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Powless se siente en casa en San Sebastián

El nativo americano de la tribu Oneida se deja guiar por su director, el irundarra Garate, y gana la Clásica que ve resurgir a Landa

J. GÓMEZ PEÑA

San Sebastián es un imán para el turismo. Ni la lluvia estropea la imagen aérea de una ciudad de postal. Cuando se viaja conviene tener un buen guía. Neilson Powless es un ciclista californiano de 24 años. Tiene sangre india, de los Oneida, una antigua tribu iroquesa. Estaba lejos de su cuna, pero en el equipo EF le dirige Juanma Garate. El técnico de Irún le llevó el viernes a ver los tramos clave de la Clásica de San Sebastián. Por eso se sintió en casa sobre el terreno movedizo y mojado que pisaba. A Powless le conoce bien otro ‘guipuzcoano’, el australiano Neil Stephens, director del conjunto Bahrain y residente en Oiartzun. Sabe que, además de escalador, es rápido. Y no dejó de advertirle a Mohoric, su baza, sobre ese peligro. Pero no sirvieron las palabras y el esloveno no midió bien su pegada. Powless, en un sprint por milímetros, se llevó el triunfo por delante de sus dos compañeros de fuga, Mohoric y Honoré. Su primera victoria. Tan lejos de la tierra de su tribu y tan cerca del hogar de su guía. Es el segundo estadounidense que gana en el Boulevard. Tras Lance Armstrong.

La Clásica se decidió donde pocos esperaban. En el descenso de Erlaitz. Empapado. Entre chirridos de frenos asustados, se la jugó Lorenzo Rota. Sólo tres le siguieron, Mohoric, Honoré y Powless, que llevaba por delante a Simon Carr. Le cogieron. Ya eran cinco, con dos dorsales del EF. Carr lo dio todo por Powless y obligó al pelotón a gastarse en una persecución que no iba a tener éxito. Los cinco entraron en la subida final a Murgil, la ladera más áspera de Igeldo. Powless quiso ahí deshacerse de Mohoric, al que más temía. No pudo. El esloveno gestionó cada gota de sudor y no dejó que nadie le cogiera un metro. El descenso, lo sabía, era su terreno.

Mohoric asusta cuesta abajo. Pero entró demasiado veloz en una larga y traidora curva. Sacó el pie derecho para enderezar la trayectoria. Libró el golpe y provocó la caída de Rota, descartado, y Honoré, que enseguida se subió a la bicicleta. Tras el susto, Mohoric atrapó a Powless y en la Concha se les unió Honoré. En el oído de Mohoric resonaba la advertencia de Stephens. «¡Cuidado con Powless!». Lo tuvo. Lanzó el primero el sprint. Pero no funcionó. El descendiente de indios americanos le quitó el triunfo casi bajo la pancarta del Boulevard.

Así terminó una carrera que había empezado con la lluvia tapando el cielo y despejando las playas donostiarras. La Clásica se puso el chubasquero para afrontar los 223 kilómetros. No salió el sol, pero sí se vio el arcoíris en el pecho de Julian Alaphilippe, campeón del mundo. Era el favorito. Su equipo, el Deceuninck, ayudó al Jumbo de Vingegaard, segundo en el pasado Tour, y al Trek de Mollema a controlar la distancia de los primeros fugados. Eran muchos, 16. El Euskaltel colocó en ese vagón a Bizkarra. El Caja Rural, a Barrenetxea y Murgialdai. El Movistar, a Rojas y Jacobs... Y el Astana, a Javier Romo, que hasta hace poco más de un año era triatleta. Con tanta agua y metido en una nube húmeda, Romo se sintió en su elemento acuático ya en las rampas de Jaizkibel. Coronó en solitario una cima que, invadida por la niebla, ni se veía.

Ataque de Landa

El verano ha dimitido en julio. Los coches ponían la luz que le faltaba al día. Romo, manchego que fue el año pasado campeón de España amateur con el equipo vizcaíno Baqué, desafió al pelotón. Faltaban aún 60 kilómetros y bajar Jaizkibel sobre curvas de patinaje sobre hielo. Camino de Erlaitz resbalaron en el pelotón Kelderman, Fabbro y Aleotti. También acabaron en el suelo dos motoristas. Era el momento para recordar a Iñaki Lopetegi, fallecido

hace un par de semanas y que tantas carreras cubrió como piloto.

Romo se metió el primero en el túnel de Erlaitz, cuatro kilómetros al 10 por ciento de pendiente. Ahí se le apagó todo. Mikel Landa y Simon Carr archivaron esa fuga. Landa, en su primera carrera después de la grave caída que le echó del Giro a principios de mayo, ha vuelto. Ese ataque talla su carácter: el empeño que ha puesto para superar el dolor de la larga rehabilitación por la fractura de una clavícula y cinco costillas. En una tarde tan oscura, Landa apretó el interruptor para encender sus esperanzas de hacer una gran Vuelta a España. Hizo su test. Buena nota: ha recuperado gran parte de su nivel. Está a tiempo.

Antes que Landa coronó el puerto el británico Carr. Conocía el terreno que pisaba, bien dirigido por Juanma Garate. Carr creció en la costa azul francesa, fue piloto de cars y también atleta. Pero se adaptó mejor al ciclismo, sobre todo cuando compite en Euskadi. El año pasado se impuso en la clásica de Ordizia, también en otro día submarino. Su misión en la Clásica no era ganar, sino endurecer la prueba y desmantelar a equipos como el Deceuninck y el Trek. Lo consiguió. Cuando le atrapó el grupo de Powless se puso al servicio de su compañero. Podían correr por esas carreteras a ciegas. Bastaba con escuchar a Garate, que le enseñó a Powless la mejor ruta para llegar el primero a San Sebastián.

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2021-08-01T07:00:00.0000000Z

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