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“Claro que hay límites en el humor; si ofendes a alguien hay que disculparse”

MAITE MORATE, Madrid

Hace más de 20 años un jovencísimo Arturo Valls (Valencia, 46 años) se presentaba ante el mundo como un reportero gamberro de traje, corbata y gafas de sol que ponía en apuros a más de uno ante el micrófono de Caiga quien Caiga. Fue su salto a la televisión nacional después de probar suerte en algunos canales locales y autonómicos mientras cursaba la carrera de Periodismo en Valencia. “Llegué a Madrid como Paco Martínez Soria, con mi maleta, sin experiencia pero con muchas ganas de comerme el mundo”. Y vaya si lo está haciendo. Dos décadas y casi una veintena de programas después, Valls consolida su imagen como presentador estrella de Atresmedia mientras desarrolla su carrera de actor y se afianza como productor.

Entre grabación y grabación de Ahora Caigo, el concurso que conduce desde hace diez años, presenta la segunda edición de Mask Singer, el programa donde hay que descubrir qué famoso se esconde bajo una máscara y cuyo estreno está previsto para este mes. Sentado a la mesa de una cafetería de La Moraleja, donde reside, admite que le hubiese gustado participar en este “formato tan loco y maravilloso”, pero reconoce que fue él quien pidió presentarlo: “Después de tantos años, me he reencontrado con el entretenimiento, me he vuelto a enamorar de la tele”, explica.

Valls no conoce el sentido del ridículo y sigue conservando ese espíritu gamberro de sus inicios, aunque ahora, dice, algo más moderado. Una mesura poco palpable, pues pronto deja al descubierto esa gracia natural de quien tiene el don de hacer reír. Le viene de familia, concretamente de su padre, que organizaba las fiestas en la urbanización donde veraneaban y era el primero que se disfrazaba y se subía a un escenario. Él es su referente artístico y esa falta de vergüenza ha llevado a Arturo Valls hijo a cambiar el periodismo deportivo o de magazine que un día pensaba ejercer por imitar a Shakira en Tu cara me suena o tirar a gente por un agujero en Ahora Caigo, donde se ha ganado al público con sus chistes malos. Un género que, contrariamente a lo que todos piensan, “no había practicado antes”.

Si de su padre ha heredado la vis cómica, de su madre ha aprendido que no tener prejuicios y saber adaptarse puede abrir puertas. Ya le ocurría en el colegio, cuando se juntaba con los empollones, era amigo de los malotes y se lo pasaba pipa con las chicas. “Mi falta de prejuicios favorece a que la gente me compre más”, señala. Sin embargo, la experiencia le ha enseñado que caer bien a todo el mundo no siempre es posible. Tampoco necesario. “Al principio era más diplomático, pero con la edad notas que no pasa nada si no le gustas a todos”, y añade sin poder evitar la carcajada: “Lo de caer siempre bien se lo he dejado a los paracaidistas”.

Se pone un poco más serio cuando se cuestionan los límites del humor, de los que es partidario aunque reconoce que el tema le da pereza. “Estoy convencido de que si ofendes a alguien hay que disculparse”, afirma y asevera que hay chistes que ya no se deben hacer: “Si la sociedad evoluciona, ¿por qué no lo hace el humor?”. Eso sí, critica las “excesivas consecuencias” que esto tiene y la importancia que se le da. “Privar a alguien de su libertad por un chiste es impensable. A veces con una disculpa se arregla todo”.

Personaje

Intenta mantener un discurso formal porque, asegura, existe diferencia entre su persona y el personaje que muestra en televisión. Una teoría que se cae sola cuando posa para el fotógrafo y apenas aguanta serio y obediente unos minutos. Luego se pone a improvisar y todo son risas y bromas. Reconoce que hay veces, pocas, que llega saturado a casa de tanta chorrada y es cuando desconecta el modo humor. “Luego voy en un taxi o me paran por la calle y me piden un chiste, como si estuviera riéndome a todas horas”. La desconexión no le dura mucho y enseguida vuelve a ser ese payaso que conquistó a su esposa Patricia hace más de 20 años y a bromear con su hijo Martín, de 12. Tener de padre a un reconocido presentador no debe resultar fácil, pero Arturo ha inculcado a su hijo la misma naturalidad que un día él aprendió de uno de sus maestros: El Gran Wyoming. “Fue quien me dijo que a la fama hay que darle la importancia que tiene, no inflarte con ella”, cuenta sobre los consejos que le dio su primer “jefe” en Caiga quien caiga y ahora un gran amigo con el que incluso veranea.

Poco dado a hablar de su vida personal, Valls admite que no le gusta mezclar y considera que su carrera va por un carril muy lejano al de la prensa del corazón. Una discreción que también mantiene sobre su litigio con la líder de Vox por Madrid, Rocío Monasterio, a quien el presentador demandó por convertir un local en vivienda sin licencia. El caso está en los tribunales y prefiere esperar a que se resuelva “para hablar o no”. Ahora está centrado en los múltiples proyectos que abarca y en los que están por llegar, como un negocio de arroz en el que, como valenciano y amante de la paella, quiere invertir. Mientras, ultima la película Camera Café ,la sitcom que fue un éxito en Telecinco hace una década y que ahora vuelve a protagonizar y también a producir. A los mandos está su amigo humorista Ernesto Sevilla. Las risas, al menos, están aseguradas.

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2021-05-10T07:00:00.0000000Z

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