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Una Nochevieja en mayo en la Puerta del Sol

Miles de personas celebran las primeras horas sin toque de queda, desafiando la alta incidencia de la pandemia

LUIS DE VEGA, Madrid

A los ‘lateros’ les sobraban clientes ante tanto gaznate seco de cantar

No hubo detenidos, ni cargas, ni tampoco heridos, según la policía

Madrid era una botella de champán que se ha ido agitando en las últimas semanas al ritmo del lema “Libertad”. El esperado taponazo en forma de euforia ciudadana tuvo en la madrugada del domingo uno de sus escenarios en la Puerta del Sol. Allí, varios cientos de personas, muchos con mascarilla en modo barbuquejo, se congregaron para festejar por todo lo alto el entierro del estado de alarma y del toque de queda. Su muerte se produjo, como estaba previsto, a las cero horas de ayer domingo.

Fue así como la emblemática plaza, termómetro del sentir general de la ciudad, se dispuso a acoger la celebración de la Nochevieja robada por el virus el pasado 31 de diciembre. Esta vez no había uvas, pero sí latas de cerveza. Los agentes de policía trataban de poner coto al consumo de alcohol en la plaza, pero era tanta la sed que acabaron dando por imposible su objetivo. A los lateros les sobraban clientes ante tanto gaznate seco de cantar y gritar. Lo más coreado, sin duda, “¡Libertad!”. No importaba aparentemente que Madrid siga bajo la pesada losa de una incidencia acumulada de 317 casos de covid por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días. Eso supone alto riesgo.

Varias decenas de agentes de la Policía Municipal se afanaron en barrer la calle de ciudadanos a partir de las once de la noche. A esa hora se imponía por última vez el toque de queda y había que cerrar bares y restaurantes. La tarea ya se presentaba complicada, porque muchos de los que deambulaban por el centro de la ciudad lo hacían con la intención de no irse a su casa.

“Ahora empieza la hora de los botellones”, señalaba el conductor de un coche patrulla de los policías municipales en el acceso a Sol desde la calle del Correo.

No preveía la que se avecinaba. “Este es nuestro bastión”, justificaba junto al edificio de la presidencia de la Comunidad de Madrid, dando por hecho que aquello no iba a desmadrarse. En Sol hubo farra pero no disturbios.

Donde sí hubo algo de movida, y pronto empezó a dar cuenta de ello la emisora policial, fue en el barrio de Malasaña. Allí los agentes recibieron algún que otro botellazo. En la plaza del Dos de Mayo, una docena de antidisturbios terminó de desalojar a los que no querían marcharse a casa. Había cristales rotos por el suelo y vallas amarillas para impedir el paso, informa Isabel Valdés.

Pero en toda la ciudad no hubo ni detenidos, ni cargas policiales, ni heridos. La Policía Nacional confirmó ayer por la mañana que no se produjeron incidentes reseñables en Madrid,

salvo en un bar en el barrio de Chamberí, donde había unas 20 personas en el interior y, cuando los agentes intentaron entrar, el dueño echó el cierre. “Cuando han intentado entrar, les han lanzado vasos a los agentes y propinado varias patadas”, decía el informe policial. Los clientes aprovecharon el momento para salir por una puerta trasera. La Policía Municipal, por su parte, no ofreció estadísticas de los incidentes. Aunque el alcalde, José Luis Martínez-Almeida, cifró en 450 las intervenciones de los agentes. “La libertad no consiste en infringir las normas ni en hacer botellones”, zanjó el regidor ya por la mañana.

En el metro

Cuando los policías lograron dejar expedito el kilómetro cero y sus alrededores, en algunos casos con altas dosis de paciencia, eran ya las doce menos diez minutos. Muchos jóvenes y no tan jóvenes esperaban en las escaleras del metro para regresar a la superficie de inmediato. Unos y otros sabían de qué iba el juego. Y así fue. Marcada la medianoche en punto en el reloj, los agentes ya no podían mandar a nadie a su casa.

Comenzaba así la celebración con el regreso a Sol de aquellos que acababan de ser desalojados. Muchos iban ya aliñados y los cánticos y los bailes afloraron de inmediato. Los policías atendían a cierta distancia la noche de serenata. Solo intervenían cuando había algún conato de bronca o cuando el número de bañistas en la fuente empezó a ser excesivo y descontrolado.

Los uniformados no llamaban la atención apenas por la falta de la mascarilla, no separaban a los grupos a una distancia de seguridad y tampoco imponían la prohibición de consumir alcohol en la calle. El despiporre campaba a sus anchas como si no hubiera pandemia. Algunos hasta improvisaron una pachanga con un balón.

Dariela, una hondureña de 20 años que se encuentra en un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE) de un restaurante, daba cuenta de todo el acontecimiento a través de un directo en la red social TikTok. “Siento libertad, alegría y emoción después de tanto confinamiento”, señalaba la joven, sin interrumpir la retransmisión. Junto a ella, su pareja, Fran, barbero de 22 años. “Está todo cerrado y estar aquí es el plan”, comentaba. Pero se les veía felices y relajados asomándose juntos entre carantoñas a la pantalla del teléfono. “Esto es lo más fuerte que me ha pasado en mi puta vida. Tío ¿tú sabes lo que es esto? Ninguno somos conscientes. Volvemos a ser libres”, decía al filo de la medianoche Marta, una informática de 38 años. Instantes después, en cuanto el reloj del edificio de la Casa de Correos abrió la veda, la mujer fue absorbida por el huracán de la emoción, los brincos y los chillidos.

La plaza de Pedro Zerolo, salpicada de botellas, vasos y orines entre un centenar de personas, entró también a la medianoche con aplausos y silbidos. Alguno se quitó la camiseta, todos bebían. Desde esa plaza de Chueca pasando por San Ildefonso y Espíritu Santo, el cruce con gente y coches de policía era alterno y continuo: los primeros caminaban empinando litronas entre botellones improvisados en las esquinas. Aquí los vendedores de latas de cerveza tampoco daban abasto. Casi nadie superaba la treintena. Muchos gritaban: “¡Feliz año, somos libres!”.

De repente sonaba reguetón a todo volumen. Era la plaza de Juan Pujol, que se fue llenando en menos de media hora. Estaban haciendo botellón, gritaban: “¡libertad, libertad!”, mientras saltaban y se abrazaban. La mayoría iba sin mascarilla. Pasaba un coche de Policía Nacional y les silbaban y gritaban “hijos de puta”. Por Gran Vía, a las dos de la madrugada, un centenar de personas cruzaba hacia la calle de Fuencarral. No sabían hacia dónde iban, pero eran “libres”. Eso decían.

Ritual liberador

El ritual liberador de la noche del sábado fue un terremoto, pese a que las restricciones en Madrid han sido mucho más laxas que en otras comunidades autónomas y sigue entre las regiones más golpeadas por la covid-19. “En Madrid hay dos fuerzas en oposición”, explica el epidemiólogo Fernando García, de la Asociación Madrileña de Salud Pública (Amasap).

“Por un lado, ayuda que cada vez haya más personas vacunadas dentro de la población de riesgo y ayuda también que el buen tiempo permita más actividades al aire libre”, asegura el experto. En contra, puntualiza, “se acaba el estado de alarma y en Madrid no se busca una medida judicial para mantener la salud. Se transmite a la población que ya nos podemos relajar. Es el mismo mensaje que se envió el año pasado tras la primera ola”, lamenta.

La respuesta a la incógnita que se presenta tras estas celebraciones y la incertidumbre ante la evolución de la pandemia era coreada por un importante número de personas en Sol: “¡Alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos y el resultado nos da igual!”.

MADRID

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2021-05-10T07:00:00.0000000Z

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https://lectura.kioskoymas.com/article/282252373405039

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