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Las UCI siguen sin aliento un año después

La unidad de intensivos del Vall d’Hebron sabe cómo batallar mejor contra el virus, pero los sanitarios están agotados

JESSICA MOUZO,

Una asfixiante calma se ha instalado en la unidad de cuidados intensivos (UCI) del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona. El trajín de los primeros días de la pandemia ha amainado y la que llegó a ser la UCI más grande de España, con 200 camas habilitadas, ha menguado a unas 66 plazas. Ya no hay que hacer malabares por lograr una mascarilla, pero en los compartimentos, la batalla por la vida continúa. Los pacientes con covid han hecho hueco a los de otras patologías, pero el virus sigue marcando el tempo a unos sanitarios exhaustos. EL PAÍS vuelve a la misma unidad de críticos que visitó hace un año.

“La primera ola era un tsunami de pacientes con un pico muy claro de trabajo. Era un esprint. Pero ahora estamos en una carrera de fondo en la que vas sumando más pacientes. Es como una maratón en la que cada vez se te cansan más las piernas”, resume Ricard Ferrer, jefe de la UCI del Vall d’Hebron y presidente de la Sociedad Española de Medicina Intensiva. España lleva meses sumergida en una intensa presión asistencial que no cesa. Con más de 2.200 enfermos críticos por coronavirus, una de cada cinco camas de UCI están ocupadas por pacientes con covid.

Las enfermeras de la UCI del Vall d’Hebron no paran. Van de aquí para allá, entran y salen de los compartimentos, sortean carros de curas y compañeros ensimismados en historiales médicos. La mañana está tranquila, pero siempre hay algo que hacer: un tratamiento que ajustar, una analítica que sacar. “Ha sido un año de mucho trabajo. Al principio, había incertidumbre y sorpresa; ahora seguimos con el trabajo y la sensación de que no acabamos. Aún no vemos la luz”, señala la enfermera María José Sala.

En esta ala de la UCI, una decena de enfermos de covid conviven con tres pacientes por paros cardiacos y un par por trasplantes que se han complicado. En la cristalera frontal de cada estancia, un cartel coloreado marca si el paciente es covid, poscovid o ninguna. La experiencia es un grado y los sanitarios saben ahora que el riesgo no es el mismo si la infección está activa o el enfermo ya ha superado la enfermedad y tiene anticuerpos.

“Hemos aprendido a conocer la covid. No está en las superficies. Las zonas comunes no nos preocupan: ahora lo que es covid es la habitación, no todo el pasillo”, ejemplifica Ferrer. Los sanitarios ya no visten las tediosas fundas de protección individual ni usan gafas de buzo. En su lugar, batas de un solo uso, guantes y, como mucho, una pantalla además de la doble mascarilla.

Las caras sobre las camillas son cada vez más jóvenes: de 50, 40 o 30 años. En uno de los compartimentos con el cartel “covid”, un hombre de 54 años afronta su tercer día enganchado a un respirador, completamente sedado. Al otro lado del pasillo, un joven de 35 cumple sus primeras 24 horas en la UCI enchufado a unas gafas nasales que insuflan oxígeno a alto flujo. La vacunación masiva a los grupos etarios más vulnerables ha cambiado el perfil de los pacientes con covid en la UCI: los ancianos de residencias y los mayores de 80 tienen la pauta completa y los mayores de 70 y 60 con una dosis puesta rozan el 90% y el

Una de cada cinco camas de intensivos la ocupan en España enfermos de covid

62%, respectivamente. Según el Ministerio de Sanidad, la edad media de los positivos desde la tercera ola ha bajado de 42 a 40 años y la de los pacientes de las UCI, de 63 a 60.

“Los ingresos que tenemos por encima de 60 años van bajando. Aún queda alguno de más de 70, pero ingresaron antes de iniciarse la vacunación. El grupo de 18 a 60 años es fisiológicamente más resistente, pero los que tienen factores de riesgo, como obesos, hipertensos y diabéticos, sí tienen más riesgo de entrar aquí. Cuando este grupo necesita intensivos, tiene estancias muy largas”, apunta Ferrer. Por eso la ocupación de las UCI no acaba de bajar: los que entran, aunque sean menos que unos meses atrás, se quedan más tiempo. “Tenemos pacientes que han estado más de 100 días”, señala.

De aquellos primeros días caóticos en los que se improvisaba para tratar una dolencia desconocida, ya no queda nada. “La primera ola fue una locura. Los pacientes venían muy mal y no sabíamos cómo tratarlos ni cómo manejar la situación porque eran casos muy trágicos: no era solo un enfermo, era la familia. Nos sentíamos impotentes”, recuerda la intensivista Elisabeth Papiol.

Lo aprendido

La experiencia ha puesto orden en las dinámicas de trabajo y el abordaje terapéutico. “Hace un año dábamos lo que pensábamos que podía funcionar. Los pacientes recibían cócteles de cosas”, explica Ferrer y añade que ahora eso no se hace “si no es dentro de un ensayo clínico”. “El remdesivir, por ejemplo, es un antiviral que se dio mucho y ahora sabemos que en el paciente crítico no funciona y no lo damos”.

Un año después de aquel tsunami de pacientes que arrasó las UCI en la primavera de 2020, los médicos conocen más la enfermedad, la evolución del paciente e incluso, los imprevistos. Se nota en los propios sanitarios, que cruzan los pasillos con paso más firme. Con el grueso del personal ya vacunado, además, el miedo a contagiarse es menor. Lo que no ha cambiado en la UCI de Vall d’Hebron es el rumor de un pitido lejano que sale de los monitores cada tanto. “En la UCI estamos curtidos para ver cosas graves, pero esto afecta a todo el mundo y tienes más empatía. Son dramas familiares”, insiste Papiol. Y esa carga emocional también pasa factura a un personal extenuado. “No he tenido ni una baja por motivos médicos o psicológicos en mi servicio. Pero veo mucha contención y cuando esto se relaje, tendremos que poner al día muchas cosas que ahora están retenidas”, asume Ferrer.

La enfermera Sala explica que los trabajadores de intensivos tienen una “sensación diferente” a la que se percibe en la calle. “No tenemos la sensación de que esto ya ha acabado”, apunta. Ferrer coincide: “Ahora tenemos más certezas, pero quedan incertidumbres, como las nuevas variantes o cómo afectará la caída del estado de alarma con las UCI tan llenas. Si se acaba el toque de queda y se abre la restauración por la noche, el grupo de 18 a 60 años, que es el socialmente más activo, nos aumentará en la UCI. Estamos desconfinándolo sin protegerlo y sobre ellos va a predominar la infección”.

La vacunación del personal sanitario ha ayudado a calmar la preocupación

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2021-05-10T07:00:00.0000000Z

2021-05-10T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/281805696806255

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