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El imborrable legado de la agente Starling

Texto ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS

Jodie Foster encarnó un rol que ha acabado inspirando el arquetipo de la mujer detective.

En el arranque de El silencio de los corderos, el clásico de Jonathan Demme que acaba de cumplir 30 años, la agente Clarice M. Starling cruza un pasillo y entra en un ascensor repleto de hombres que sin disimulo ningunean a su colega mientras por el rabillo del ojo examinan su diminuto y tenso cuerpo. Toda la película incidirá en el soterrado y explícito desprecio a una mujer obsesionada con el trabajo y con la figura de su padre. Este mes de julio, Jodie Foster recibirá la prestigiosa Palma de Oro de Honor del Festival de Cannes por su ya larga carrera y será inevitable volver a la película que supuso su segundo Oscar y que se convirtió en uno de los thrillers que marcaron la década de los noventa. Interpretar a la agente Starling era un empeño personal de Foster, que conocía la novela de Thomas Harris sobre un refinado asesino en serie caníbal y su quid pro quo con una estudiante de policía superdotada cuya coraza ocultaba un fondo torturado. Foster, que en los ochenta había sido ella misma víctima de un psicópata, el magnicida John Hinckley Jr., perseguía con ahínco el papel. No se equivocaba la actriz californiana; Clarice Starling tenía algo de esos policías comunes enfrentados a un mal mayor —un David contra Goliat, tipo el agente Brody de Tiburón, aquel hombre de secano frente a un monstruo bíblico en medio del océano—, pero con una poderosa carga de género. Starling, una huérfana criada en una granja de Montana, persigue a un demente que rapta y asesina a mujeres jóvenes de talla XL para desollarlas. Por si fuera poco, se enfrenta a la vez a un entorno hostil que, como en el desagradable momento que un preso le lanza su semen a la cara, directamente la rebaja. El legado de Starling y cómo Foster construyó al personaje llega a nuestros días y a personajes tan celebrados como el de Kate Winslet en la alambicada miniserie de HBO Mare of Easttown. De hecho, el final del capítulo cinco roza la fotocopia del de El silencio de los corderos. Jodie Foster también jugó las cartas de su físico, sacándole todo el partido posible a sus inseguridades. Porque en el obsesivo perfeccionismo de Clarice, sus mediocres y pulcros trajes de chaqueta, había un terror mucho más profundo que en la, en el fondo, mucho más segura de sí misma Mare

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2021-06-19T07:00:00.0000000Z

2021-06-19T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282192243943351

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