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«Quiero un funeral con gaitero y alegría»

El diario ‘La Nueva España’, del grupo Prensa Ibérica, desvela una charla durante el confinamiento con la abuela de la reina Letizia, fallecida el pasado 27 de julio: «Veo salir las hortensias, oigo el mar cuando se cabrea: soy una privilegiada».

JAVIER CUERVO

Después de 17 días lentos y cerrados de la primavera de 2020 telefoneé a Menchu Álvarez del Valle para ver cómo llevaba la pandemia. Eran las 10.57 del 1 de abril de 2020.

— ¡Hola, corazón!

Tenía 92 años y un timbre en la voz que aún podría oírse en toda la casa de Sardéu (Ribadesella), aunque hubiera sido el doble de grande. Aquella primavera hizo un tiempo esplendoroso.

— Es una maravilla. Doy vueltas alrededor de la casa y veo las hortensias que empiezan a salir. A lo largo del día cambian los verdes. Con este silencio oigo el mar cuando se cabrea. Me siento una privilegiada. Me preguntan «¿Cómo estás sola?». ¡Como Dios! Por la carretera no pasa nadie. Es la gozada de la paz. ¿Qué me cuentas, corazón?

Le cuento algo de mi trabajo y le pregunto cómo lo lleva ella.

— Me levanto a las siete y media, ocho, por tomar el café y me sacan la primera sonrisa del día tres gatitos monísimos, de hociquín blanco, que se ponen en la ventana de la cocina. Hablo con ellos. Hay días que no hablo nada. En una bolsa a la puerta encuentro el pan y La Nueva España.

Hablaba rápido, se notaba que le había alegrado la llamada porque en seguida se entregó a la charla, sin prevención alguna.

— Estoy muy bien. Recibo algunas llamadas de gente y me parece una gozada. Así desecho el «Nadie se acuerda de mí». Tengo algo más de trabajo porque hago lo que me solucionaba la asistenta tres días a la semana. Le dije que no viniera. Se llama Inés, es de Sebreño, encantadora. Tiene 55 años y me arregla el ordenador cuando falla. El problema es que soy un peñazo del orden y de la limpieza y lo hago yo, con más esfuerzo. Todo, menos el aspirador, que no puedo con él. He preparado cocido como para 8 días. Congelaré.

Aunque Sardéu es un lugar al que no parecen haber llegado ninguna guerra ni ningún rey, salvo como novio o marido de alguien, le pregunté si le tenía miedo al covid.

— Me defenderé si me atacan. Lo tengo todo previsto y lo que tiene que venir, cuando sea, será. Tengo una lista de mis seguros, de Santa Lucía, del nicho y dejé apuntados los teléfonos de ayuda para esas cosas. No quiero que digan: «¡Coño, mi madre qué desastre era!». Sé que va a pasar, pero estoy como en el chiste del cura que se dirige a los fieles con aspavientos diciendo «hermanos, ¡qué horror lo que tengo que deciros!». Y la feligresía responde con un murmullo, asustada. «¡Hermanos, hermanos, lo que tengo que deciros es que tenemos que morirnos!». Y la iglesia entera hablando. «¡Hermanos, hermanos, y eso no es lo malo!». Te puedes imaginar el ambiente de expectación. «¡Hermanos, lo malo es que no sabemos cuándo!». Pues eso, que me voy a ir y no sé cuándo. Sí sé que no quiero un funeral con cura melifluo y si me toca soy capaz de levantarme y decir «¡me aburro! Calla, coño, déjame marchar a gusto». ¡Quiero un funeral con gaitero y alegría!

Le aclaré que me refería a si temía al covid por lo que veía, oía y leía.

— El coronavirus no me afecta. Me dan pena los que mueren y los ancianos. Mira, yo viví Octubre del 34, la Guerra Civil, tuve frío, hambre, piojos, cartilla de racionamiento y ahora me toca esto... Tenía 6 años cuando la revolución de octubre. Nos pilló en León y lo recuerdo tremendo porque yo era vivaracha y veía la cara de los mayores. Pasó un tren con mineros hacia Catalunya y mi padre dijo: «A esos pobres los han engañao». Ahora no me acuerdo de lo que comí ayer. Y de palabras de uso diario que, de pronto, no vienen.

Hizo una pausa. Le comenté que, por mi experiencia de exfumador, sabía que acababa de encender un cigarrillo. Se rio con una carcajada cascajosa llena de nicotina.

— «No fumes, no fumes», me dicen. ¡Dejadme en paz! Tengo problemas de corazón y de bronquios.

Siguió con recuerdos en cascada. — El día 30 (de marzo) hizo 15 años que murió José Luis [Ortiz Velasco, su marido], después de los años muy buenos que pasamos aquí. El 28 de marzo es una fecha muy importante para mí. El 28 de marzo de 1949 nos casamos. Un 28 de marzo nació mi última bisnieta, Amanda, hija de Telma, muy buena y estudiosa. Le mandé grabado por whatsapp un fragmento de Platero y yo y me contestó: «¡Qué bien!».

La gran recitadora seguía grabando para la familia con el móvil, que ni soñó una mujer que entró en la radio cuando los discos eran de pizarra y grabó años de palabras en cintas de doble bobina.

— Mi hijo me llama todos los días, hablo con mis nietas...

Le pregunto por la soledad.

— Llevo 15 años sola, pero me veo, así que pinto el ojo, me arreglo, me visto. Que te veas también es importante. Con mi pelo blanco. Y lo acepto. Hablo con mi hermana Marisol todos los días. Ahora no puede ir a la peluquería y está horrorizada porque no quiere verse el pelo blanco. Pues hay que aceptarse, el pelo blanco, las arrugas...

Seguía la tertulia de Ribadesella por whastsapp.

— Somos 10 u 11. Nos contamos lo que sentimos. Me da la vida. Es comunicarme. Es la vida con los demás. Este aislamiento del coronavirus no es tan grave porque nos comunicamos.

— ¿Con qué más te entretienes?

— Estoy releyendo a Dulce María Loynaz, a la que he leído tanto, y tiene un poema que termina diciendo: «Pero... no sé, Dios mío: me parece que a Ti/–un Dios...– te hubiera sido fácil pasar sin mí».

Ella llevaba la conversación hacia lo trascendente y, sin pudor ni impudicia, a la fase emocional.

— No sé, en la vida cada problema trae una solución. Tienes que hallarla y aceptarla. Todo te da consejo.

Solo fugazmente sale una impresión política.

— Veo estos días el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias y me acuerdo del cuento del escorpión y la rana. No sé cuál es uno y cuál otro, pero sé que esos dos van a afogase.

Le pregunté si podía publicar lo que habíamos hablado y me dijo que no, que no quería aguantar críticas. Lo acepté aunque le había llamado como periodista porque los años de conocimiento podían haber dado lugar a alguna ambigüedad y porque de verdad quería saber qué tal estaba la que había sido mi compañera de Radiocadena en los 80. Ahora esa conversación, tan alegre en el tono y tan testamentaria en el fondo, está liberada.

Al colgar me envió por whatsapp la foto de lo que veía desde casa. En los tres días siguientes intenté explicarle cómo acceder a whatsapp web, de la que le había hablado para que escribiera mensajes desde el ordenador, con teclas grandes. No lo logramos. No soy bueno para explicar la tecnología. Lo cuento para indicar su curiosidad y sus ganas de aprender.

Volví a hablar con Menchu el 17 de febrero de 2021.

— Hola, corazón.

Seguía con su velocidad de respuesta, pero atada a una bombona de oxígeno.

— ¿Has dejado de fumar?

Graznó un «no» entre risas. Aclaró que seguía levantándose a las 7 de la mañana y que, antes de la bombona, a la altura de las 11 ya llevaría un paquete mientras que ahora había fumado dos cigarrillos.

— Peor no voy a ponerme.

Tenía 93 años. Paseaba un poco, veía cómo empezaban a salir las hortensias y leía muchos periódicos por internet.

— Me sigo sintiendo una privilegiada.

— ¡Qué bien! Hasta luego, Menchu.

— Adiós, corazón.

«En la vida cada problema trae una solución. Tienes que hallarla y aceptarla»

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