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Relato de verano.

'UNA PÉSIMA IDEA' un relato original de Lorenzo Silva

POR UNOS GRAMOS DE ORO

Segunda entrega de Una pésima idea, el nuevo caso de los agentes Bevilacqua y Chamorro. Una historia escrita por Lorenzo Silva en exclusiva para los lectores de XLSemanal.

POR UNOS GRAMOS DE ORO CAPITULO II Continúa el nuevo caso de los agentes Bevilacqua y Chamorro, escrito por Lorenzo Silva en exclusiva para los lectores de 'XLSemanal' e iniciado en nuestro número anterior. La investigación del crimen no ha empezado nada bien y las pistas, de momento, brillan por su ausencia...

La capitán Azpeitia, con el grado así, en masculino, como solían preferirlo el protocolo del Cuerpo y la mayoría de las interesadas, removió meticulosamente el café cortado en el que acababa de dejar caer una fracción homeopática del sobrecito de edulcorante. A esas horas, alrededor de las seis de la tarde, yo ya no solía autorizarme la ingesta de cafeína, a fin de evitar las dificultades para conciliar el sueño que, a un hombre con mis trienios, siempre le pueden llevar a acordarse sin querer de alguna de las muchas cosas en las que a esas alturas del camino no estuvo justamente a la altura. Ella pasaba por poco de los treinta, así que debía de tener mucho menos que temer a ese respecto. Por no mencionar el detalle de que parecía bastante más puntual y escrupulosa que yo en el cumplimiento del deber.

—De nada sirve decirlo ahora —observó—, pero lo que al final ha pasado es lo que nos temíamos que acabaría por pasar. Y no será porque no le pidiera al jefe refuerzos para tratar de impedirlo.

Su segundo, el teniente Ribeiro, que le sacaba a la capitán algo más de una década y varias decenas de decepciones, la miró con una expresión acaso impenetrable para otros, pero no para mí. Venía a decir algo así como que bastante tenía el jefe con lo que tenía.

—En todo caso —continuó la capitán—, esto es lo que hay. Esos animales se han llevado por delante a una persona y han entrado en la liga de los homicidas. Dirán que no querían, que la culpa fue de ella por resistirse y demás gaitas, pero lo que ahora se nos pide es que demos con ellos igual que con cualquier asesino. Eso sí, con la circunstancia agravante de que aquí se veía venir. Por eso mi jefe, después de meses sin hacerme caso, ha pedido vuestro apoyo.

Se la veía algo dolida. Y también recelosa. Colegí que podía ser la primera vez que trabajaba con respaldo de la unidad central en una investigación como aquella. Me pareció que podía no sobrar darle una indicación de cómo entendíamos nuestra tarea en casos así.

—La investigación es suya, mi capitán —le dije—. Aquí nos han pedido que ayudemos en lo que podamos, y a eso venimos.

Azpeitia torció la boca en una sonrisa amarga. —Desde que se ha sabido que viene la UCO a ayudarnos, y se ha sabido casi antes de que yo misma lo supiera, ya les he oído decir al menos a un par de paisanos que había que haberla llamado desde el al principio, y que si lo hubieran hecho la difunta seguiría viva.

—Nos sobrevaloran —dije—. Lo que no nos conviene. Cuando metemos la pata, que la metemos como todos, nos crucifican.

A la capitán no pareció consolarle mucho mi confesión.

—En fin, vamos a lo que importa. Le mandé a la brigada toda la información que logramos recoger hasta esta mañana. Me gustaría poder decir que tenemos algún avance sustancial, pero no es así.

—Recapitulando —dijo Chamorro, por alusiones—, solo hay un testigo del hecho, que además lo vio a cierta distancia. A doña Luisa la asaltaron dos individuos, encapuchados, uno de ellos forcejeó con ella mientras el otro se mantenía un paso por detrás. El bolso se lo quitaron sin dificultad, pero el problema vino cuando le quisieron robar la cadena de oro con un crucifijo que llevaba al cuello. Ella primero les rogó que no se lo llevaran, que era el único recuerdo que tenía de su padre, pero el sujeto que la abordó no cejó en su empeño. No logró arrancarlo con el primer tirón, por lo que volvió a tirar una segunda

vez mientras la mujer se echaba hacia atrás. Y cuando se rompió al fin la cadena, ella perdió el equilibrio y se fue de espaldas contra el suelo, donde se dio el golpe que le provocó la muerte.

—Lo has resumido con bastante exactitud —opinó el teniente.

—Y poco más es lo que tenemos, de momento, en lo que a este particular robo se refiere —dijo Azpeitia—. Ahora os contamos lo que puede interesar de otros, posiblemente de la misma autoría.

—Con tu permiso, mi capitán —terció Ribeiro—. Algo más sí que tenemos. Le pedimos a la familia que nos buscara fotografías.

—Ah, sí —recordó la capitán.

—Y han dado con una en la que se puede ver bastante bien la joya que le quitaron —nos explicó el teniente mientras trasteaba en su teléfono móvil—. Es un crucifijo de cierto tamaño, un buen pellizco de oro, y la cadena se ve también bastante consistente. Por eso se empeñaron en arrebatárselo, aunque tuvieran que lastimarla.

Nos mostró la fotografía. En ella se veía a una anciana sonriente, bien vestida y peinada: era una imagen de estudio, para la que había debido de posar la mujer con su mejor disposición. Aparentaba en ella poco más de setenta años. Fue la primera vez que me encontré con su mirada. Esa mirada que llevaba dos días extinguida, y nunca más se iba a encender, porque alguien la había tasado en menos que los euros que pudieran darle al peso por unos gramos de oro. En cuanto al crucifijo en sí, era en efecto bastante grande, y se veía en su factura que era antiguo. En lugar de las líneas estilizadas de los que hoy se venden, el orfebre que había hecho aquel le había dado una forma tosca y artesanal que llamaba mucho la atención.

—La cruz no pasa inadvertida, desde luego —juzgó Chamorro.

—Y lo malo es que la mujer, por lo visto, nunca se separaba de ella —dijo el teniente—. No se trata solo de que fuera un recuerdo de su padre. La hija de la víctima nos ha contado las circunstancias en las que murió su abuelo: fusilado en el 36, por oponerse al golpe. Por lo visto era concejal republicano en un pueblo de Badajoz, y aunque se ocupó de proteger a la gente de derechas para que no la lincharan en los primeros días, cuando llegó el ejército nacional lo denunciaron y le liaron el petate igualmente.

Como el hombre era muy creyente y pidió que le dejaran morir con el crucifijo, tuvieron el detalle de devolvérselo a la viuda. La hija era entonces pequeña, así que doña Luisa casi no tenía ningún otro recuerdo del padre.

—Vaya destino trágico, el de esa cruz —juzgó mi compañera.

—Como el del país de quienes la lucieron —me permití sugerir.

—Así se entiende que la mujer la defendiera como lo hizo —dijo la capitán—. Lo que no supo fue darse cuenta del par de bestias con los que se estaba disputando poder seguir llevándola al cuello.

—Si nuestras conjeturas no fallan, son autores de al menos una docena de robos con el mismo modus operandi —explicó Ribeiro—. Siempre dos hombres, uno que le echa mano al anciano o anciana y otro que dependiendo del caso se lo sujeta o le corta la retirada. Siempre encapuchados, y siempre a pie. Así los pueden sorprender incluso en las calles más estrechas del pueblo en cuestión, y luego se dan a la fuga corriendo como alma que lleva el diablo hasta que desaparecen de la vista de los testigos, donde suponemos que tienen esperando el vehículo en el que luego, ya sin capucha, se largan del pueblo. Hemos tratado de identificarlo a través de las cámaras que hay donde actúan, pero estos pueblos no son como Madrid, que es un plató de televisión. Las pocas imágenes que hemos encontrado no nos han permitido identificar ningún vehículo que se repita.

—Si es que no roban para la ocasión el coche o la moto con los que van a dar el palo —dijo la capitán—. De eso, robos de vehículos, también tenemos tela últimamente. Aquí la gente es descuidada y los malos, sobre todo los foráneos, lo saben y lo aprovechan.

—¿Alguna pista sobre el origen de los atracadores?

—Contradictorias —respondió Ribeiro—. Hablan poco, como es de rigor entre malhechores, pero sobre lo que les han escuchado las víctimas no se ponen de acuerdo: en lengua ininteligible, en español sin acento, en español con acentos varios. Me gustaría poder ser más concluyente sobre el particular, pero esto es lo que tenemos.

Nada y menos, pensé, tratando de sostenerle al teniente la mirada. Decididamente, no empezábamos bajo los mejores auspicios.

Sumario

es-es

2021-07-25T07:00:00.0000000Z

2021-07-25T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282041920145931

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