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«La gente piensa que mis retratos son fotografías o que me dedico a calcar»

Óscar Calleja Gutiérrez Artista

ISABEL G. CASARES EL DIARIO MONTAÑÉS

TORRELAVEGA. Increíble puede ser el mejor adjetivo para la pintura de Óscar Calleja (Torrelavega, 1963). El retratista, que consigue con sus trazos, hechos ahora con la mano izquierda, ahora con la derecha, reproducir con exactitud sorprendente los rostros, especialmente los ojos, expone en la sala Espacio de Arte Contemporáneo, de Villapresente, a iniciativa de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Reocín. Y está consiguiendo encantar al público con sus hombres, sus mujeres y sus niños, retratados como si fueran fotografías –«no es hiperrealismo», sentencia–, con una calidad que ha recuperado después de más de dos décadas sin coger una pintura. Si usted quiere quedarse con la boca abierta, puede hacerlo hasta el día 30 de octubre (de 17.00 a 21.00 horas, de martes a viernes y los sábados, de 18.00 a 21.00). Seguro que le tienen que pellizcar para dejar de pensar que está contemplando una muestra de fotografías.

–¿Cuándo comenzó esa afición por la pintura?

–Desde niño, como lo hacían en mi casa mi abuelo; mi madre lo sigue haciendo, a los 88 años, y también esculpe y a ellos hay que sumar a mi tía, una de sus hermanas; mis primos, uno de mis hermanos (somos cinco varones) y mi hijo, que es fotógrafo profesional, también. A los seis o siete años ya estaba dibujando y lo que más me llamaba la atención era el retrato. Recuerdo unas láminas que le cogía a mis hermanos mayores para dibujar a carboncillo, pero las agotaba enseguida y cuando no tenía más para practicar, recurría al cajón de las fotos.

–Ha sido alumno de la Escuela de Artes de Torrelavega. ¿Cómo recuerda esa etapa?

–Ahí empecé a dibujar de pie porque yo siempre dibujaba sentado, con lo cual la perspectiva no es la misma. También aprendí a sujetar el lápiz de otra manera. Además, fueron unos años en los que coincidí con grandes maestros, como Ángel Izquierdo, Pedro Sobrado, Demetrio Cascón, Berta Fernández-Abascal, Mauro Muriedas, que es primo de mi suegra, y además, su mujer cantó en la Coral de Torrelavega, con mi padre. Fue en la Escuela de Artes donde empecé a dibujar del natural, a practicar los bodegones, por ejemplo, pero a mí me seguía gustando sobre todo el retrato. Captar la expresión de los ojos, y nunca me ha costado transmitirlo. Siempre me ha llamado la atención que hay artistas que al tratamiento de los ojos le dan la misma importancia que a cualquier otra parte del cuerpo, cuando en el ojo hay más cosas. Está todo. Creo que es un don que no me cuesta, partiendo de la base de que no pinto buscando el aplauso de la gente, ni ser mejor que nadie, solo transmitir lo que veo.

–¿En su trayectoria pictórica ha habido un antes y un ahora?

–Bueno, ha habido un largo paréntesis de 25 años debido a mi proyecto empresarial. Tengo una empresa dedicada a la rotulación, que lleva mi apellido, y eso fuerza a dedicarse a tus clientes y a tus empleados. La fundé para compaginarlo con la pintura, pero al final la pintura se quedó aparcada hasta que mis dos hijos me reclamaron que volviese a ella. Se enteraron de que pintaba al ver retratos míos en casas de conocidos o no conocidos. Porque, por ejemplo, cuando hice la mili, pintaba retratos a mis compañeros por tres euros.

–Pero su esposa conocía ese ‘secreto’...

–Sí claro. El único retrato mío que tengo en casa es uno de mi mujer y yo cuando éramos novios. Hasta que, lo confieso, mi hija

Paola me lo ‘exigió’; que la pintase un retrato. Y eso supuso volver a coger la caja de las pinturas de pastel y un papel. Por supuesto, que cuando terminé su retrato me vi obligado a hacerle otro a mi hijo. Seguido, me reprocharon el largo parón primero mi madre y luego, Robledo, el artesano enmarcador, a quien le llevé los dos retratos. Mi mujer me inscribió entonces a un curso impartido por un pintor muy famoso, en Sevilla. Ahí coincidí con artistas de otros países y me sirvió para darme cuenta de que no había perdido mis cualidades para el retrato. De hecho, el profesor me dijo que era uno de los mejores que habían pasado por sus cursos, de los 2.000 que había tenido en todo el mundo. Uno de los cuadros que pinté está en la exposición. Y con un retrato de mi hijo me presentó a la primera bienal de pastel de Italia, que se celebró en Tívoli, en 2017. Quedé el cuarto. Era el cuarto o quinto cuadro que hacía después del largo parón. No soy dado a participar en concursos porque no creo que nadie es mejor que nadie, pero con todo, me he presentado a otros certámenes, además del citado, que fue el primero, el Mod Portrait 2018. Fui finalista, y el año pasado, quedé segundo en la Bienal Internacional de Pintura al Pastel de Oviedo. Yo me considero un aficionado, aunque sea bueno en comparación con otros y peor que el resto.

–¿Satisfecho con cómo está discurriendo la exposición en Villapresente?

–Sí, por supuesto. Hasta el momento la habrán visitado unas 600 personas. Hay gente que dice que son fotos, he llegado a oír, incluso, si lo que hacía era calcar los cabellos –sonríe–. Así que tomé la decisión de pintar un cuadro en vivo y en directo, en la propia sala, no sin dificultades porque la luz era muy deficiente, pero el retrato lo he perfilado en mi casa, antes de su presentación final en la propia sala, para que el público vea el resultado.

–Uno de los cuadros más destacados de la exposición está dedicado a tu familia. ¿Qué historia singular recoge?

–Te refieres al ‘Árbol de la vida’. Ese cuadro me ha llevado tres meses. Y en efecto, simboliza la anécdota relacionada con el parentesco entre mi mujer y yo. Investigamos, algo muy sencillo de ver a primera vista porque los apellidos de nuestros dos tatarabuelos eran los mismos y confirmamos que con nuestro matrimonio, se unieron de nuevo dos ramas familiares, las de los Real y los Sánchez. Y han pasado 158 años del primer entronque. Mi esposa, Marián, es cántabra de nacimiento, de Barcenilla de Piélagos, que es el pueblo de mi abuela materna, pero se fue a Madrid con un año con su familia y todos los veranos los pasaba aquí. En unas vacaciones, cuando teníamos 16 años, coincidimos y comenzó nuestra historia.

Después de una larga pausa de 25 años, este empresario ha consolidado su pasión por la pintura con el firme apoyo de su familia

«Les cogía láminas a mis hermanos mayores para practicar desde los seis o siete años»

EN DIRECTO «En la sala de Villapresente he tenido que pintar un cuadro para que vean cómo lo hago»

TORRELAVEGA

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2021-10-24T07:00:00.0000000Z

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