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La historia al revés

Novela. Valderas fabula con una Guerra Civil ganada por la República

JAVIER MENÉNDEZ LLAMAZARES

poemas como ‘A los jóvenes»’, en el que alerta de los salvapatrias y los demagogos, porque «El aire es menos aire / si viene de agitar una bandera» o ‘Los miserables’, en el que reflexiona sobre algo que la historia ha desmentido hasta la saciedad: el hecho de ser un buen artista no está directamente relacionado con ser una buena persona. Ética y estática no siempre discurren por el mismo camino («Se prueba aquí la trampa de Platón / cuando invita a creer que la belleza / es trasunto del bien, de la armonía / y la justicia», escribe Pedregosa en el poema ‘Burdeos’. Los ejemplos son innumerables, pero no es menos ciento que el artista con conciencia es, la historia también lo confirma, perseguido, cuando no asesinado. Pedregosa lo personaliza en poetas como Cernuda y Machado: «Ejercer la poesía no es vacuna / contra nada, pero a veces sucede / que un poeta se adentra en la miseria / como el lecto animal que sabe su destino…».

La sensación de pérdida irreparable, la nostalgia y el desencanto hacen que el personaje lírico, por una parte, parta de un existencialismo cotidiano, a la manera, por ejemplo, de Celaya, es decir, con el nosotros como emblema y, por otra, se sumerja en un doloroso examen de conciencia y recurra a lo biográfico para dar cuenta del conflicto íntimo que produce la muerte: «Perdóname, papá, pues no he sabido / defender con vigor lo que era nuestro. / Criaste un niño sano pero inútil […] Siento vergüenza, papá, por ser el agujero / eternamente negro de tu vida: todo lo tuyo entra en mí y sin dolor / desaparece».

‘Barro’ finaliza con una ‘Contraelegía’, en la que se da voz al padre que finaliza con estos versos que encierran una filosofía de vida: «la vida / –estoy en condiciones de afirmarlo–/ es poco más que un soplo / y pierde / quien no ama». Como escribe José Manuel Ruiz Martínez, «‘Barro’ es un canto conmovedor de nuestra condición mortal, frágil, humilde […] problemática, impura, pero también moldeable y resiliente, que el poeta abraza con un amor no exento de lucidez». 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

Los españoles, por regla general, tendemos a arreglar el país mientras bebemos, siempre y cuando no haya fútbol. Como aspecto negativo, somos unos pésimos comunistas». Con tono sarcástico e incisivo, y el bisturí apuntando a nuestra identidad más visceral plantea el escritor Álvaro Valderas (León, 1965) una sorprendente realidad alternativa, en la España imaginaria que podría haber resultado si los republicanos hubieran ganado la guerra, y la hubieran seguido cuarenta años de dictadura comunista. Una fantasía tan caprichosa que hace que, muchos años después de la transición, en 2009 termine siendo presidente… José Luis Rodríguez Zapatero.

Braulio Quirós, más conocido como ‘el Perro’, es un inspector al borde de la jubilación que debe resolver una serie de crímenes que emulan a los martirios de los santos católicos. El novelista perfila a un investigador canónico y ejemplar dentro del género negro. Es decir, a un personaje atormentado, descreído y por momentos turbio, de vuelta de todo y sin embargo regido por su particular sentido de la ética. Antiguo boxeador y jugador de ajedrez, sobrelleva como puede un desengaño sentimental, y a pesar de su violencia explosiva –en especial, la verbal– logra despertar la empatía del lector.

Como de costumbre, Valderas tiende a deslumbrar al lector, con esa facilidad pasmosa para el juego de palabras y el regate lírico: «Algunos culpables eran en verdad inocentes por dentro»; lo mismo sucede cuando define a la política como una «maquinadora de disgustos». Pese a la negrura de la trama, el novelista no renuncia a su habitual humor, más cáustico que nunca. Ni tampoco a las citas eruditas, con guiños tanto a la cultura popular –mucho bolero– como al Siglo de Oro.

Obviamente, la política será el caballo de batalla de una novela que, de nuevo muy canónicamente, incide donde más duele: en la corrupción, el corporativismo, las cloacas del estado y todo el sucio entramado con el que el sistema perpetúa sus estructuras de poder. Aunque, por momentos, el lector puede dudar sobre si está leyendo historia-ficción o más bien una crítica costumbrista de la más rancia cotidianidad: «Es una suerte que en España se permita el consumo de drogas blandas (…). La heroína y los ácidos se perciben como una execrable lacra social, y se castiga su consumo como sólo un país excomunista puede permitírselo con aquello que le afea la imagen». ¿Algún parecido con la realidad?

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