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Las bandas juveniles vascas, por dentro

Radiografía policial de los grupos violentos que actúan en Euskadi

LUIS LÓPEZ

BILBAO. Los presuntos autores de la agresión brutal de Amorebieta se echaron a llorar cuando, tras su detención, a cada uno de ellos le informaron en comisaría y de manera individual de que Álex, de 23 años, estaba en estado crítico. «Como bebés», dicen fuentes policiales. Y no es algo infrecuente. Lo ha visto mucho también Mónica Arias, delegada de Menores en la Fiscalía de Bizkaia. Una vez que se pone punto final a la sensación de impunidad y de protección que da el grupo, la manada, queda la verdad desnuda: un adolescente solo. «Lloran como críos».

Por eso es tan peligroso el fenómeno de las bandas juveniles, porque son un acelerador fatal de la violencia. La agresión de hace una semana en Amorebieta fue protagonizada presuntamente por ‘Los Hermanos Koala’ (LHK), grupo con integrantes mayoritariamente de Barakaldo de los que se ha arrestado ya a nueve. La mayoría, menores. Hace más de tres años que las policías tenían noticias de ellos y de sus constantes peleas, robos e intimidaciones. En 2019 la Ertzaintza tenía en su radar a 24 bandas en Bizkaia.

El asunto preocupa ahora de manera especial, como siempre que una de las peleas y agresiones habituales termina con resultado dramático. También ocurrió a finales de 2017, cuando dos menores del grupo ‘The Ghetto Family’ acabaron de forma salvaje con la vida de Ibon Urrengoetxea, ‘Urren’, en el centro de Bilbao.

¿Cuántas bandas de este tipo hay ahora en Euskadi? Desde el Departamento de Seguridad del Gobierno vasco han decidido no facilitar información sobre esta realidad y evitan responder a esta pregunta o analizar la situación. Sí lo hacen policías desde el anonimato, de esos que cada día patean las calles, los que sufren el fenómeno desde dentro. Los que llevan años pidiendo sin éxito una unidad de Menores que también han tratado de impulsar jueces y fiscales en Euskadi. En Lakua no han accedido a ello.

«El Departamento nunca ha querido reconocer que existe este problema», se duelen varios uniformados contactados por este periódico. Pero ellos sí conocen la realidad, sobre todo, en Bilbao, la ciudad donde conviven más grupos juveniles. Y lo hacen desplegando una violencia «muy grave; van a hacer el mayor daño posible porque mandar a alguien al hospital les da estatus». Sus actividades van desde robar sudaderas y móviles a cuadrillas de adolescentes hasta peleas brutales y agresiones salvajes. «Sólo se habla de ello cuando pasa algo muy grave. Pero es el pan nuestro de cada día».

Una noche salvaje

El drama puede llegar en cualquier momento. Hace dos semanas, por ejemplo. La noche del 16 de julio. Hubo una pelea multitudinaria con machetes y cuchillos en la calle Cocherito de Bilbao. Luego, uno de los participantes apuñaló a otro menor a la altura del corazón en la calle San Nicolás. 14 puntos recibió en la cura. Así viven rozando el desastre.

Y no lo ocultan. En las redes sociales divulgan las agresiones y eso es lo que facilitó precisamente las detenciones por el ataque de Amorebieta. Hay «ceremonias de iniciación» que consisten en pegar una paliza al nuevo. También peleas concertadas en La Peña, el parque Etxebarria, o la calle Barrainkua. Se mueven mucho también por Rekalde, Amezola, Santutxu, Zabalburu, Zubiarte... «A algunos les parece que lo que hacen son chiquilladas, hasta que pasa algo grave».

No estamos ante aquellos grupos étnicos de antes. Ahora son «totalmente multiétnicos. No importa la procedencia, sino la fidelidad a los colores». Hay nuevos vascos, vascos de toda la vida y de generaciones atrás. Eso sí, los policías apuntan que las pocas chicas que forman parte de ellos «son casi todas de origen vasco».

¿Cómo llegan a juntarse grupos tan diversos? Los mismos medios

hablan de una confluencia de posibilidades: desde compartir residencia en la misma zona desfavorecida, hasta seguir al mismo rapero, ir al mismo colegio o juntarse a través de las redes sociales. Es difícil de determinar. «Debería estudiarse mejor». Por eso, a juicio de los policías, sería importante crear una unidad específica de menores.

Sin embargo, la información sobre LHK era mucha: al menos 24 miembros estaban identificados y se habían elaborado varios informes. ¿No demuestra esto que las cosas funcionan? «Eso depende de que en una comisaría concreta, en este caso en Barakaldo, haya alguien con el interés y la inquietud para hacerlo».

Envalentonados

¿Estamos ante un problema de evolución preocupante? César San Juan, profesor de Psicología Criminal en la Universidad del País Vasco considera que en Euskadi no es un fenómeno creciente y aprecia que el sistema de protección social y la acción policial contienen este tipo de violencia, salvo en casos puntuales. Los datos de la última década, dice, así lo demuestran.

Sin embargo, desde la Fiscalía de Menores perciben que en los últimos meses, tras la pandemia, «están entrando más casos de violencia juvenil, robos y lesiones sobre todo». ¿Es algo achacable a las bandas? Para la fiscal Mónica Arias este es un asunto delicado porque jurídicamente en ocasiones es difícil determinar si hay grupo violento organizado. «Hay que ver las comunicaciones previas, cómo se toma la decisión de delinquir...».

En cualquier caso, buena parte de los delitos entre menores se perpetran en grupo porque «los chavales se ven impunes» y con una gran capacidad de intimidar. «Se envalentonan, y las peleas pueden acabar muy mal».

Hay un factor que engrasa esa violencia desbocada: la tecnología. «Es muy difícil ejercer la violencia física, hay que superar muchas barreras naturales, empáticas», apunta el sociólogo Imanol Zubero. Ayuda a derribarlas el hecho de «artificializar» esos ataques grabándolos, «poniendo pantallas de por medio». Ejercerla en grupo, además, «facilita que gente que no lo haría entre en esa vorágine. En un linchamiento es difícil el autocontrol». Más aún cuando hay sensación de impunidad.

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2021-08-01T07:00:00.0000000Z

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