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Troya y Berria

En una de las rocas de la playa de Berria, justo pegada al monte de Santoña, se adivina la figura de Héctor, el príncipe troyano

JOSÉ RAMÓN ALONSO BELAUSTEGUI

Cae la tarde y, en la quietud del viento paseando por la playa de Berria se pueden escuchar los lejanos cantos de sirena que provienen de la antigua Troya, venerando a su príncipe.

Tambores, arpas, ecos de bocinas de cuernos de cabra. Hace 800 años que se libró una de las batallas más cruentas y valerosas jamás contadas.

Héctor el Troyano, conocido como el domador de caballos, príncipe de la ciudad y encargado de su defensa ante el acoso de las tropas Griegas, tenía como misión la aciaga tarea de enfrentarse al invencible guerrero Aquiles.

Héctor no había sido partidario de aquella guerra, pero el prohibitivo amor de un noble troyano hacia Helena, una bellísima mujer griega, revolucionaría antiguas hostilidades que terminaron desencadenando el conflicto.

Las gruesas murallas de Troya poco o nada podían hacer para contener al poderoso ejército griego, el cual, mucho más numeroso y al mando del gran Aquiles, apuraba agazapado su sed de venganza para conquistar la hermosa ciudad de Troya.

Aquiles acababa de dar muerte a Polidoro, hermano de Héctor, y este, enfurecido por el episodio, aceptó el reto de enfrentarse al imbatible luchador para desquitarse.

Héctor se vistió con su armadura y, una vez ataviado, independientemente del resultado en el que derivase la contienda, propuso un pacto a Aquiles: debería entregar el cadáver de su hermano para poder honrarle.

Pero Aquiles, rabioso y ansioso por enfrentarse al príncipe de Troya, no aceptó la exangüe propuesta y, provisto de su lanza, la alzó al cielo retando a Héctor para que abandonase las murallas troyanas, bajase a la tierra y se enfrentase a él en legítimo combate.

Así se produjo. Aquiles mató a Héctor clavándole su lanza en el cuello, el único lugar desprotegido por la armadura; después, una vez muerto, su cuerpo fue lacerado por el resto del ejército griego y arrastrado por el caballo de Aquiles hasta dejarle expuesto durante doce largos días al sol y a los animales.

Cuenta la leyenda que el Dios Apolo protegió el cuerpo de Héctor y lo mantuvo impoluto hasta que Hermes, Rey de Troya, suplicó a Aquiles la devolución del cadáver de su hijo, apiadándose este, por fin, y entregando el cuerpo del príncipe a su padre.

Después de diez días recopilando leña, una vez apuntó la aurora que trae la luz a los mortales, sacaron llorando el cadáver del audaz Héctor, lo pusieron en lo alto de una pira funeraria, y le prendieron fuego.

Al cabo de un tiempo extinguieron con vino la ceniza, aún ardiente, y arrojaron estas al mar, cuyas corrientes expandieron las mismas por su infinito piélago hasta llegar un día a la Playa de Berria y solidificarse entre los bajíos que circundan el arenal y se hacen visibles cuando baja la marea.

Y allí, pegado a la base del monte de Santoña, en un remanso de paz entre arena dorada y jóvenes arbustos, reposa el reconvertido Héctor, protegido y encumbrado por sus aliados, los Dioses Apolo y Zeus, justo en el lugar que ellos eligieron para que los caminantes pudiesen admirar su legendaria figura y sentir latir el corazón del valeroso mito que murió defendiendo lo que más amaba.

SIETE VILLAS

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2021-10-24T07:00:00.0000000Z

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