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«Retomaremos las protestas»

Cubanos amparados por el anonimato retratan la brutal represión tras las manifestaciones del 11 de julio

LUCÍA MORA

«Hay demasiado miedo. Y como todo está controlado por la policía cuesta mucho salir». Antonio, un pseudónimo para proteger a este activista veinteañero, camina por las calles paralelas al Capitolio de La Habana, custodiado a lo largo de todo su perímetro por militares cada 30 metros.

Las calles aledañas permanecen cerradas con llamativos precintos amarillos y supervisadas por decenas de oficiales que se disputan las esquinas donde hay algo de sombra. Como muchos otros activistas, Antonio sale de casa con un callejero alternativo al habitual en la cabeza: hay que evitar las arterias principales de la capital cubana donde cada esquina está vigilada por policías, tanto uniformados como de civil, desde las protestas antigubernamentales que sacudieron todo el país el pasado 11 de julio.

Este joven gay, militante de los derechos de la comunidad LGTBIQ+, participó en la sentada que aquel día decenas de personas protagonizaron ante la sede del Instituto Cubano de Radio y Televisión, el ente informativo controlado por el partido único que gobierna Cuba desde el triunfo de la revolución en 1959.

Antonio es un profesor de secundaria que en cuanto vio en las redes sociales a la gente manifestándose en las calles, se reunió con sus amigos para exigir libertad de expresión, a sabiendas de que le podría acarrear no volver a ser contratado por un Estado que no perdona la disidencia. De la sede de la televisión salió gente que les gritó «gusanos», «traidores», «vendepatrias» e «imperialistas». Minutos después, oficiales uniformados y otros de paisano empe

zaron a detener y cargar en la bañera de un camión a los manifestantes. Entonces, en su huida, según cuenta Antonio, se subió en el coche de un señor que gritó Patria

y vida, la consigna con la que los manifestantes impugnan el lema castrista Patria o Muerte que se puede leer en numerosos edificios de la ciudad.

Nadie recuerda en La Habana manifestaciones tan multitudinarias y simultáneas en el país desde la llegada de Fidel Castro al poder, tras derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista. Las imágenes de la policía golpeando y deteniendo a plena luz del día a ciudadanos pacíficos han provocado desconcierto e indignación entre, incluso, los entrevistados más afines al Partido Comunista cubano.

«Violencia injustificable»

«Es injustificable la violencia empleada contra los manifestantes. No actuar como otros gobiernos represores de América Latina era una de las señas de identidad de nuestro país. Esa respuesta ha sido un parteaguas para la sociedad cubana y puede ser el principio del fin de nuestro sistema si el equipo de nuestro presidente [Miguel] Díaz-Canel no aprueba reformas profundas», dice una fuente cercana al Ejecutivo que justifica la lentitud en adoptar las medidas aperturistas prometidas en el ámbito económico por los recelos del sector más purista del Gobierno .

«En los próximos días se anunciarán nuevos derechos para los trabajadores autónomos y para las pequeñas y medianas empresas, aunque no aceptarán que se aprueben justo ahora para calmar las protestas», añade en una ciudad que celebra su aniversario de la revolución castrista más triste: sin más acto institucional que el presidente Díaz-Canel prestando servicios comunitarios junto a jóvenes universitarios, uno de los sectores de la población más afines a las protestas.

«Si no hubiesen cortado internet, yo creo que las manifestaciones habrían seguido. Pero sin poLos der comunicarnos y con los cientos de jóvenes detenidos, sometidos a juicios sumarios, la cosa se ha parado», explica Antonio, mientras camina por La Habana Vieja el domingo por la tarde. Ese mismo día, miles de personas en decenas de ciudades de todo el mundo se manifestaban en apoyo a las protestas, contra la represión policial y contra el sistema.

Desde hacía días corría el rumor entre los activistas cubanos y en las redes sociales de que el domingo 25 de julio se manifestarían en La Habana algunas madres de las más de 750 personas detenidas o desaparecidas en el marco de las protestas, según los datos del Observatorio Cubano de Derechos Humanos. Este mismo organismo apunta que al menos 13 menores de edad habrían sido detenidos.

La denuncia

Pero un día antes, la noche del sábado, varios de ellos –la cifra exacta se desconoce– fueron puestos en libertad después de una controvertida rueda de prensa de las máximas autoridades de la justicia y la fiscalía cubana en la que negaron que estuvieran haciéndose juicios sumarios y sin abogados a los detenidos, según denuncian diversas organizaciones internacionales como Human Rights Watch.

activistas han celebrado estas liberaciones como un logro de sus denuncias y de la presión internacional. Al mismo tiempo, varias madres contactadas por este medio han manifestado que temen perjudicar las causas abiertas contra sus hijos, en su mayoría acusados de desorden público, incitación a delinquir o desacato, si hacen declaraciones públicas o participan en una sentada como la que protagonizaron decenas de mujeres hace una semana en La Habana. Pero hay algunas que sienten que ya no tienen nada más que perder. Es el caso de Mariana, cuyo verdadero nombre se omite por su seguridad.

«Mi hijo salió a gritar libertad el 11 de julio cuando vio a la gente en la calle y se lo llevaron preso. Ni abogado tiene. La semana que viene contrataremos uno porque ahora no tenemos con qué», explica en el cuartucho en el que vive entre cucarachas y los sacos de patatas que vende en el mercado negro junto a su pareja. «Le piden un año de cárcel», explica, mientras transmite un agotamiento cargado de derrota.

«Esto es una dictadura»

En referencia a la crisis de desabastecimiento que vivió Cuba tras la disolución de la URSS, su principal proveedor hasta entonces, señala: «Esto es una dictadura. Aquí no hay más que para los dirigentes. Ellos sí viven bien. Pero lo que estamos pasando nosotros ni cuando el periodo especial». Sobre su cabeza, un agujero abierto en el falso techo del cochambroso edificio histórico de la Habana centro en el que viven. Ahí arriba, sobre un colchón en el suelo, duerme con su pareja.

«Aquí en Cuba todo el mundo sabe qué hacemos y con quién nos relacionamos en cada momento. Saben con quién hablas por teléfono y con quién te escribes. Y en la calle siempre hay alguien vigilando. Así que saben que mi hijo es un buen hombre. Todo el mundo lo quiere», añade, mientras el olor a aguas negras asfixia el aire de la pequeña estancia. «No sé si va a haber concentraciones de las madres para que suelten a nuestros hijos. Nosotros no tenemos teléfonos con internet, pero hoy viene mi suegra y ella sí tiene para hablar con su hijo que está en EEUU. Así que miraré a ver si hay algo para ir», concluye, convencida de que poco más puede hacer.

La Habana vive envuelta desde el 11 de julio en un extraño estado de olla a presión. En las calles vacías por la falta de turismo y el miedo a los contagios, solo se mueven las innumerables y largas colas para conseguir los alimentos más básicos. La gravedad de los rostros ya no se debe solo a que hay alimentos básicos como la leche que llevan desaparecidos desde hace meses, sino que ni siquiera el arroz al que tienen acceso por la cartilla de racionamiento basta para acallar el hambre de la mayoría de su población. La falta de medicamentos es tan acuciante que el paracetamol y el ibuprofeno se han convertido en «oro líquido».

Mientras, el Gobierno de DíazCanel se enfrenta a una de las peores crisis que ha vivido el régimen cubano. «Retomaremos las protestas. Solo estamos a la espera del mejor momento», sostiene uno de los jóvenes cubanos que permanece en arresto domiciliario mientras llega su juicio. «Antes de que ocurriese nadie podía imaginar que podríamos ser miles en todo el país. Así que puede volver a pasar», concluye.

Nadie recuerda en el país marchas tan multitudinarias desde la llegada de Fidel Castro al poder

«Si no hubieran cortado internet, las manifestaciones habrían seguido», señala un habanero

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