La tendencia ya estaba ahí. So capa de mejorar la eficiencia y la experiencia del usuario –eso que todos sabemos que raramente preocupa de veras a quien explota un servicio– cada vez vamos quedando más abandonados a nuestra suerte frente a todo tipo de máquinas implacables con nuestros errores de aprendizaje o manejo. Los seres humanos se esfuman para ser sustituidos por cajeros automáticos, voces pregrabadas, formularios electrónicos o webs interactivas. A los seres humanos es posible preguntarles y, aunque no todos son amables, casi todos acaban ayudando. A una máquina no la saques de lo que tiene programado, que es lo que aquel que encarga el programa considera estrictamente indispensable. Con la pandemia, han puesto el turbo. La carta de la semana da, con fundamento, la voz de alarma.