me acompaña hasta hoy.

– ¿La inmensa popularidad que alcanzó llegó a agobiarle?

– El cariño de la gente es la hostia, y lo agradezco, pero la popularidad me llegó a perturbar, me volvió loco. Nadie nos prepara para eso, y en aquella época yo

decía lo que fuese y ya había un titular de periódico de máxima tirada. ¡Joder, eso es brutal! Padecí bastante, porque tuve que pedir perdón en muchas ocasiones y llamar a mucha gente por teléfono para disculparme.

– ¿Cómo son los hombres que aparecen en el universo de Lorca?

– En el ‘Romancero gitano’, por ejemplo, hay una presencia del macho muy fuerte; a Lorca el macho le ponía mucho, y le cantaba por ese pansexualismo suyo. Le gusta el macho, pero fíjese cómo, en ‘Bodas de sangre’, ese centauro a caballo que es Leonardo es más frágil que la novia. Los personajes machos de Lorca terminan siendo frágiles y víctimas.

– ¿Qué le ha enseñado el poeta?

– Lorca era, como lo soy yo, español por encima de todo, pero español sin fronteras. ¡Y su país se lo cargó a tiros! Cuando iba a Barcelona, por ejemplo, él respondía así a la pregunta de si era español o qué era: ‘Soy de la república independiente de Granada’. Pero era español a saco, un gran español andalucista universal y poseedor de un corazón panorámico.

Estigmatización

– ¿A usted qué le sorprende?

– Todavía hay quienes están empeñados en estigmatizar al homosexual, al que es distinto a ti. Resulta curioso que vengamos de culturas como la grecolatina, donde no era un problema el pansexualismo. Siempre digo que toda revolución es la búsqueda de lo perdido. En España ya teníamos una sociedad plural, abierta, pero hay quienes se empeñan en volver otra vez a fijarse en las razas, en la orientación sexual...; y hay gente a la que le sobra otra gente, en vez de buscar la convivencia entre todos. Está claro que ningún país puede acoger a todos los pobres del mundo, pero creo que nos hace mejores ayudar en lo que se pueda, en lo que esté en nuestras manos.

– ¿Nunca ha sentido un impulso homoerótico?

– No. Una parte de los homosexuales me consideraban un ‘sex symbol’ también, y algunos me decían: ‘Probablemente seas más homosexual de lo que te crees’. Y me lo planteaba, ‘¿a ver si me estoy perdiendo algo aquí?’. Pero no, nunca, tengo muy claro que tengo pasión absoluta por las mujeres en todos los sentidos, no solo en el sexual. Ahora las chicas están muy sexualizadas, y me da mucha pena. Son objetos sexuales constantemente y lo aceptan y les encanta el juego, un juego terrible, muy machista y muy peligroso para ellas. A ellos les viene muy bien, les encanta que ellas se comporten como Lolitas. – ¿En qué no cambia España?

– Hay algo en lo que no cambia nunca: sus viejas estructuras. Pero también hay algo que está en constante proceso de evolución, porque somos mediterráneos y pasamos, en lo superficial, de una cosa a otra con una rapidez salvaje. Pero lo superficial no hace que lo profundo se transforme. La presencia de Vox, por ejemplo, es preocupante. Somos un país que se ha ido forjando poco a poco en la libertad y en el reconocimiento del otro. Las masas hoy no viven en el pensamiento, sino solamente en el compra y venta. Y es muy fácil decirles: ‘Este es el bueno, este es el malo, y yo agarro a los negros y los cuelgo a todos’. Y eso es muy peligroso, porque más de un anormal cree que, en efecto, esa es la solución a las cosas. Por otro lado, también es cierto, España es especial, tiene un punto ingobernable pero también aquí se dio la democracia después de una larga dictadura, y además se dio con una evolución rapidísima. Todos teníamos mucha ilusión y mucha esperanza y todo el mundo quería currar, mientras que ahora lo que todo el mundo quiere es jubilarse. Yo pienso que hoy tenemos la obligación de ilusionarnos, porque sino se lo vamos a poner a huevo a los que pueden acabar directamente con todo lo construido a base de tanto esfuerzo. En el ámbito personal, cada uno de nosotros podemos hacer muchas cosas, aunque tengo muy claro que la tentación de ser un capullo es enorme; lo fundamental es darle al otro la importancia que se merece, entre otras cosas porque yo no me construyo solo. Nos necesitamos.

«Veo tanta violencia»

– ¿A qué teme?

– Tengo miedo a los demás, aunque luego vengo al teatro y veo aquí al público y me inspira un sentimiento amoroso. Pero salgo por ahí y veo tanta violencia... Me ha dado miedo que durante esta pandemia no nos hayamos unido de verdad todos. ¡Ya pelearemos después, lo que tocaba era estar unidos! Ni siquiera los jóvenes, y esto es lo más triste de todo, se han portado con auténtica ponderación, siendo conscientes de lo que estaba en juego aunque a ellos no les pasase nada; les pasaba a sus abuelos y a sus papás, y ellos con el ‘¿qué hay de mi fiesta?’ Me da miedo internet, me da mucho miedo la Red, y a nivel existencial me da miedo la muerte, aunque soy consciente de que cuando llegue la voy a estar esperando tranquilamente.

– ¿De dónde le viene su pasión por la naturaleza?

– Creo que en el origen está el hecho de tener un padre que era campesino y que me enseñaba, por ejemplo, un modo de trabajar la tierra que no contemplaba en absoluto sacarle el máximo rendimiento y luego ignorarla. El campesino sabe que tiene que cuidarla para los que vienen detrás. Recuerdo que mi padre sembró una higuera que él ya no podría ver dando higos. Me dijo: ‘Ahí estarán para los que vengan’. Ese estar atentos al futuro, a los que seguirán aquí cuando nosotros ya no estemos, encierra un montón de valores.

DOMINGO

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2021-08-01T07:00:00.0000000Z

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