A Mikel Landa le ha tocado levantarse muchas veces de la lona. Tantas caídas. Como la que le partió cinco costillas y una clavícula en el pasado Giro. Ayer, después de tres meses, volvió a ponerse un dorsal. Y disfrutó. Arrancó en la subida a Erlaitz, animado por su afición. «Vine a la Clásica sin un objetivo claro. A probarme. Y estoy contento de cómo me he encontrado», declaró en ‘Radio Euskadi’. «Sabía que me iba a faltar ritmo, pero quería verme otra vez en la pelea y probarlo desde lejos», añadió. La prueba donostiarra le confirmó que está en el camino para llegar a tono a la Vuelta a España, que comenzará en Burgos el 14 de agosto.

Landa compite hoy en Getxo y desde el martes en la Vuelta a Burgos. Son dos carreras especiales para él. En la clásica vizcaína se encuentra con su afición. Y en la ronda castellana, con un escenario que ya le ha visto triunfar. Con esas carreras en las piernas buscará el ritmo competitivo que le falta antes de ir a la Vuelta a España. ¿A ganarla? No sabe cuál será su objetivo. «Si cuando estoy bien me cuesta levantar los brazos, ahora que vengo de una caída así...», indicó.

El proceso de rehabilitación le ha puesto a prueba. Tras pasar por el quirófano estuvo un mes sin pedalear. Luego vino la pelea con el dolor en las costillas. «Ha habido momentos difíciles», reconoció. De bajón anímico ante tanta adversidad. Por eso, ayer en San Sebastián recuperó la sonrisa. Sin apenas días de entrenamientos de alta intensidad, fue capaz de moverse en el momento clave de la Clásica. «Ha sido una sorpresa», admitió Neil Stephens, su director. «Sabíamos que ha luchado mucho por recuperarse».